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La aparición de la Virgen que la Segunda República debatió en el Congreso: «Es una conspiración»

Abc.es 

Uno de los fenómenos religiosos más sorprendentes y olvidados de la historia de España en el siglo XX se produjo, precisamente, en medio de la violencia anticlerical que se desató tras la proclamación de la Segunda República en abril de 1931. Los disturbios comenzaron en Madrid con la inauguración del Círculo Monárquico Independiente, fundado por el director de ABC, Juan Ignacio Luca de Tena , pocos días después. En primer lugar, la turba republicana intentó prender fuego a la redacción de este diario, situada entonces en la calle Serrano. Cuando la Guardia Civil impidió que la multitud arrasara la sede de ABC, esta redirigió su odio contra los conventos y las iglesias. Al parecer, había llegado a oídos del Gobierno que algunos jóvenes del Ateneo de Madrid estaban preparándose para incendiar todos los edificios religiosos de la capital. El ministro de la Gobernación, Miguel Maura , intentó impedirlo, pero el resto del gabinete no hizo nada por evitarlo. El mismo Manuel Azaña llegó a comentar: «Todos los conventos de España no valen la vida de un republicano». Fue en medio de todo este odio contra el catolicismo y sus curas y monjas cuando se produjo la supuesta aparición. Lo contó por primera vez la revista 'Blanco y Negro' el 26 de julio de 1931. El titular anunciaba: '¿Un milagro en Ezquioga?' . Todo el fervor anticlerical que recorría el país no impidió que, un mes antes, el 29 de junio, dos pastores de apenas 10 años, Antonia Bereciartu y su hermano Andrés , declararan haber visto a la Virgen en la ladera del monte de aquella pequeña localidad guipuzcoana. Los demás medios de comunicación pronto se hicieron eco de la supuesta aparición, hasta el punto de que el Gobierno republicano la consideró una amenaza para la estabilidad del nuevo régimen. Noticia Relacionada estandar No Contra los mitos de la Segunda República: el debate «sesgado» por la izquierda y la derecha desde la Guerra Civil Israel Viana En su nuevo ensayo, Alejandro Nieto huye de las habituales versiones «sesgadas» de la izquierda y la derecha para diseccionar el polémico régimen, convencido de que «ni una ni otra son plausibles hoy» A finales de ese año, aproximadamente un millón de personas ya habían peregrinado hasta Ezquioga para escuchar los relatos de aquellos dos niños, así como de otros cien 'videntes' más de la región que aseguraban haber tenido las mismas visiones de la Virgen y de diversos santos. El 13 de agosto de ese año, ABC se refería a este acontecimiento con las siguientes palabras: «Ir a Ezquioga este año es un deber ineludible para todo veraneante. Hace aproximadamente un mes, un niño y una niña, hijos de unos caseros, dijeron haber visto una misteriosa aparición. Al encaminarse por la noche a un caserío cercano, les salió una dama enlutada de un bosque, de suprema belleza, coronada de estrellas, acompañada de ángeles y nimbada de resplandor. La aparición se repitió en los días siguientes y, desde entonces, al paraje que los niños señalaron como fondo del supuesto prodigio afluye todas las tardes una multitud, que invade el monte esperando el milagro». Los peregrinos llegaban a la localidad en autobuses atestados o eran trasladados allí en los coches de los propios devotos. Algunos católicos españoles vieron la oportunidad para convertir al municipio guipuzcoano en la nueva Lourdes, cuyas apariciones en 1858 habían revitalizado la devoción en Francia. El primer difusor de todo aquel movimiento fue el cura de la localidad, Antonio Amundarain , que organizó los primeros viajes al monte. Su biógrafo asegura que era un entusiasta de las experiencias místicas y que, anteriormente, había creado un instituto laico para proteger a las mujeres de la corrupción de las ciudades y prometió organizar un ejército de vírgenes contra la «irreligiosidad, el libertinaje y la inmoralidad». El Gobierno, inquieto A medida que la expectación crecía y que los videntes a los que apoyó prometieron la protección de la Virgen, el Gobierno republicano comenzó a inquietarse. Revistas como 'Crónica' incluían fotografías de la zona y hablaban de 30.000 peregrinos el 19 de julio de 1931. Un día antes, ABC informó de que llegaron hasta Ezquioga «tres mil coches». En la misma crónica, el escritor y periodista Federico Santánder contó en este diario la experiencia de su viaje hasta el lugar de las supuestas apariciones: «La que habla con voz de éxtasis es una muchacha lugareña. Cree ver a la Virgen y se dirige a ella en su idioma natal. Estrujada por la gente, que se apiña a su alrededor, permanece indiferente a todo, como si estuviera en soledad. Y lo está. Tendidos los brazos, desencajado el rostro, con la mirada en alto, habla durante diez minutos. Pregunta a la Virgen qué desea de ella y le suplica que se haga ver. En su monólogo repite la palabra llena de amor: '¡Madre! ¡Madre!'. Más gritos, más sollozos: otra vidente. Esta dice dialogar con la aparición celestial. La Virgen le promete volver todas las noches hasta que vaya a Ezquioga la persona con la que obrará el mayor milagro. Abajo, cerca de la carretera, una voz infantil pide la vista para un ciego. Hablo con el niño, que describe a la Virgen con gran ingenuidad: 'Es una señora vestida de negro, con un pechero blanco y las manos juntas'. Le preguntamos si lleva, como dicen, ángeles y corona de estrellas. 'No sé, tiene una cara tan hermosa que no he mirado más', contesta. Hay por todo el bosque una corriente de emoción». En ese mismo verano, en la localidad alavesa de Espejo, un pastor de nueve años llamado José Luis Barrio contó que, mientras cuidaba a su rebaño de cabras, observó que una figura lo miraba desde lo alto. El niño describió aquella rara imagen como una virgen que le hablaba a lo lejos, lo que provocó que muchos de sus vecinos comenzaran a procesionar hasta la zona. En Torralba de Aragón (Huesca), cuatro niñas más aseguraron haber visto en una iglesia a una mujer extraña que desapareció de repente. En Mendigorría, Navarra, los protagonistas de las visiones en el verano de 1931 fueron trece niños. Entre todas las revelaciones hubo una recogida por los medios que resultó aterradora: «Justo dentro de cinco años se iniciaría una guerra». Supercherías El Gobierno se encomendó rápidamente a la tarea de borrar aquellas apariciones del imaginario popular y comenzó a tacharlas de ridículas, de supercherías y de negocios de gente aprovechada. Sobre todo, los nacionalistas vascos y los republicanos. En esa época, el obispo de Vitoria estaba desterrado en Francia por desafecto al régimen y, cómo tal, la concentración de aquellas multitudes atormentó al presidente y a sus ministros, que comenzaron a poner obstáculos y a desacreditarlas en la prensa. El 14 de agosto de 1931, ABC informaba de la sesión de las Cortes del día anterior en estos términos: «Se pasó a tratar de las apariciones de Ezquioga. Para la suspicacia del diputado don Antonio de la Villa, las apariciones, los rosarios y las manifestaciones católicas, hasta el grito de 'Viva Cristo-Rey', son expresiones de una gravísima y permanente conspiración contra la República. Nadie lo tomó en cuenta. La Cámara no hubiera alterado su ecuanimidad si las irremediables protestas de los diputados católicos no hubieran encendido la réplica. Más grave derivación hubiera podido provocar el crudo debate si las pequeñeces aducidas, como el negocio de las entradas y las invocaciones de la letanía, no hubieran reducido el caso a una paginilla provinciana de revista anticlerical. 'Ni diez minutos de atención de la Cámara merecía el asunto'», comentó Maura. El presidente del Gobierno, sin embargo, se equivocó, porque la cuestión estuvo muchos días en boca de los diputados y fue atendida como una de las cuestiones más importantes del momento. Sobre todo, porque a las peregrinaciones se sumaron decenas de miles de devotos catalanes procedentes, principalmente, de Terrassa, donde el conflicto entre patronos y trabajadores era especialmente violento. El principal organizador de las expediciones desde aquella zona fue un comerciante de paños, Rafael García Cascón, que se había casado con una de las hijas de la principal familia textil de Cataluña, y el obispo de Barcelona. Los catalanes tenían en la localidad guipuzcoana a sus videntes predilectos, la niña de nueve años Benita Aguirre y el herrero José Garmendia. Estos fueron llevados ante el presidente de la Generalitat, bajo la advertencia de que la Virgen le había dado un importante mensaje para él. Tras recibirlos, Francesc Maciá apoyó la construcción de una capilla en Ezquioga. Pío Baroja y Gregorio Marañón Las apariciones no solo causaron revuelo entre los políticos, también entre muchos intelectuales de la época. Pío Baroja recogió parte de la historia en su trilogía 'La selva oscura', publicada en 1932. Uno de los libros de esta se tituló, de hecho, 'Los visionarios', donde analiza los sucesos de Ezquioga con fuentes y testigos para destacar la veracidad que las revelaciones podían tener en algunos casos. Lo mismo le ocurrió al ilustre médico Gregorio Marañón, que defendió la supuesta autenticidad de los videntes. Finalmente, tras varios meses de peregrinaciones masivas, las visiones fueron condenadas por la Iglesia . Varios creyentes mantuvieron su devoción en privado, pero la mayoría lo convirtió en un tema incómodo del que hablar y prefirieron olvidarlo.

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