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El costo de la verdad

“¿Qué está usted dispuesto a hacer por la verdad?”, pregunta la premio nobel de la paz 2021, María Ressa, en sus conferencias y en su libro autobiográfico. Veterana periodista y fundadora de Rappler, agencia digital de noticias basada en el periodismo investigativo, fue encarcelada y amenazada de muerte por el autoritario expresidente filipino Duterte y sus secuaces.

Defensora de la dignidad humana y los derechos y las libertades ciudadanas, ha luchado por esclarecer la verdad de los hechos frente a maquinarias oficiales de desinformación y mentiras —compuestas por troles, influencers, bots y medios a sueldo— que son las encargadas de hacer creer que la noche es día y no es oscura. Hoy el hijo del exdictador Marcos gobierna su país y está reescribiendo la historia con el relato de que esa sangrienta dictadura fue benéfica. En fin, la democracia en Filipinas está en horas muy bajas, pero ella y su equipo no han dejado de luchar.

Más de un cínico contestaría la pregunta con otra: “¿Y de cuál verdad habla ella: de la suya o la mía?”. Sin entrar en discusiones filosóficas sobre lo que encierra esta interrogante —el subjetivismo radical—, hablo de las afirmaciones sobre la realidad que nos rodea que otras personas pueden verificar aplicando protocolos de conocimiento que están abiertos al escrutinio público. Para ponerlo en sencillo, es lo que permite a un periodista afirmar, con base en pruebas que debe poner a disposición del público, que una persona X cometió un acto de corrupción e impide al fulano zafarse diciendo: “lo mío fue un acto de honradez”. Y permite, en un juzgado, eventualmente, condenar al tipo si las pruebas son contundentes.

Así las cosas, la pregunta que Ressa formula es ética y políticamente ineludible en esta época en la que la desinformación y la mentira ahogan la deliberación de los asuntos públicos, pues ambas se han convertido en recursos del método para ejercer el poder, incluso por actores que se dicen democráticos, para no hablar de los abiertamente autoritarios o aspirantes a serlo.

¿Bajamos la testuz frente a las maquinarias de la desinformación? ¿Estamos dispuestos a confrontarlas, aunque tenga un costo personal? ¿Qué podemos hacer? ¿Cuál es nuestro punto de quiebre? E, incluso, ¿estamos dispuestos a usar la desinformación por “buenas razones”? Puede hablarse mucha paja gratis, pero, llegado el momento, muchos se rajarán.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.

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