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Comenzar una vida con lo puesto tras perderlo todo en el incendio: “Vamos a intentar estar todos a una”

Comenzar una vida con lo puesto tras perderlo todo en el incendio: “Vamos a intentar estar todos a una”

Todos los vecinos coinciden en una descripción: huele a plástico quemado. Es viernes, bien entrada la mañana, y 18 horas después de que se iniciara el incendio en un par de bloques de 140 viviendas en Nou Campanar, el olor sigue en la calle. La vista del edificio es desoladora: un gran esqueleto abrasado que se erige junto a la rotonda, del que a media mañana todavía salen humo y cenizas. Para los vecinos, los últimos diez años de su vida han quedado reducidos a esa estampa.

La mayoría aún están asimilando lo ocurrido, les parece una película. Por el momento, hay una decena de víctimas mortales, varios desaparecidos y más de un centenar de desalojados. "Fue todo muy rápido", dice Pilar. Con 71 años, esta mujer salió a pasear a los perros de su hija, Esther, mientras ella regresaba de trabajar. Al volver a casa, pasadas las cinco y media de la tarde, vio una columna de humo saliendo del edificio. Subió hasta el tercer piso y aporreó la puerta de su hija, vecina de la misma planta, y al comprobar que no estaba dentro volvió a la calle con sus mascotas. Iba con lo puesto, ni siquiera llevaba la cartera. Quince minutos más tarde, Esther llegó al edificio, donde ya había prendido toda la fachada.

"Bajé a casa con las perritas, subí corriendo a coger el móvil y ver si estaba mi hija", explica Pilar a este diario. Ya en la calle, cuenta los bomberos pidieron que se apartaran de las proximidades del edificio y confiaban en una rápida extinción: "No me lo creía, las llamas venían de la parte izquierda y yo estoy en la derecha, pensé que podrían apagarlo, que podríamos recoger nuestras cosas", apunta. "No nos han querido decir quienes son", dice, sobre las víctimas y los desaparecidos. Ahora están pendientes de las ayudas de emergencia y de una indemnización del seguro para reconstruir su hogar. Toda su vida estaba en ese piso. "Toda la vida ahorrando", lamenta Pilar, que recuerda cómo hace diez años le dijeron que "las calidades eran buenísimas, eran las mejores". Ahora, "no me veo con fuerza para nada".

Esther, su hija, entró en un piso de alquiler poco después, en el mismo edificio. La familia arrastraba el duelo de la muerte de su padre y todos los recuerdos estaban en su casa. Han pasado la noche en casa de su hermano y ahora volverán al hotel habilitado hasta el jueves. Después, no saben. Les han dicho que podrán optar a las viviendas que ha adquirido el Ayuntamiento de València, pero les pesa la incertidumbre. "No sabemos si están amuebladas y equipadas, si hay que comprar electrodomésticos", apunta su hermano, que las ha acompañado al centro de asistencia psicológica. Ellas se centran en la respuesta material, en seguir hacia adelante. "Somos fuertes", enuncian, sin retirarse las gafas de sol. Pasarán el viernes haciendo todas las gestiones posibles; de momento, solo tienen un día libre.

La Policía controla los accesos, mantiene atrás a los curiosos, pero centenares de personas se acercan a ver el edificio. Se aproximan muchos paseantes, que especulan con la calidad del material o recuerdan la promoción urbanística. El edificio se construyó en la zona del pelotazo urbanístico, del fantasma del desarrollo de una ciudad en ebullición que pronto se desinfló. En 2015, en plena crisis, y una década después de la construcción, algunos pudieron adquirir las viviendas. Muchos pusieron en ellas todos sus ahorros. Aún habiéndose desinflado, la obra seminueva rondaba los 300.000 euros. En propiedad o en alquiler, prácticamente todos habían construido allí su vida en la última década. Y en cuestión de media hora, vieron la fachada esfumarse, "como si fuera una película".

El barrio se ha volcado con los afectados. Los vecinos han hecho suya una máxima, algo que explicó Susan Sontag en su ensayo sobre la representación del dolor: la compasión necesita de acciones o se marchita. En cuestión de horas, se han movilizado para que los afectados tengan el máximo respaldo. Agrupaciones falleras se han convertido en un cuartel. Los miembros de la Falla Maestro Rodrigo-General Avilés han hecho de su casal un almacén improvisado de gestión de ayuda. Cinco familias de la falla vivían en el edificio afectado. Todas están bien, pero les ha tocado de cerca.

Los jóvenes que han organizado la ayuda, cerca de medio centenar, son extremadamente respetuosos con la privacidad de sus vecinos. Mantienen el contacto a través del presidente de la falla, no los quieren saturar. Se han centrado en el aspecto práctico y en arropar a sus vecinos con todo lo que pueden. "Por el momento no quieren hablar y nosotros lo respetamos", dicen. Los chicos y las chicas de la falla tienen alrededor de 20 años y trabajan a destajo desde las 9 de la mañana. Seleccionan la ropa y los productos de higiene, los distribuyen, empaquetan y etiquetan a la espera de que lleguen las furgonetas de transporte. Un grupo hace cajas, otro examina las prendas, otro va al supermercado. La mayoría son chicas, estudiantes, que han memorizado los enseres básicos. En un momento dado se acerca una mujer mayor a ofrecer ayuda, les pide una lista de la compra y se va al centro comercial colindante a por ropa nueva para donar. Ellas repiten: "necesitamos ropa interior, ropa de bebé, productos de higiene y zapatos, de todas las tallas", y agradecen cariñosamente a los vecinos sus aportaciones. "Y comida para los perritos", añade una más. Muchas familias tenían mascotas y son miembros de la familia.

En media hora pasan por el lugar más de treinta personas. Vienen con bolsas, maletas y carritos de la compra. Quienes van con las manos vacías solo lo hacen porque preguntan qué pueden traer después. Marcos es uno de los jóvenes de la junta directiva de la falla que ha organizado la recogida. Estudiante de magisterio, se enteró del incendio por WhatsApp y enseguida salió de clase. Son compañeros de estudios, conocidos, quien no vive en ese edificio vive en el de al lado, indica. Andrea, prácticamente de su misma edad, cuenta que lo supo hablando con su madre, que tiene amigos en el bloque afectado, y salió corriendo a ver lo sucedido. "Era horrible ver a la gente gritando desde los balcones", narra.

Una mujer, residente del edificio, se acerca a la mesa del voluntariado. Apenas se sostiene, tiene dificultades para expresarse, y los voluntarios la arropan. Le preguntan si tiene dónde quedarse, qué necesita, cómo está su familia. Le preguntan por las edades de los jóvenes, su talla de ropa y calzado. En dos minutos aparecen con varias bolsas con elementos de higiene y de ropa básicos. Hasta le ofrecen vestimenta para la ofrenda a la Virgen, uno de los acontecimientos más emotivos para los falleros. La mujer apenas puede verbalizar: "Me voy al ambulatorio a coger la baja". "Todos te queremos y estamos contigo", le dicen.

La pareja que fue rescatada por los bomberos tras pasar horas en el balcón de su piso ha explicado que fue "una situación emocionalmente muy cargada". "Estuvimos dos horas y media en la terraza, pero ahora estamos vivos, que es lo que importa", indican, agradeciendo a los bomberos su trabajo. En la misma línea se muestran Laura y Manu, una pareja que había encontrado en Nou Campanar su primera vivienda en régimen de alquiler: "Nos encontramos sin nada, pero estamos vivos", valoran. "Más que apenarnos, vamos a intentar estar todos a una. Somos unos suertudos porque hay gente llamando a sus hijos y no les cogen el teléfono", recalca la pareja, que ha pasado la noche en el hotel habilitado.

"Bajamos 20 minutos a la oficina de Correos y cuando volvimos intentamos salvar a nuestro perro, pero ya estaba todo en llamas", narra Lisa, una mujer ucraniana afectada, en declaraciones a Europa Press. En el edificio vivían muchos migrantes que apenas han podido conservar sus pasaportes. Yury volvía de un viaje de trabajo cuando su mujer le llamó para decirle que había un incendio, cogió la documentación y salió del edificio, pensando que sería algo rápido y que podría volver a casa. También Tomas Radavicius, cuyo piso en la quinta planta ardió completamente en cuestión de minutos. El joven, que estaba fuera del edificio cuando ocurrió el incendio, vivía con su mujer que sí estaba pudo salir del inmueble por su propio pie, según recoge la agencia de noticias.

El apoyo psicológico es imprescindible en el momento inmediato. El coordinador de Emergencias de la Cruz Roja, Miguel Ángel Rodríguez, apunta que "es una situación traumática, un shock". En estos momentos, se debe "estar al lado de las personas en una situación de incertidumbre enorme. Lo primero que necesitan es apoyo", subraya. "Cada persona es un libro", destaca el experto, que también está prestando apoyo al personal de emergencias que ha participado en el rescate y empezará a dar soporte de atención psicológica en un colegio porque "los niños están afectados". "Ayer fue el día más duro", por la inmediatez de las llamas, pero en los próximos días se irán desarrollando los primeros pasos del duelo.

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