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La expresión política de nuestra división

La expresión política de nuestra división

El país todo está partido en dos: la mitad formal, otra informal; una legal, otra ilegal. Dividido entre quienes los que tienen acceso a un esquema de bienestar y los excluidos que cuentan con algunos servicios

El mapa electoral de la Ciudad de México, lo dice todo. La ciudad está dividida en dos partes, casi equivalentes. Poniente y oriente separados por una línea divisoria marcada por preferencias electorales distintas. Atrás de esto hay mucha historia.

El país todo está partido en dos: la mitad formal, otra informal; una legal, otra ilegal. Dividido entre quienes los que tienen acceso a un esquema de bienestar y los excluidos que cuentan con algunos servicios y bienes públicos por una ruta distinta a los “asegurados”. Me parece natural que esto tenga una expresión política. Por eso pienso que López Obrador no nos llegó a dividir, ya lo estábamos. Lo que hizo fue construir un discurso y un proyecto político que saca raja de esta realidad. No busca cambiar el estado de las cosas. Su proyecto de transformación tiene componentes de continuidad insólitos, porque sostener el status quo le conviene.

Hace un par de semanas, en la reunión de Consejeros del Tecnológico de Monterrey, tuve la oportunidad de conducir una mesa con Santiago Levy y Carlos Elizondo. De la conversación con ellos hice conciencia de la pasmosa continuidad a la que apunto. El modelo económico/social en algunos aspectos está intacto y es el que sostiene un modelo excluyente que perpetúa la división entre los mexicanos. Si usted, estimado lector, ha seguido el trabajo de Santiago Levy sabe que sostiene que México no crece más porque su productividad está estancada. Tenemos infinidad de cosas que resaltar de las empresas hiperproductivas y modernas en nuestro territorio, pero hay muchísimas más que no son productivas. Algo peculiar sucede con nuestro arreglo institucional y económico que la destrucción creativa no se activa en el país. El mecanismo sugerido en el concepto de Schumpeter implica que empresas desaparecen para dar vida a otras más productivas, lo que genera innovación, incrementos en la productividad, crecimiento y bienestar. Esto no ocurre en México porque instituciones e incentivos pervierten el proceso y permiten que lo improductivo perviva.

Y en este segmento de lo que decimos improductivo de manera técnica, viven muchos mexicanos que de ahí obtienen sustento y que heredan a quienes les siguen un emprendimiento que no pudo volar a gran altura, en un acto heroico porque todo confabuló contra ellos. Un elemento de este esquema es el incentivo a la informalidad y lo profundamente oneroso que es moverse de ese lugar. Para los participantes de la economía informal se ha creado un esquema paralelo de servicios públicos, de otra calidad y otro alcance, al de los formales, al tiempo que se elevan las barreras de entrada al sector formal. El resultado es la persistencia de este modelo dual que no nos va a permitir crecer y tampoco integrarnos en un solo modelo productivo y de inclusión social. Me parecen bien poderosos estos argumentos.

El gobierno del presidente López Obrador ha sostenido este modelo excluyente. Ha promovido esquemas de transferencia de recursos muy amplios que tiene la intención de la universalidad, pero que no logra resolver el problema planteado: la división. Aunque sus esquemas de subsidios son universales, estos no cierran la brecha, no promueven la inclusión en el ámbito formal de las empresas pequeñas, mayoritarias, que están en el sector informal, y ha elevado el costo de hacer el tránsito. Digamos que es lo mismo que el pasado, pero aumentado. La continuidad ahí está.

La pregunta es cuánto más podemos sostenernos así. Esto no nos va a llevar a un colapso, pero sí a un esquema de crecimientos muy limitado, aun con las oportunidades del nearshoring que se plantea como panacea cuando beneficiará a los mismos de siempre si no se hace algo distinto. Como cuando se presentó la oportunidad del TLCAN, que pusimos ahí expectativas desmesuradas, como ahora lo hacemos con la relocalización de las cadenas productivas. Qué bueno que tengamos la fortuna de ser destino potencial de inversiones que se mueven de lugar; qué malo que no estemos listos para aprovechar la oportunidad a cabalidad.

Debemos construir un proyecto para el futuro que nos integre. Que nos haga parte del mismo contrato social.

Conozco de trabajo académico que empieza a medir los efectos políticos, sobre lo que llamamos contrato social, cuando los bienes públicos se proveen de manera fragmentada. Ya sea porque no llegan a todos o hay un grupo de particulares que se lo proveen a sí mismos. Se producen estancos, fragmentación, lugares exclusivos para distintos grupos sociales. Frente a esto, el sentido de comunidad estalla y con ello la posibilidad de un proyecto compartido.

Valoraría mucho de las candidatas escuchar que tienen la aspiración de formular un modelo que nos incluya a todos.

Sonaría bonito, pero resultaría inocuo si solo queda en el discurso.

Porque el presidente saliente, que recorrió el país una y otra vez, entendió el problema. Lo entendió para beneficiarse a sí, no para resolverlo. Y el tema es que estamos partidos. La solución no es un discurso de reconciliación. Necesitamos política pública para hacerlo posible. Bien pensada, diseñada y comunicada. Santiago Levy tiene una propuesta, que plantea un sistema básico de bienestar para todos. Estoy segura de que a esta propuesta se pueden sumar muchas más. Este es uno de los retos para las candidatas. Quien lo cache, puede cambiar el país para siempre.

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