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'Perros callejeros', el Vaquilla y el cine quinqui: del estigma social al patrimonio cinematográfico

Abc.es 
Extrarradio de Barcelona, años 70. El Torete, el Corneta, el Pijo y el Fitipaldi calientan en la banda. Planean el siguiente palo mientras entran y salen del reformatorio de Wad-Ras con desparpajo atlético. Otro tirón. Otro bolso arrancado a la carrera. Y vuelta a empezar. Miles de coches robados. Otros tantos estrellados. Asaltos a tiendas. Atracos a parkings y gasolineras. A la vuelta de la esquina esperan el Vaquilla y el penal de Ocaña. Los Chichos, Los Chunguitos y Rumba Tres. Pero eso será más adelante. Aquí y ahora, a bordo de un Seat 124 blanco recién birlado, El Torete y sus compinches queman rueda mientras ponen la primera piedra del llamado cine quinqui. 'Perros callejeros'. 1977. Sólo unos meses antes, José Antonio de la Loma descubrió las proezas delincuenciales, por decir algo, de Juan José Moreno Cuenca, El Vaquilla para los amigos y la radiofrecuencia policial, y decidió que ahí había una historia. Y una película. Y, por extensión, todo un universo cinematográfico. «El cine quinqui es un género surgido en los años de la Transición como una explosión de vitalidad ante la censura franquista, y una denuncia de la marginación y abandono en la que vivían los barrios de barracas y los nuevos polígonos de barraquismo vertical creados en los años sesenta y setenta del siglo pasado en los extrarradios de Barcelona, Madrid o Bilbao», expone Núria Vidal, crítica cinematográfica y responsable de un proyecto de recuperación patrimonial y mapeo geográfico impulsado por la Academia del Cine Catalán. ¿El objetivo? Cartografiar los escenarios de películas como 'Yo, El Vaquilla'. 'Perros callejeros 2' y 'Fanny Pelopaja', entre otras, y reivindicar la memoria visual de un mundo «borrado» del relato actual de las ciudades pero que está íntimamente ligado a la historia de Barcelona, Sant Adrià del Besós, Badalona, Girona o L'Hospitalet del Llobregat. El Xino y Bellvitge. La discoteca Zafiro 3 y el Las Delicias del Carmel. El Torete y compañía, en 'Perros callejeros' ABC Para ello, se han impulsado proyecciones y mesas redondas y, sobre todo, se ha desplegado un itinerario virtual que permite viajar de La Mina a La Modelo y de Torre Baró al Camp de la Bota siguiendo las andanzas del Cornetilla, la tía Penas, el Pijoaparte, el Torete y, claro, el Vaquilla. Héroes populares con fecha de caducidad y mala vida casi de serie que arrastraron al público a un descampado de degradación y marginalidad. «Era un cine muy popular que hablaba de violencia, drogas, sexo y delincuencia, incómodo y molesto tanto para la derecha como para la izquierda, porque ponía de relieve una realidad social muy conflictiva sin coartadas sociales o redentoras», prosigue Vidal. Rodar en La Mina En 2009, el CCCB ya dedicó una completa y reveladora exposición al 'universo quinqui', con sus películas, sus canciones y sus connotaciones sociales, pero ahora se trata de afinar un poco más el tiro, con perdón, y geolocalizar los momentos y lugares de las películas de José Ángel de la Loma, Vicente Aranda, Gonzalo Herralde y, como bola extra, Daniel Monzón. En Madrid, Eloy de la Iglesia ya apuntaba maneras con 'Los placeres' y se preparaba para desenfundar con 'Navajeros', pero fue en La Mina, en un solar junto al desportillado y denostado bloque Saturno, donde el cine quinqui empezó a echar raíces. Y a alzar el vuelo. O, por lo menos lo intentó, ya que los vecinos del barrio, sospechando que aquello de glorificar las fechorías de un puñado de malhechores juveniles interpretados por sí mismos haría más mal que bien, empezaron a manifestarse y a boicotear el rodaje. Empapelando el barrio, pósters con una caricatura de 'El Loma'. «Se busca», podía leerse. ¿Recompensa? «La dignidad de un barrio». Al final, de La Loma no tuvo más remedio que hacer las maletas y buscar otras localizaciones. Nada grave: cerrando lo suficiente el plano, los edificios de Bellvitge y Ciutat Badia daban el pego. El estigma, sin embargo, se lo quedó La Mina, hogar del Vaquilla y, desde entonces, Distrito Apache oficial en el imaginario barcelonés. «El inmovilismo social y la incapacidad de escapar del entorno son características del mundo quiqui que se reflejan muy bien en las figuras del Torete y el Vaquilla», resume Vidal. El rodaje de 'Perros callejeros' duró seis meses y, milagro, durante este tiempo disminuyeron notablemente los robos en Barcelona: el Torete y compañía, claro, estaban demasiado ocupados rodando persecuciones como para atender a sus negocios habituales. Cuando se estrenó la película, en cambio, llegó el desborde: récord en taquilla (fue la película más vista de aquel año), pánico en las calles y efecto llamada, con cerca de 17.000 detenciones de delincuentes juveniles practicadas durante los meses posteriores, según datos de la Academia del Cine Catalán. Una imagen de 'Fanny Pelopaja' ABC Con esta «mirada específica» a filmes y localizaciones, la institución busca reflexionar sobre los efectos que estas películas tuvieron en las ciudades y «los deberes aún pendientes en relación a la estigmatización de determinados espacios y la perpetuación de viejos estereotipos quiquis». «Todas estas películas son una memoria visual de un mundo que ya no existe», apunta Vidal. En el listado, la fundacional 'Perros callejeros' comparte protagonismo con otras dos películas de José Antonio de la Loma ('Perros callejeros 2', de 1979; y 'Yo, El Vaquilla', de 1985) rodadas en Barcelona, Gavà, Castelldefels y Girona, así como con 'Fanny Pelopaja' (1984), adaptación de Vicente Aranda de una novela de Andreu Martin con la que el cine quinqui empezó a dar «síntomas de agotamiento». El paisaje se expande con guiños a Vilafranca del Penedès, los bosques de Collserola y Sant Just Desvern, pero la Barcelona de Fanny es «el submundo urbano del Xino, del Molino, de lo que ahora es el Raval». Un decorado parecido al que transita el Pijoaparte en 'Últimas tardes con Teresa' (1984), película de Gonzalo Herralde a partir de la novela homónima de Juan Marsé que, a pesar de estar ambientada en 1957, anticipa lo que está por venir: con su moto robada y su traje de verano color canela, Manolo Reyes es el antepasado más o menos directo del quinqui vivalavirgen de los ochenta. Su fortuna, sin embargo, fue muy diferente. «Al contrario de lo que ocurrió con los quinquis en el barrio de La Mina, la mirada literaria de Marsé dignificó en cierto modo El Carmel, lo abrió en la ciudad y le dio a conocer a gente como la madre de Teresa», leemos. Cierra el círculo, casi antesdeayer, 'Las leyes de la frontera', adaptación de la novela de Javier Cercas con la que Daniel Monzón echó mano de todo lo aprendido de Eloy de la Iglesia y 'Deprisa, deprisa', de Carlos Saura, y lo reinventó en las calles de Girona y en las celdas de La Modelo entre canciones de Derby Motoreta's Burrito Kachimba y sprints ante la policía. Una relectura contemporánea del género a la que se suman otros títulos recientes como 'Sueños y pan', de Luis Soto Muñoz; 'Hasta el cielo', de Daniel Calparsoro; o 'Mi soledad tiene alas', película con la que Mario Casas debutó en la dirección para recrear su infancia en el extrarradio de Barcelona. Nuevos ecos del cine quinqui de los ochenta que devolvieron las cámaras y los rodajes a La Mina, aunque con un un resultado bastante diferente: si en 1977 el barrio expulsó de ahí al equipo de rodaje de 'Perros callejeros', 45 años después más de setenta vecinos se pusieron a las órdenes de Casas para trabajar como extras y figurantes de la película. «Mario no ha venido a manchar la imagen del barrio», dijo entonces Toni Porto, encargado de reclutar a los actores del barrio. «Aceptar que ese mundo degradado existe es una manera de reconocer todo lo que se ha conseguido para mejorar esos barrios y extraer el estigma de marginalidad que llevaban incorporados», defiende desde la academia.

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