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La violenta soledad del Minotauro, crónicas sobre el hibris

Creta, cuna de la civilización griega, nos presenta una semiología de espectro portentoso, que nos advierte sobre la violencia y el exceso del hibris, la desmesura del orgullo que no es más que la tangible pérdida de lo humano. En Creta la reina Pasifae se enamoró perdidamente de un toro blanco, consagrado como tributo a […]

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Creta, cuna de la civilización griega, nos presenta una semiología de espectro portentoso, que nos advierte sobre la violencia y el exceso del hibris, la desmesura del orgullo que no es más que la tangible pérdida de lo humano. En Creta la reina Pasifae se enamoró perdidamente de un toro blanco, consagrado como tributo a Poseidón. Era tal la aberrante fijación carnal con este animal, que asistida por Dédalo, el habilidoso artesano real, se hizo construir una vaca de madera hueca, para copular con el animal, una aberrante parafilia conocida como zoofilia, de esa unión abyecta e inmunda Pasifae engendró a un adefesio violento con cabeza de toro y torso humano, la representación fiel del castigo regresivo que las pulsiones carnales que causan fruición perversa pueden producir.

El engendro de Pasifae era una afrenta para Minos, su rey consorte y este decidió encerrarle en un laberinto, también construido por Dédalo, así lo que no se veía podía hacerse potable, en términos lingüísticos el Mino tauro, es decir el toro de Minos, era una suerte de juego lingüístico a lo Wittgenstein, en donde el “Tractatus, es decir, todo lo que se dice podía ser pensado, siendo los límites del pensamiento la consecuencia de los límites del lenguaje” (Scruton, 1981), esos límites del lenguaje que acotan al pensamiento sin un vestigio kantiano del entendimiento, Minos sabía de la aberración de su reina, el producto de su bestialismo estaba evidente y para recordar su origen, era violento y carnívoro, pero en los límites del pensamiento individual aquella inmundicia podía esconderse en un laberinto de sinuosos caminos, para extraviar la verdad, es decir para escindirle al lenguaje la carga lógica o “ilocutiva, que le confiere valor veritativo” (Austin, 1962).

El Minotauro no fue solamente hecho, con el acto bestial de copular con un animal, sino con las palabras y juegos de la lengua que morigeraban, según su verdad y su existencia, así pues según Wittgenstein “ el lenguaje enlaza al lenguaje y de lo que no se puede hablar, pues reside en nuestro interior es mejor callarse” (Wittgenstein, 2007), en ese laberinto de Wittgenstein, residía aquella bestia semi humana, entre restos humanos servidos cual banquete, entre ellos jóvenes castos y muchachas vírgenes, que le eran proporcionados por Atenas como trofeo de guerra.

La bestia respiraba odio, era iracunda, monstruosa, vil, ruin, el producto de un inmundo origen, el caldo de cultivo de una copula entre una mujer inscrita en una vaca de madera hueca y un Toro, para ser sacrificado al dios del mar, obviamente tributo que no fue recibido ni siquiera por esa deidad, quien se complacía bajo las profundidades del mar, en toda suerte de tropelías que daban como resultado  monstruos y criaturas abyectas, que enlodaban el Tálamo nupcial de Anfitrite, los horrores de Pasifae no podían ser ordenados por Minos, pues revelaban su ausencia de carácter, además demostrarían que la reina consorte estaba enferma de hibris, de desmesura de orgullo, que la llevaron a satisfacer sus oscuras inclinaciones bestiales.

Es allí en donde Teseo, hijo de Egeo, surge para poner fin a tanta carga de horror, asistido por Ariadna hija de Minos y princesa de Creta, es dotado con una madeja de hilo y una espada, la madeja representa el nexo, con la civilidad, “ese lenguaje público que surge del lenguaje privado o personal, para ser públicamente dotado de un valor veritativo tautológico, que le permitiese representar a la realidad” (Scruton, 1981). Así pues, Teseo logra aniquilar al hijo de Pasifae, al engendro de sus bajas pasiones y restablecer con la madeja de hilo el orden que le permitiera salir del ominoso Laberinto, en donde medraba la mentira y la confusión, al lograr usar la urdimbre como herramienta se hace referencia a la costura, como el oficio para la procura de la verdad y de la lógica, para restablecer el orden civil.

El minotauro estaba solo, acompañado únicamente por su violencia, lo mismo ocurre en la violenta, represiva y frenética Venezuela de la gansterilidad del madurismo, están solos en su laberinto vuelto Asamblea, en donde procrean cual Heliogábalo en su cuna de semen, una cantidad de leyes inaplicables e inejecutables, desde el punto de vista jurídico, pues definen y acotan castigos a delitos, que son cometidos por sus creadores. ¿Cómo puede sancionarse una ley contra el odio, cuando quienes odian son aquellos que usurpan el poder?, que cabeza que no sea la de Calígula, posterior a la de su soporífero sueño de oligofrenia, puede sancionar una ley contra el fascismo, cuando el chavismo es connaturalmente fascista, usa el agavillamiento como locus de comunicación, escruta enemigos externos de sus responsabilidades y opera bajo los dictámenes de una nueva edición del horror de Saló.

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