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Frivolizar una causa justa

Abc.es 

En dos meses Pedro Sánchez cumplirá cinco años al frente del Gobierno de España, pero sólo recientemente ha empezado a mostrar interés por la causa palestina. Su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, eludió explicar por qué este asunto no estuvo antes en la agenda del presidente y dijo que lo importante es que el reconocimiento del Estado palestino hay que hacerlo en este momento, dada la acuciante situación humanitaria que se vive en Gaza. El Ejecutivo lleva semanas anunciando que España efectuará este reconocimiento diplomático –como ya han hecho 139 países entre ellos nueve de la Unión Europea–, con el objetivo de que prevalezca la solución de los dos Estados. Sin embargo, no está nada claro que una decisión nuestra al respecto pueda detener la violencia en la zona y tenga más efectos que los puramente simbólicos. Albares dijo que el reconocimiento español supondrá «una solución para los seis millones de refugiados palestinos que tienen derecho a regresar a su tierra» y que si esta no se produce «no habrá paz en Oriente Medio ni seguridad para el Estado de Israel». Admitió que están buscando otros países que compartan la posición española para efectuar «un reconocimiento conjunto». El problema es que la mayoría de los países que España ha sondeado ya habían reconocido al Estado palestino en algún momento anterior. El ministro también mencionó que el reconocimiento incluirá que Jerusalén Este sea considerada como capital palestina (actualmente la sede de la Autoridad Nacional Palestina está en Ramala). Tanto el tema de los refugiados como el de Jerusalén fueron precisamente las piedras de toque que dieron al traste con el proceso de Oslo a finales de la década de 1990. La manera apresurada con que Sánchez desea intervenir en este conflicto tiñe de frivolidad el papel de España. El Gobierno no está actuando ni en el marco europeo ni en el de la ONU, como cabría esperar. Llama la atención que en un conflicto que sí concierne directamente a España como el del Sahara, donde Sánchez aún no ha explicado las razones de su cambio de posición en favor de Marruecos, Albares insistiera en que el asunto sí debe estar en manos de Naciones Unidas. La tesis de los dos Estados, rechazada históricamente por los árabes desde 1948 y desaprovechada por ambas partes en Oslo, podría ser una baza ganadora si las piezas de la diplomacia se disponen adecuadamente. Pero hay actores muy importantes que hay que considerar, como EE.UU. o Irán, si se quiere ir en serio y ser un aporte real para la paz. Sobre todo, hay que excluir del proceso a grupos terroristas como Hamás que hoy son más poderosos que Al Fatah y que controlan áreas importantes de Palestina que exceden de la franja de Gaza. Resultaría aberrante que el reconocimiento de un Estado palestino pueda ser el resultado de atentados como los del 7 de octubre de 2023. Lo que está claro es que el reconocimiento no va a convertir a España en una nación mediadora, sino en un país alineado con uno de los dos bandos. Incluso en 2013, cuando el gobierno de Mariano Rajoy respaldó la decisión de la ONU de concederles a los palestinos el estatuto de Estado Observador No Miembro, se hizo de tal manera que España siguió siendo aquel país que en 1991 acogió la Cumbre de Paz de Madrid. Las felicitaciones de Hamás a la postura de Sánchez sobre Israel, la negativa de dos miembros de su Consejo de Ministros a condenar los atentados, le pueden servir para exhibirse como el campeón mundial de la izquierda en este asunto, pero difícilmente como un hombre de paz.

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