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La mitad de los niños pobres no puede permitirse comida sana

Abc.es 

Más de la mitad de los niños y adolescentes españoles pertenecientes a hogares pobres viven en la inseguridad alimentaria, la incapacidad por parte de sus familias de poder garantizarles comidas nutricionalmente adecuadas por falta de recursos, lo que les expone ya desde niños a desarrollar graves enfermedades. Se trata de un hecho preocupante que en España es estructural y que se ha visto agravado en el último trienio con la crisis pandémica y la escalada inflacionista causada por la invasión de Ucrania. Así lo concluye una investigación realizada por expertos de la Universidad San Pablo CEU y la Fundación Mapfre, que han monitorizado los hábitos alimentarios de 175 chicos vulnerables de 6 a 18 años de varias autonomías y que les han sometido a chequeos y análisis nutricionales para comprobar el grado de vinculación entre pobreza e inseguridad alimentaria y la posible presencia entre ellos de «hambre oculta» (graves déficit nutritivos) y de malnutrición (obesidad), vínculos y desequilibrios que han podido confirmar. Código Desktop Imagen para móvil, amp y app Código móvil Código AMP Código APP La investigación desveló que el 52% de los niños y adolescentes estudiados sufren habitualmente inseguridad alimentaria, el 23% de carácter moderado, pero el 29% en grado severo. Los indicadores que delatan que carecen de una dieta saludable y equilibrada por falta de dinero son claros y «alarmantes». El 41% no puede tomar todo tipo de alimentos, el 37% tiene una variedad muy escasa, el 47% come cosas que no desea porque no puede pagar otras, el 34% de los hogares ha tenido que reducir raciones, el 23% en ocasiones suprime incluso alguna comida, un 20% no tuvo qué llevarse a la boca algún día del último mes y el 27% sabe lo que es irse a dormir con hambre por no tener nada para comer. La falta de recursos les conduce a ingerir productos industriales ricos en azúcares y grasas y a marginar los nutrientes de verduras, fruta o pescado El daño de la inseguridad alimentaria en la infancia desfavorecida es doble, según demuestran los análisis y controles. Por un lado, las limitaciones llevan a que la inmensa mayoría de los chicos presenten una carencia palpable de micronutrientes, con notables déficit de vitaminas D, E y B (en casi todas sus variantes) y de buena parte de los minerales esenciales (calcio, magnesio, hierro, yodo y zinc), una desnutrición que se conoce como «hambre oculta». «Estas deficiencias en micronutrientes esenciales durante la etapa de crecimiento son muy preocupantes, ya que están estrechamente relacionadas con el posible desarrollo futuro de enfermedades de tipo cardiovascular, diabetes u osteoporosis», advierten los investigadores, que también citan la predisposición a posibles problemas digestivos, infecciosos o respiratorios. Pero es que, en segundo lugar, la misma dieta insana, con un exceso de grasas elevado y un déficit de carbohidratos, que además se acompaña con frecuencia de un vida bastante sedentaria (muchas horas de pantallas electrónicas y pocas de actividad física y deportiva), ha condenado a buena parte de la muestra a la malnutrición. La mala alimentación se traduce en un índice de obesidad del 15% -tres puntos por encima de la ya alta media española a esas edades- y en un sobrepeso del 30%, lo que significa que un 45% de los chicos tiene una masa corporal excesiva. Malos hábitos de por vida Al desequilibrio nutricional se ha llegado porque la falta de recursos, el sedentarismo y el déficit de conocimientos sobre alimentación ha llevado a estas familias a olvidar la dieta mediterránea, la tradicional española, de alimentos sanos y variados. «Ninguno de los niños y adolescentes analizados sigue una dieta saludable», constatan los autores del estudio. En su cesta de la compra abundan alimentos de baja y mala calidad nutricional, con un exceso de carnes, embutidos y fiambres procesados, de productos azucarados, como dulces industriales o refrescos, de precocinados y de 'snack' y toda otra clase de ultraprocesados. Mientras, la comida saludable y muy necesaria a esas edades (verduras, hortalizas, fruta y pescado) o brilla por su ausencia o llega a casa con cuantagotas. Los expertos concluyen que «la mayoría de la población infantojuvenil analizada no cumple con las recomendaciones de consumo de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC), adquiriendo así hábitos alimentarios que, una vez aprendidos y mantenidos durante la infancia y la adolescencia, serán difíciles de cambiar y la mayoría de las veces serán los que se mantengan en la edad adulta», lo que acarreará serios y cada vez más factibles riesgos para su salud. Los autores piden a los poderes públicos medidas y políticas que rompan con esta enorme prevalencia de la inseguridad alimentaria entre los menores pobres y también que desarrollen una intensa promoción y divulgación de las bondades y la necesidad de recuperar la dieta mediterránea, para frenar el acelerado consumo de precocinados y ultraprocesados entre los niños y jóvenes españoles.

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