Podrían volver los lavaderos públicos
En mi memoria guardo la escena de mi madre en un pequeño muelle, en la ribera del río La Estrella, en Penshurt, lavando la ropa y conversando con algunas vecinas.
Seis años después, en el barrio Cristo Rey, en San José, observaba periódicamente, en la década de los 60, a las mujeres en el lavadero público.
Estos espacios eran aportados por las municipalidades con el objetivo de fomentar la higiene y reducir los brotes de enfermedades infecciosas.
La historia de los lavaderos se remonta a los siglos XVII, XVIII y XIX, cuando los pueblos y muchas ciudades no contaban con los servicios de agua, luz eléctrica y alcantarillado.
Los datos históricos indican que hasta el siglo XVIII, incluso en los hogares más ricos, se lavaba la ropa cada cuatro o seis semanas. Lógicamente, hoy suena como algo poco práctico el hecho de tener que cargar una cesta de ropa sucia hasta un lugar que podía estar a unos pocos kilómetros, pero menos agradable era tener que lavar agachados en un río o acequia, como mi madre.
Los lavaderos públicos eran espacios para las mujeres, y la presencia de un hombre, aunque fuera para ayudar a la esposa, era muy mal visto, incluso multado, debido al machismo imperante.
Con el paso de los años y el avance de la cobertura de agua para uso y consumo humano en las diferentes naciones, los lavaderos públicos fueron desapareciendo. Quedan algunos en México, en Santa Cruz Acalpixca, San Gregorio Atlapulco y Xochimilco. En El Salvador, por lo menos 2,4 millones no reciben un servicio de agua confiable, por lo cual la gente usa lavaderos en lugares como Quezaltepeque.
En Costa Rica, mis ojos vieron desaparecer el lavadero público de Cristo Rey en 1970, gracias a la creación del Servicio Nacional de Acueductos y Alcantarillados (SNAA), hoy AyA, el 14 de abril de 1961.
Sin embargo, la falta de inversión en proyectos de agua potable y saneamiento podrían llevarnos, primero, al reparto de agua en camiones cisterna y, luego, aunque suene pesimista, a la reaparición de los lavaderos públicos en las comunidades pobres del mundo.
El autor es microbiólogo y salubrista público, director del Laboratorio Nacional de Aguas del Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA).