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El adiós de Morante en Madrid y de Pagés en la Maestranza

Abc.es 
Hay temporadas que se cuentan con números y otras que se explican con sensaciones. El año taurino de 2025 en Andalucía pertenece a estas últimas. No fue un curso plácido ni de líneas rectas, sino un tiempo de contrastes, de gestos que pesaron más que las estadísticas, de despedidas que dejaron huella y de decisiones que, sin pisar el ruedo, marcarán el futuro inmediato del toreo andaluz. Un año, en definitiva, en el que la tauromaquia del sur se miró al espejo y entendió que estaba viviendo un cambio de época. La Real Maestranza volvió a ejercer de eje moral del toreo andaluz y español. No tanto por lo que concedió como por lo que obligó a mostrar. Sevilla siguió siendo ese lugar donde el toreo se desnuda sin atajos, donde no basta con pasar, sino que hay que decir algo. Pero lo ocurrido en el coso del Baratillo no se explicó solo desde sus tardes: tuvo eco y continuidad en otras plazas andaluzas, que completaron el mapa emocional del año. Si hubo un nombre que atravesó la temporada de principio a fin, ese fue el de Morante de la Puebla . Más allá de sus actuaciones concretas, su figura volvió a funcionar como referencia estética, emocional y casi moral del toreo andaluz. Cada comparecencia suya fue observada como un acontecimiento, cada silencio como una declaración. Morante no toreó solo en plazas; toreó en el ánimo de la afición. Su relación con Andalucía volvió a ser una conversación permanente. Desde Sevilla a El Puerto de Santa María, desde Córdoba a Huelva, cada aparición suya estuvo cargada de un significado que trascendía la faena. Y también cada ausencia, debido a su percance en Pontevedra. Porque Morante, incluso cuando no está, sigue estando. El año estuvo marcado por un clima de tensión que acompañó buena parte de la temporada: el llamado pique entre Morante de la Puebla y Roca Rey. Un enfrentamiento nacido lejos de Andalucía, pero amplificado por silencios, gestos y aquella frase —la del purito en El Puerto— que hizo más ruido del deseable y que alimentó una rivalidad más comentada fuera del ruedo que dentro. Las plazas andaluzas vivieron ese pulso con expectación. Pero fue Sevilla, una vez más, la que ordenó el relato. En el tercio de la Maestranza, durante la Feria de San Miguel, Morante y Roca Rey sellaron la paz con un abrazo sincero. Un gesto sencillo, cargado de simbolismo, que cerró semanas de tensión y devolvió el foco a lo esencial. Andalucía leyó aquel abrazo como punto final. Aquí, el gesto sigue teniendo más peso que el ruido. Cuando el año parecía encaminado a su tramo final, llegó el golpe que nadie había previsto. El 12 de octubre, en Madrid, Morante cortó dos orejas y se quitó la coleta. Una retirada seca, sin previo aviso, profundamente coherente con su manera de estar en el toreo. En Sevilla, la noticia cayó como un silencio largo. Porque Morante no se va solo de los carteles: se va una manera de entender el toreo que conecta directamente con la sensibilidad del sur. Su retirada dejó una pregunta abierta en todas las plazas españolas: qué lugar ocupa ahora la inspiración, el misterio, la imperfección genial. Y dejó también la certeza de que su figura seguirá funcionando como referencia, incluso desde la ausencia. Más allá del eje morantista, la temporada andaluza dejó triunfos que no se explican solo por las orejas. Borja Jiménez consolidó su sitio como torero hecho, capaz de sostener la exigencia en plazas como Sevilla o Madrid, pero también de responder fuera de ella. Su año fue el de la confirmación silenciosa. Pablo Aguado volvió a transitar la temporada desde la fidelidad a una idea, sin traicionarse, incluso cuando el resultado no acompañó. Andalucía, que conoce bien ese tipo de toreo, lo miró con el respeto que se reserva a quienes no negocian su verdad. Juan Ortega siguió siendo el torero del debate. En Sevilla, en Córdoba o en Málaga, su toreo volvió a provocar silencios densos y conversaciones prolongadas. Ortega no pasó por la temporada: dejó rastro. La Puerta del Príncipe de David de Miranda fue una de las imágenes más poderosas del año, pero su eco se extendió más allá de Sevilla. Representó la idea de que el toreo todavía puede cambiar el rumbo de una carrera de forma súbita y rotunda. Lo de Málaga fue de los momentos de la temporada. La tarde de Miura en Sevilla de Pepe Moral , por su parte, habló el lenguaje más clásico del toreo andaluz: verdad, resistencia y fe. Fue un triunfo que no necesitó continuidad inmediata para tener peso en el balance del año. Aunque triunfó después allá donde le dieron la oportunidad. El final de temporada trajo despedidas definitivas. La muerte de Rafael de Paula cerró para siempre la biografía del torero imposible, del genio indomable al que Andalucía siempre miró con respeto reverencial. Poco después se fue Álvaro Domecq , referencia ética y estética del rejoneo, símbolo de una manera de entender el caballo y el campo bravo profundamente ligada al sur. Dos muertes jerezanas distintas, pero complementarias, que recordaron que el toreo también se construye sobre ausencias. En medio de ese clima de balance, Andalucía volvió a mirar a Curro Romero . Veinticinco años después de su retirada, Curro sigue siendo vara de medir, espejo y raíz. No como nostalgia, sino como fundamento. Cada vez que el debate giró en torno a la verdad del toreo, su nombre volvió a aparecer, como ocurre siempre. Y mientras todo esto ocurría en los ruedos andaluces, la Maestranza vivió el movimiento más decisivo del año: el relevo de la empresa Pagés por Lances de Futuro . Un cambio que, aunque se produzca en Sevilla, tiene alcance en todo el mundo taurino. No es solo una cuestión de gestión, sino de modelo, de relación con la afición y de mirada hacia el futuro. Así se va el año taurino en Andalucía. Sin un relato único, sin conclusiones cerradas, pero lleno de señales. Un año atravesado por la figura de Morante, por triunfos con poso, por gestos que ordenaron rivalidades y por ausencias que obligan a pensar. Un año para leer entre líneas. Porque en el sur, el toreo no se entiende solo por lo que ocurre en el ruedo, sino por lo que queda flotando cuando la plaza se vacía.

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