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Nubes y claros barrocos

Abc.es 
FeMÀS 2024 Programa: Pasacalles y conciertos. Obras de Sarri, Leo, Boccherini, Telemann, Vivaldi y Sollima. Intérpretes: Giovanni Sollima (violonchelo). Il Giardino Armonico. Director, flauta dulce y chalumeau: Giovanni Antonini Dónde: Teatro Turina. Fecha: 21/03/24 4 Hace sólo dos ediciones que tuvimos en el FeMÀS a Giovanni Antonini y su Giardino Armonico con un resultado que nos trajo luces y sombras. Su presencia nuevamente en esta muestra volvía a dejarnos un sabor desigual, no por su actuación, que esta vez fue brillante, sino en buena parte por la labor del violonchelista Giovanni Sollima . De él ya oímos en la referida edición una obra suya protagonizada por una especie de pito de kiosko; ahora venía a interpretar varios conciertos de chelo: de Leo, Vivaldi y diríamos que la 'Música nocturna de las calles Madrid de Boccherini, además de una obra suya. Indudablemente es un virtuoso que desde el primer momento parecía ir frenando, que tal es el ímpetu que aporta a sus interpretaciones . La primera cita era con el 'Concierto para violonchelo, cuerda y continuo' en Re menor L.60 de Leonardo Leo . El violonchelo llegó tarde a Nápoles , pero con mucha fuerza, hasta el punto de ofrecer pronto grandes virtuosos del instrumento. La principal razón de este retraso era el arraigamiento napolitano hacia la viola 'da spalla'. Tras una evolución muy rápida Leonardo Leo ya nos ofrecía sus 'Seis conciertos para violonchelo', fechados entre 1727 y 1738. Este cuarto concierto para violonchelo es el más virtuoso de los seis, para el cual Sollima le ha escrito las cadencias en el estilo de la época. Su forma de tocar puede resultar bastante personal, como poseído por alguna alteración nerviosa, lo cual se nota en la intensa gesticulación que mantiene mientras toca. Desde luego no busca un sonido 'bonito', sino que deja correr sus dedos hasta donde le lleven y de la manera que lo lleven. Está claro que hemos visto sonidos más dulces y más ásperos; el problema que le vemos es su vehemencia interpretativa no deja oír todas las notas con claridad e intensidad . No decimos que no las dé, que lo hace y sobradamente, pero creemos que le falta definición. Cómo sería que en el segundo movimiento (de cuatro) del citado concierto el público arrancó a aplaudir (y no suele ser habitual en esta sala); y a pesar de que el chelista indicaba con la mano que eran cuatro y sólo había terminado el segundo, la gente seguía aplaudiendo. Tuvo que ver, desde luego, que había finalizado el movimiento con una 'cadenza' rapidísima de su puño y letra , como decimos, a la que acompañaba con todo tipo de aspavientos que cautivaron al público. En el cuarto tiempo se acentuaron los contrastes con el 'tutti'; y, como se deja llevar, tan pronto le oíamos una larga terminación sin el más mínimo 'vibrato' como en otro momento uno muy marcado, al estilo ruso. Con Boccherini vino a pasar algo similar. Es verdad que el compositor no quiso nunca que se publicara esta ' Musica notturna delle strade di Madrid ', tal vez porque fuese demasiado descriptiva; pero seguramente el reconocimiento de la realidad que pinta la haya convertido en una de sus partituras más populares. Aunque ello no obsta para que se buscase que la interpretación fuese lo más cercana posible a la partitura: si se decide seguir las indicaciones de esta cuando especifica 'imitando la chitarra' y hay dos chelos, deberían haber seguido ambos un mismo ritmo de acompañamiento; si se recuerda el redoble del tambor en este desfile (el segundo), tiene que oírse cuando preludia la retreta, la retirada. Y no está escrito, pero se suele hacer un 'crescendo' desde 'piano' para emular el acercamiento del desfile al espectador y un 'decrescendo' para evidenciar que se alejan. En cualquier caso, estar repitiendo los mismos compases en pianísimo hasta cansarse no parecía la mejor opción. Eso sí, qué pianísimo . En este punto consignemos el maravilloso sonido evidenciado por Sollima en el episodio del 'Rosario' .   La grandeza de Vivaldi    Sin duda tuvo que sentirse cómodo en el ' Concierto para violonchelo, cuerda y continuo' en La menor RV 420 de Vivaldi , en el que sobresale un gran vigor rítmico, una vis dramática y un uso moderado de la orquesta. Y tal vez por eso su Ruggieri sonó más redondo que en anteriores ocasiones, aunque tal vez su forma de apretar el arco, de forzarlo, provoque ese sonido áspero que borra algunas notas que indudablemente se dan. El último movimiento de este concierto vivaldiano   fue lo siguiente a endiablado , lo que conlleva el problema para los que lo sentimos así de percibir un 'tempo' constreñido, en donde apenas hay sitio para jugar con los sonidos. Su actuación terminaba con una obra suya, 'Passa Calle XXI para 2 chalumeaux, violonchelo, cuerda y continuo' , con melodías que recuerdan un pasado árabe o tal vez el sur de Italia (quizá de su Palermo natal), acompañado de dos chalumeaux, estos contralto y sopranino, a la que sumó el resto del consort en pasajes rítmicos alternando con momentos 'contemporáneos' , recursos que se agotaron pronto y empezaron las repeticiones, extendiéndose a un 'anexo' como propina que fue más de lo mismo. En cambio, tuvimos la fortuna de disfrutar del mejor Antonini , ya desde el Sarri que abría el programa. La música para flauta apenas existía a principios del XVIII en el sur de Italia; pero la presencia en Nápoles del alemán Johan Joachim Quantz para convencer a Alessandro Scarlatti de que escribiera para él cambiaría las cosas. Debía tocar muy bien, porque Scarlatti parece que no podía soportar los instrumentos de viento, ya que pensaba que nunca sonaban afinados del todo. Lo cierto es que no sólo escribió para él varias sonatas , sino que terminó siguiéndolo una pléyade de alumnos suyos (Sarri, Mancini, Leo, Vinci o Porpora), aunque más tarde dejaran de escribir para el instrumento con el mismo ímpetu que cuando llegó. Antonini vino a triunfar, ya que a pesar de su extrema velocidad y la sobreornamentación a la que optó desde el primer tiempo del ' Concierto para flauta dulce, cuerda y continuo' en La menor , hubo hueco para jugar con los tiempos, para respirar entre tanta nota, y su sonido se alzó limpio, nítido, elegante y seguro. También desde el principio volvió a triunfar Stefano Barneschi como concertino, con ese sonido intenso y versátil a la vez del que puede presumir. Por otro lado, Telemann se sentía muy a gusto componiendo suites de danzas al estilo francés, mientras reconocía que no le satisfacían tanto los conciertos. Claro que nadie lo diría: sólo hay que ver cómo lo demuestra en este para dos chalumeaux, cuerda y continuo en Re menor TWV 52:D1, un género que demostraba su (buen) gusto por las combinaciones distintas de instrumentos -en este caso solistas- a los que dotaba de atractivas melodías e intensidad rítmica. Sobre un chalumeau tenor y otro contralto Telemann consigue unas sonoridades muy personales, pero sobre todo en los tiempos lentos (especialmente el 'Adagio' inicial), que resultaron verdaderamente extáticas, gracias a la maestría y conjunción de Antonini y Tindaro Capuano .

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