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Una alianza clave para Europa

Abc.es 

El 4 de abril de 1949 se firmó en Washington el documento fundacional que sirvió para constituir la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Hoy se cumplen 75 años desde aquella fecha y podemos corroborar que aunque la realidad geopolítica a la que se intentaba responder con aquel Tratado ya no existe, muchos de los principios que inspiraron la iniciativa siguen manteniendo una legitimidad intacta. El pacto que sirvió para coordinar una alianza militar trasatlántica entre las principales potencias occidentales tenía como propósito prioritario contrarrestar la influencia de la Unión Soviética tras la II Guerra Mundial. El Tratado buscaba salvaguardar la libertad y principios tales como la paz, las libertades individuales y el imperio de la ley, rasgos todos propios de las democracias liberales que comenzaban a construirse sobre los cimientos civilizatorios de Occidente. No cabe duda de que el mundo ha cambiado, pero los valores que intentaron protegerse en 1949 siguen expuestos a riesgos y amenazas crecientes. La OTAN se concibió como una alianza militar en la que parte sustantiva de las democracias occidentales optaron por compartir estrategias de protección mutua. El compromiso compartido quedó fundamentalmente subsumido en el artículo V del Tratado, el cual establece que un ataque a un país miembro equivale a uno a todas las naciones de la organización. Afortunadamente, esta cláusula sólo se ha invocado una vez en los 75 años de historia de la Alianza, tras los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos en 2001. España se había incorporado al Tratado en 1982 y, desde entonces, la leal cooperación de nuestro país con los otros miembros ha redundado en nuestra propia seguridad y nos ha servido para aumentar nuestra relevancia estratégica en el ámbito internacional. La II Guerra Mundial polarizó el mundo de un modo tal que EE.UU. asumió el liderazgo político, económico y militar de Occidente. Setenta y cinco años después de la firma del Tratado han sido muchos los nuevos actores que han irrumpido en la escena internacional y Europa, definitivamente, debe asumir una iniciativa plenamente autónoma en la defensa no sólo de sus intereses sino de los valores de justicia, paz y prosperidad que alentaron la creación de la Alianza Atlántica. La guerra de Ucrania ha demostrado que los enemigos de nuestra forma de vida no habitan contextos remotos y son ya numerosos los líderes europeos que están alertando del riesgo de que el conflicto armado pueda acabar teniendo consecuencias directas en nuestro territorio. Europa debe afrontar el futuro con realismo y con ambición, consciente de que nuestro progreso civilizador ni puede ni debe darse por sentado. El optimismo con el que se certificó el fin de la historia cada vez se hace menos verosímil. El mundo es ya definitivamente otro. En sus primeros 75 años, la Alianza Atlántica encontró en los EE.UU. a su principal garante y todavía hoy el Tratado se haría inimaginable sin su proactiva participación. Sin embargo, la defensa de los intereses de Occidente debe protegerse y promocionarse desde una Europa que debe hacerse consciente de su patrimonio moral y cultural no sólo para mantener la alianza estratégica militar de la OTAN, sino para dar razón de su propia existencia y de su sentido futuro. No cabe mirar hacia otro lado y tanto nuestros presupuestos nacionales como nuestra agenda de atención pública deberían comenzar a hacerse cargo de la nueva situación que vivimos.

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