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Un paseo por el feísmo toledano. Capítulo primero

Abc.es 
Francisco de Quevedo en uno de sus Sueños llega al infierno, donde se encuentra con unos condenados que están sufriendo penas horribles por culpa de sus pecados. Cuando el soñador pregunta a uno de los diablos qué cosa tan atroz habían hecho estos desgraciados para merecer semejante castigo, el diablo le contesta que habían atentado contra el buen gusto. Noticia Relacionada opinion No Atrapados en el puente Luis Peñalver Alhambra Muchos de los que hemos tenido la suerte de nacer o de vivir en Toledo nos preguntamos si las autoridades desde sus despachos van a hacer algo para remediar que la ciudad muera para los toledanos El feísmo, que ha llenado toda la geografía española de edificios horteras y abominables esculturas de rotonda, se ha abierto paso también en nuestra castigada ciudad de Toledo. Proponemos aquí un breve recorrido por alguna de las obras más emblemáticas de esta estética, enemiga mortal de los más elementales principios del arte y el buen gusto. Se puede ser indulgente con el hortelano que, junto a una noria, nos recibe con el azadón en la mano cuando entramos a la ciudad por Santa Bárbara, pero no con la estatua ecuestre de Alfonso VI , señero monumento a la decadencia del arte institucional y a una estética agotada ya desde hace siglos. Con esta monumental afrenta (en primer lugar, al propio rey castellano, que ya sufrió muchas afrentas en su vida) se topa el visitante que llega a Toledo desde Madrid. Quizás en otro lugar tengamos tiempo para penetrar en el complejo programa iconográfico de este conjunto escultórico, o en el sutil homenaje epigráfico a las tres culturas (eso sí, con la espada en cruz en lo más alto, como una forma de saludo y de advertencia al turista, que debe saber que está entrando en una ciudad reconquistada para la cristiandad). Dejemos a Garcilaso de la Vega, en ansia de musas inflamado, o al malogrado comunero de Castilla, que bastante tiene con la monumental cabeza que le han plantado, y fijémonos en lo que han hecho con el pobre Cervantes en la bajada del Arco de la Sangre, muy cerca de la posada que fue escenario de las correrías de la ilustre fregona. Pocas estatuas toledanas son más vistas, manoseadas y fotografiadas que la de este mozo broncíneo que más parece el lindo don Diego, el vanidoso personaje de la obra de Agustín Moreto, que el autor del Quijote. Si el escultor de esta soberbia obra de arte hubiera leído la biografía de Cervantes, sabría que el escritor huyó siempre de cualquier forma de afectación, tanto en su vida como en su obra. Mención especial merece el oscuro busto de Samuel Leví , tesorero del rey Pedro I el Cruel y gobernador de los judíos, frente a la sinagoga que se erigió a su costa. Si se lo hubieran propuesto no habrían conseguido una caricatura del judío como ésta, digna de figurar en un libro para colegiales de la Alemania nazi, pues no le falta ninguno de los rasgos fisonómicos del tipo de judío abyecto, protagonista de tantas leyendas toledanas: la nariz ganchuda, la mirada torva y ruin, el pelo hirsuto… Y que nadie lo dude: si en vez de los rollos de las Ley el escultor se hubiese acordado de reproducir las manos, éstas serían las de un usurero. No muy lejos de este particular homenaje al hebreo toledano, el viandante se acuerda (por fortuna, ya sólo puede acordarse de ella) de aquella colosal columna levantada junto al túnel de las Cortes, que hubiera sido idónea para albergar la ascética vivienda de Simón el Estilita. Del valor estético de la escultura que recuerda al Greco en esta misma rotonda, o de la interpretación del apostolado del cretense que se erige frente a su Museo, nos reservaremos la opinión. Cerramos el capítulo escultórico con una de las perlas de este breve monstruario del feísmo toledano. Hablamos, naturalmente, de la estatua del cardenal Sancha, ubicada para desgracia de los toledanos en la hermosa plaza del Padre Juan de Mariana . Han querido recordar a este santo varón con un pecado contra el buen gusto. Vemos al «padre de los pobres» junto a un viejo indigente, feo como un gigote, redimido en su pobreza por la caridad áulica del Purpurado, el cual muestra perfil y ademán torero, «manoletero», antes que el que se le supone a un humilde beato, con ese brazo y esa mano que parecen extenderse no para dar limosa sino un derechazo al pobre mendigo babeante que lo embiste con la gorra. No repara el cardenal en ese niño picaruelo que lo aborda por detrás (obsérvese el simpático detalle del tirachinas en su bolsillo). El delicioso conjunto, que ha estropeado una de las estampas más bonitas de la ciudad, fue inaugurado en su día con toda la pompa por el alcalde y el arzobispo de turno en un acto solemne en el que el escultor explicó su intención de reflejar en su obra la personalidad del cardenal Ciriaco María Sancha, «mostrar su amabilidad, sosiego, tranquilidad, la paz interior que tenía y su ejemplo de santidad». No sabemos si acertó con el carácter del susodicho, pero algunos toledanos nos quejamos del estropicio de vista que nos ha dejado. ¿Qué ha hecho esta «peñascosa pesadumbre», que ha sabido recoger las excelencias artísticas de todas las culturas que pasaron por ella, para merecer semejantes injurias estéticas? Posiblemente Gregorio Marañón no entendería lo que han hecho con su busto en la calle de Santo Tomé , un bronce firmado por Victorio Macho y agredido en el cogote con el toldo de la terraza de un conocido bar (habrá que hablar también de cómo algunos establecimientos hosteleros se han apropiado de los espacios públicos). Toledo tiene una deuda con el arte de nuestro tiempo. Mencionemos de pasada la triste suerte del Museo de Arte Contemporáneo, cerrado en 2001, o la escasa fortuna también de las tres esculturas de Cristina Iglesias, una de las artistas más reputadas de la escena internacional, de las cuales dos permanecen cerradas, la del convento de Santa Clara y la de la Torre del Agua. Unas palabras asimismo para la escultura de Chillida de la Puerta de Alfonso VI , que nació con la voluntad de inaugurar un museo de esculturas al aire libre y que a menudo amanece maltratada y pintarrajeada. Bienvenidas sean esculturas como la de Rafael Canogar, frente a la puerta del Cambrón, o el Cristo junto a San Juan de los Reyes, aunque para algunos no sea la mejor obra de Longobardi (popularmente se ha bautizado esta escultura como el Cristo del hula hoop). Y ya que hablamos del arte escultórico, qué interesante sería que la ciudad rindiese un merecido homenaje, en forma de esculturas realizadas con una estética actual en lugares significativos del casco histórico, a autores de la talla de Rilke o Pérez Galdós, que compartieron su pasión por Toledo. O coger los bocetos del artista más importante que hemos tenido en Toledo en el siglo XX, que no es otro que Alberto Sánchez, y realizar una buena selección de esculturas para embellecer la ciudad. Podemos hablar en este paseo por el feísmo toledano de las luces de colores con las que se engalanan edificios históricos de la ciudad, como si fueran atracciones de feria, de los macrohoteles que se han apropiado de manzanas enteras, o del nivel paupérrimo de los establecimientos para turistas de calles tan emblemáticas como la calle Ancha. Pero eso será tema de otro capítulo. SOBRE EL AUTOR Luis Peñalver alhambra Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid

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