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La estrategia de Milei en Argentina: una sociedad estresada

Noticias absurdas como que el presidente argentino Javier Milei y el expresidente Mauricio Macri querrían crear una fuerza de centroderecha. Insólitos artículos de opinión anonadados porque hay actitudes del presidente que indican que sigue de campaña electoral y prioriza la escena más que el gris del Gobierno y la gestión. Una sorpresa sin sentido ante la caída estrepitosa de los ingresos de asalariados, jubilados y clases medias. Prometió subidas de tarifas: cumple con exuberancia. ¿Cómo conceptualizamos a este Gobierno?

La política está opaca y enrevesada. Países comunistas encabezan la lista de potencias capitalistas. Socialistas privatizan, comunistas apoyan guerras imperiales, megamillonarios piden pagar más impuestos, empresarios emigran para pagar menos, peronistas o radicales votan leyes o se ríen junto a Milei. Saudades de la colección de 'ismos': comunismo, liberalismo, fascismo, socialismo, desarrollismo. Qué ordenado estaba el mundo en la guerra fría.

Pero no. Milei y Macri no pueden formar una fuerza de centroderecha. Ni Milei abandonará la escena de “campaña” y se replegará sobre la gestión.

El Gobierno argentino pertenece a una especie política bien definida: una 'nueva extrema derecha' que llegó a varias presidencias y a casi todos los parlamentos. En la mayoría de los países de América y Europa pasó alguna una de estas dos cosas: o el tradicional partido de derecha se convirtió en uno de derecha extrema, o surgió una nueva fuerza de extrema derecha. Argentina es una excepción: pasaron las dos. Surgió una nueva fuerza de derecha extrema y el PRO (el partido fundado por Macri) se alió con ella.

Veamos algunas claves del Gobierno: nadie le tomó el juramento como presidente: se lo tomó él mismo; se negó a dirigirse a la Asamblea Legislativa el día de su toma de posesión, firmó el decreto de necesidad y urgencia más extenso de la historia argentina, cuando le toque su hora el Poder Judicial lo declarará inconstitucional –antes no–; envió una ley de más de 600 artículos al Congreso y fue rechazada; su plan de ajuste es un elefante en una cacharrería: cancela transferencias docentes, de seguridad social y de transporte público –un dato: la casta no usa al autobús ni manda a los niños a escuela pública–.

Estas nuevas fuerzas se caracterizan por una fuerte polarización y buscan remodelar el sistema político a su favor. No pueden aceptar grandes consensos porque su razón de ser es anti statu quo. Sería ir en contra de su identidad y sus intereses.

En América Latina tienen un programa económico neoliberal radicalizado: pueden aceptar una cuota de transferencia de efectivo combinada con todo el conservadurismo cultural que la sociedad le permita. La lucha cultural la conciben como una guerra con enemigos a doblegar. Solo hay ganadores y perdedores. “La versión neoliberal de una visión maniquea del mundo es la división entre trabajadores y perezosos”, escribe la politóloga austríaca Natascha Strobl en La nueva derecha. Todos sus enemigos son parte de una narrativa conspiradora. Los líderes de extrema derecha buscan no cumplir con reglas propias de la política. Parten de la idea de que es mejor ser rebelde que parte del establishment.

Donald Trump fue un caso extremo de ruptura de reglas formales e informales. Los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt lo llamaron “rompedor de normas en serie”. El republicano captaba el significado de lo noticiable y despreciaba las consecuencias de esas rupturas. Ante estas situaciones muchas veces sus adversarios apelan a la moral y la decencia. Pero en el ambiente que se genera las mentiras no tienen costos para quienes las difunden. Porque lamentablemente la polarización ha destruido el espacio común, moral y perceptivo.

Los líderes de la ultraderecha construyen para sí mismos el lugar de “salvadores” y, a la vez, de “víctimas” de las conspiraciones de la vieja política y los medios. Vieja política como todo aquello que no se convierta en ministro, asesor, diputado o aliado del gobierno de extrema derecha, mientras los políticos con medio siglo de trayectoria, excandidatos presidenciales derrotados o exgobernadores son nuevos si los toca la varita mágica de las fake news (desinformación) a la vista de todos.

Las etapas clásicas de la política —fase electoral y fase de gobierno— son borradas porque, para estos líderes, la resolución de problemas reales está en un segundo plano y actúan como si todavía estuvieran en campaña electoral. Mejorar en las encuestas es el día a día. ¿Y mejorar los ingresos? En fin.

Y esto se suma a la nueva “industria del escándalo”. Strobl dice: “Mantener la escalada, producir nuevos escándalos, agigantar las banalidades y lanzar historias para distraer, todo esto forma parte de una estrategia a la que se dirigía el dictum de Steve Banon: ‘Inundar la zona con mierda”. Con esto vienen tres instrumentos ayudados por las nuevas formas de comunicación: la posverdad, las fake news y las teorías del complot. Así buscan, entre otras cosas, generar un estado de ansiedad sin precedentes, pero también crear una realidad paralela. Buscan que la mayoría de sus electores habite mentalmente una “realidad” que sea inmune a los datos, a los argumentos y a los hechos. Las condiciones básicas del debate público quedan erosionadas.

Steven Forti, en su libro Extrema derecha 2.0, muestra que hay temas en los que existen importantes diferencias entre estas fuerzas. Pero lo que tienen en común es que no niegan formalmente la democracia, sino que critican la democracia liberal tachándola de no democrática, es decir, como desconectada de la voluntad del pueblo. Y aquí entran Levitsky y Ziblatt en Cómo mueren las democracias porque explican que hoy no es frecuente que haya un golpe de Estado que liquide esos sistemas en un día, sino que “los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla”. Pero no siempre tienen éxito: Trump, Bolsonaro y otros perdieron las elecciones. 

Las extremas derechas ya pueden anotarse algunos triunfos. El primero es que se han constituido en una opción política, con simpatías y antipatías. Se han normalizado. El segundo es que cada vez se aplica menos el “cordón sanitario”. Regla de oro: 'las fuerzas democráticas nunca deben acordar con las fuerzas de extrema derecha'. Cuando lo hacen, habilitan su acceso al poder. En Alemania, hasta hoy, el cordón sanitario funciona. En Argentina, no.

La estrategia del Gobierno de Milei es que las provocaciones contra los diversos sectores de la oposición, tanto de la política como de movimientos sociales, sean permanentes. Es necesario mantener a toda la oposición en estado de agitación, en un hiperestrés, por distintos motivos: la oposición ya ha sido categorizada como enemiga y su indignación confirma el lugar predefinido; aumenta la polarización; en el interior de la oposición surgen sectores que consideran que la mejor manera de ser consecuentes consiste en exagerar los planes o medidas del gobierno y esto genera una desinformación por exageración que es muy beneficiosa para el Gobierno, ya que después se muestra como moderado –lo podemos llamar “izquierdismo informativo”, apelando al mismo término que Lenin denominó “enfermedad infantil”–.

Ya fueron por el precio del transporte en las provincias. Esperan protestas aisladas. Van por la electricidad, aguardan algunas decenas de cortes de calles. Detendrán las negociaciones paritarias en un sector, lo empujarán a su huelga sectorial. Van a por cada movimiento social, a por cada sindicato, a por cada gobernación, irán a por cada universidad. Necesitan que la sociedad esté fuera de quicio. Que el día a día esté colmado por comentarios y lamentaciones de su última medida, de su imposición, de la incapacidad de resistencia. Una televisión con canales 24 horas centrados en Milei y sus controversias, Twitter y todas las redes girando sobre lo mismo. Una sociedad mileicéntrica es su triunfo en la coyuntura.

Si a esto sumamos una exacerbación de la inflación, una reducción drástica del poder de compra y una total incertidumbre sobre precios elementales de la vida cotidiana, ya tenemos a la sociedad estresada. Una sociedad que aguarda cada día las noticias, los anuncios, las declaraciones, el devenir de la guerra. Una sociedad que cree que se acerca el fin del mundo. Se hace muy difícil, sino imposible, en un contexto crítico tan agudo poder visualizar la inexorable temporalidad de todos los fenómenos políticos y los errores que habría que evitar para no fortalecer la estrategia hegemónica.

“El mundo está fuera de quicio”, dijo Hamlet en un pasaje famoso, de polémica traducción. The time is out of joint fue también traducido como “el presente está desquiciado”. Eduardo Rinesi explica que esta idea de un tiempo extraviado, trastornado, delirante, loco, un mundo patas para arriba o “cabeza abajo” atraviesa toda la obra de Shakespeare. En una traducción que enfatiza la dimensión moral de la frase original, el filósofo Derrida prefiere esta traducción de la frase de Hamlet: “El mundo ha sido deshonrado”.

La inflación no es, como creen los economistas heterodoxos, un problema distributivo que, en caso de tener la botonera de las políticas públicas, se resuelve con una pauta salarial que empate o le gane a la inflación mensual. Es, en realidad, un problema multidimensional que desorganiza la vida, destruye la planificación familiar, impide ahorrar, impide prever, provoca que las personas vayan a varios supermercados para una compra semanal, que no haya precios de referencia. La inflación ya produjo desastres en el mundo. Conociendo la historia, había una obligación ética de evitarlo. Pero la negación del problema fue más fuerte. Y ahora la inflación, el descuido, nos trajo hasta aquí.

Nada de esto niega las responsabilidades previas que tengan dirigentes, funcionarios o partidos en cada tema que se analice. Lo que estamos mostrando es cómo la ultraderecha utiliza tanto hechos ciertos como inventos completos para denigrar, polarizar y dividir a la sociedad.

Seguimos creyendo en la información y la libre opinión. Así como creemos en la necesidad de un debate entre las fuerzas democráticas sobre un balance que pueda hacerse de cara a la sociedad y que pueda ofrecer una alternativa económica y política que recoja la experiencia reciente. Los dogmas y los lugares comunes solo fortalecerán un ajuste que no se podrá enfrentar exitosamente sin ofrecer un camino realista que se haga cargo de una sociedad que le dijo 'nunca más' a la inflación.

Quienes sabemos que la dolarización sería una condena definitiva sobre las posibilidades de la Argentina no deberíamos creer que el Parlamento no puede ser domesticado. Para evitarlo y para que esa heterogeneidad de conflictos y luchas instituya una multitud que abra nuevos horizontes, la tarea de la hora es elaborar un plan y un proyecto económico-social de país que, lejos de la enunciación de lo ya hecho, se concentre en cómo se resuelven los problemas concretos que gran parte de la sociedad demanda resolver. Hasta tanto ese punto instituyente sea creado, la atomización, el estrés y la deshonra serán el pan nuestro de cada día.

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