Normalizar el horror
La brutalidad del genocidio perpetrado por Israel en Gaza ha superado todos los límites de lo que habíamos visto. Montañas de cadáveres entre las ruinas, desmembrados y calcinados por las bombas; niños y bebés muertos o mutilados, cubiertos de sangre y polvo; familias enteras masacradas, hijos llorando a sus padres, padres llorando a sus hijos; fosas comunes repletas de cuerpos descoyuntados; hospitales colapsados de heridos y fallecidos; civiles ametrallados a quemarropa o tiroteados por francotiradores; presos humillados y torturados como en Abu Ghraib; más periodistas asesinados que en ningún conflicto moderno, la Franja reducida a escombros… “El horror, el horror”, que decía Kurtz en la novela de Conrad, El corazón de las tinieblas, título que describe el infierno creado por Israel en Palestina.
No es menos aterradora la violencia de sus palabras y sus gestos. Vídeos de israelíes ridiculizando y deshumanizando a las víctimas; las Fuerzas de Defensa celebrando los asesinatos con bailes y cánticos; discursos en los medios pidiendo un castigo bíblico, una bomba nuclear, convertir Gaza en Dresden, matarlos por miles; ministros, políticos, embajadores y el propio Netanyahu justificando la destrucción y la masacre, llamando “hijos de la oscuridad” y “animales humanos” a los palestinos. “¡Exterminad a todos los brutos!”, decía Kurtz también en sus escritos sobre la Supresión de las Costumbres Salvajes en el Congo. El lenguaje del exterminio colonial y racial es siempre el mismo. Convertir al otro en bárbaro, bestia, bicho para justificar su aniquilación. Convertirlo en cucaracha para poder aplastarlo con el pie.
Lo saben bien los judíos porque lo han sufrido a lo largo de la historia y lo sufrieron a manos del nazismo. Ahora otros judíos se lo hacen al pueblo palestino escudándose paradójicamente en el Holocausto para obtener impunidad y en el antisemitismo para inmunizarse de la crítica. Nazis utilizando el nazismo como coartada. Genocidas exculpándose con otro genocidio. Pero no son antisemitas intelectuales judíos como Norman Finkelstein o Gideon Levy, historiadores israelíes como Raz Segal ni las organizaciones humanitarias de Israel que denuncian la masacre. No es antisemita el grupo de académicos, diplomáticos, activistas israelíes que han llevado a los tribunales las constantes incitaciones al exterminio en los discursos públicos. Estamos viendo cómo debió de ser el nazismo en acción. Como entonces, solo unos pocos se atreven a combatirlo.
Solo unos pocos. El mundo asiste impasible o impotente a la barbarie más atroz que hemos visto en la atroz y visual era moderna. Es insoportable, y sin embargo, lo soportamos. Lo soportamos porque esta vez es nuestro nazi. Nuestro amigo. Aliado de la OTAN. EE.UU. lo apoya por interés estratégico. Alemania, por sentimiento de culpa. Europa, por servilismo. Todos por dinero. Le venden armamento, hacen negocios con ellos. Son de los nuestros.
Lo soportamos porque los muertos son los otros. Por nuestra mirada occidental, colonial y racista. El genocidio que vemos en Gaza desde hace tres meses, nunca se hubiera permitido en Israel. Hamás atentó un solo día y el mundo se movilizó para pararlo. Las 1.200 víctimas israelíes conmocionaron mucho más en Occidente que las 23.000 víctimas palestinas, los 60.000 heridos, los 8.000 desaparecidos y los 2 millones de desplazados gazatíes. Lo soportamos porque los medios nos dicen que Israel es la democracia, son los buenos, son las víctimas; Palestina es Hamás, son los malos, terroristas todos. Aunque hay una disonancia cognitiva imposible de sortear para cualquiera que tenga un mínimo de conciencia: están matando a niños, familias, periodistas. Ninguno armado.
Lo soportamos porque hemos normalizado la violencia. La violencia nos rodea, nos anestesia, nos da igual mientras esté lejos. La normalizamos como si no fuera real, como si no importara, como si no fueran el germen de los neofascismos. Normalizamos a una turba apaleando en plena calle a un muñeco del presidente del Gobierno con la misma naturalidad con la que normalizamos el exterminio palestino o las muertes en el Mediterráneo. Los deshumanizados no son las víctimas, los deshumanizados somos nosotros. Estamos perdiendo humanidad. Mientras en Palestina sucede una masacre de padres e hijos a cargo de un Herodes contemporáneo, el mundo cristiano celebra sin inmutarse la Navidad que conmemora la huida de unos padres con su bebé en Palestina para salvarse de una matanza de niños. Qué ironía, qué cinismo.
¡Hasta que nos sangren los ojos!, repite Maruja Torres en X cada vez que sube una foto del horror palestino para despertarnos. Pero los ojos no sangran porque hemos normalizado el horror, porque banalizamos el mal. El mal no es solo monstruoso, es también banal, como nos contó Hanna Arendt: es la banalidad de quienes permiten al monstruo mirando hacia otro lado, consintiendo. Nosotros también podemos ser el mal. Pero podemos hacer el bien denunciando el horror hasta que nos sangren los ojos.