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La rosa antigua que se opone a la despoblación rural

Abc.es 
Todo empezó en Bulgaria, en un congreso sobre el cultivo de la vid. La científica Carmen Martínez estaba caminando y olió unas flores. La fragancia la transportó rápidamente a su niñez. «Había un rosal lleno de flores y me acerqué a olerlo», explica ahora, «y al olerlo me vino un recuerdo de la infancia». Había algo en ese olor que la llevaba al rosal de casa de su familia. Pero a diferencia de otras veces en las que un recuerdo olfativo nos lleva a un viaje en el tiempo, Martínez sacó algo más de esto. La magia de la memoria dio el chispazo de inicio para la ciencia. «Fue como tantas otras veces: una casualidad y el conocimiento de años trabajando», resume. La científica es la directora del Grupo VIOR (Viticultura, Olivo y Rosa) de la Misión Biológica de Galicia – CSIC. Lleva décadas trabajando en recursos agrícolas, como las vides o el olivo, una experiencia que cambió su respuesta a lo que le acababa de pasar. La rosa búlgara que le recordaba a su infancia la puso en la pista de algo que iba más allá. ¿Y si la rosa de su niñez fuese distinta, especial, única? Así empezó a investigar sobre su rosa, que crecía en las montañas asturianas, en el concejo de Cangas del Narcea. Lo que descubrió junto a su equipo es que aquella rosa —ahora llamada rosa Narcea— era única. Y esa unicidad le daba un valor excepcional. Carmen Martínez. CSIC «Sabíamos que este rosal era muy antiguo», señala. Tanto, de hecho, que es un superviviente de un hito que en el siglo XIX cambió el panorama de los jardines europeos. Hasta entonces, en Europa se cultivaban más de 100 especies de rosas antiguas, pero hacia mediados de ese siglo desaparecieron de los jardines. Las rosas de China —mucho más ornamentales y que se mantenían todo el año, a diferencia de las europeas y su floración limitada en el tiempo— se importaron y sustituyeron a las que había autóctonas en Europa. Los investigadores analizaron su ADN y vieron que era un híbrido natural de rosas europeas, de la centifolia y la gálica. El rosal estaba ya en 1882 en un jardín familiar. No se sabe mucho de su historia, aunque sí «que era distinto a todos los otros». «Nuestra hipótesis es que es un cruce natural que se produce en la naturaleza, como tantas otras plantas», explica Martínez. De ahí, habrá llegado al jardín, donde sobrevivió al paso de las décadas. Ya solo esto haría de este rosal un elemento interesante, porque es un testigo de algo perdido. ¿Ayuda a recuperar la biodiversidad? «Por supuesto», apunta la investigadora. Mantener y asegurar la biodiversidad es, como no se cansan de repetir las voces expertas cuando se le pregunta sobre este tema, algo fundamental para mantener la resiliencia de la naturaleza, clave para sobrevivir a los retos del cambio climático. Recuperar las especies antiguas es un camino para conseguirlo. «Lo hemos hecho en la vid, donde hay una riqueza enorme y es una pena perderla», señala. Al fin y al cabo, como explica Martínez, la recuperación no es solo la de las especies silvestres sino también aquellas que forman parte del patrimonio agrario. Estas últimas tienen un importante valor económico, cierto, pero también natural. Pero, además, esta rosa de olor especial es en sí misma un recurso. «En España no hay tradición de cultivo de rosas, menos aún antiguas», apunta la experta. Esto no quiere decir que estas flores son sean un elemento de valor. De ellas se extrae aceite esencial, que valora la industria de la perfumería —quizás a quien asociamos ya por defecto cuando pensamos en rosas— pero no solo. Las rosas Narceas son muy ricas en polifenoles con aplicaciones en campos tan variados como la gastronomía, la medicina o la cosmética. Es «un recurso agrario único», resume Martínez. Las rosas ofrecen un nuevo recurso económico único para la zona, lo que ayuda a diversificar las opciones de vida de sus habitantes De hecho, se ve esta flor como un elemento de elevado potencial para la zona en la que se ubica. La rosa se ha adaptado a la zona en la que ha aparecido: necesita su suelo fresco y húmedo, las temperaturas típicas de la primavera asturiana y que no haya un exceso de horas de sol. Para crecer necesita, en resumidas cuentas, la montaña en la que lo ha hecho siempre, por lo que su cultivo se convierte así en una oportunidad para el valle del río Cibea, el área de Cangas de Narcea. Es una zona de pasado minero, explica la científica. También una que se ha enfrentado en los últimos tiempos a la despoblación. Esto hace que sea tan especial: se podría decir que es un 'rosas contra la despoblación'. Las rosas ofrecen un nuevo recurso económico único para la zona, lo que ayuda a diversificar las opciones de vida de sus habitantes con una nueva potencial fuente de emprendimiento rural. El propio proyecto ha nacido conectado con la Plataforma Alcinder (Alternativas Científicas Interdisciplinares contra el Despoblamiento Rural). Desde el grupo de investigación ya se ha creado una empresa de base tecnológica para su cultivo, Aromas del Narcea. Lo que era un rosal en un jardín empieza a ser mucho más que eso. «Tenemos ya 10.000 plantas», apunta Martínez, y esperan llegar «hasta 40.000». La científica asegura que hay interés y que se les han acercado empresas diferentes para saber más sobre sus flores. Recientemente, por ejemplo, han recibido el premio de innovación y sostenibilidad de la Academia del Perfume. Además, esta es una flor protegida. Esto hace que funcione casi, simplificándolo, como una rosa de denominación de origen. Se puede trazar de donde viene y a dónde va. Potencialmente, podría, por ejemplo, convertirse en la nota de olor exclusiva de un perfume. Parece inevitable antes de cerrar la conversación preguntarle a Martínez algo fundamental: ¿a qué huele la rosa narcea? Es una pregunta difícil de responder, reconoce la científica, que hala de notas verdes y dulces y matices propios. «Hay que olerla», insiste. Para ello habrá que esperar a la próxima primavera cuando esta rosa «de color fucsia, un potente rojo púrpura» florecerá en las montañas asturianas.

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