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Eugenio Castro, surrealismo jareño en Lavapiés

Abc.es 

Acaba de morir , no sé si tuvo una muerte capitalista o surrealista, no sé si Melmoth blasfemó en su oído tentándole al mal para librarle de su agonía, o si intentó sublevarse contra el espanto mediante la poesía, como lo hiciera André Breton . Es bastante improbable que de su mesita de noche se deslizara un reloj derretido de Dalí , pero muy probable que hubiese mordido la manzana, envenenada, de Magritte ; lo que sí es seguro es que ya no paseará por Lavapiés en busca de nada y al encuentro de cualquier cosa, dejando fluir los pensamientos al hallazgo de personas u objetos, ambos indiscriminadamente, inpretendidamente, desrazonadamente. No sé si a Eugenio Castro , toledano jareño de Las Herencias, vividor de la poesía en el barrio más castizo de Madrid, escribidor de la sinrazón, beato del dejarse llevar, náufrago de los instintos en un mar de tascas, sacro nocturno, buscavidas de las librerías libertarias, le hizo el barrio o al revés, yo creo que ambas cosas a la vez. Noticia Relacionada reportaje No Lavapiés, un lienzo permitido y premiado para el arte urbano Jesús Nieto Jurado La undécima edición del festival Calle 'trastoca' las fachadas de los comercios más significativos con la intervención de 52 creadores en 52 comercios Eugenio, 'el Quevedo', en palabras de Beatriz, una vecina de la calle Torrecilla del Leal, con la que compartió más de un 'cacharro' en las largas noches de perjuicios y desconciertos por la zona, formaba parte del paisaje de Lavapiés . A ella no le suena el nombre y le enseño una imagen a la salida de un bar, ¿no me jodas que se ha muerto este tío? Transitaba Eugenio sueños y tramas por las cuestas de Lavapiés, revelado más que iluminado, con su bandolera al viento colgando de su supina delgadez, su melena 'espantada', según descripción de un amigo, sus patillas largas y su bigote y su perilla a lo Siglo de Oro español, pero con gafas enormes cuadradas a lo Umbral intelectual. Este poeta experimental compartía su mundo con los amigos, los amigos acompañan, comparten, escuchan, atienden, motivan. Y Eugenio era muy querido por sus afines: anticapitalistas, surrealistas, intelectuales, vanguardistas, ecologistas… le reseñan, le homenajean, se nota que ha dejado un vacío que llegará agujero negro en el paisaje de Lavapiés y de esa Madrid por él rediviva. Ni libreros ni bodegueros cuentan sobre Eugenio, pasan notitas con direcciones y teléfonos en un delirar surrealista inconcluso sin fin. En una de esas librerías, Traficantes de Sueños , descubrí todo un oráculo dedicado a él. Y en una de las tascas que él frecuentaba La Venencia hice una foto y me invitaron a salir: «No queremos turistas por aquí», «yo no soy turista, soy periodista, también acaba en –ista», contesté. Pedí disculpas al camarero de look pirata e impoluto delantal, borré la foto sin que me lo pidiera y me fui; «no problem», le dije, «yo sólo quiero que la gente sea feliz». 'Oráculo« en homenaje al poeta que actualmente puede verse en la librería de Lavapiés 'Traficantes de Sueños', con todas sus obras. Eugenio cofundó, en 1991, con varios de esos amigos, el Grupo Surrealista de Madrid . Supo coger ese testigo del movimiento surrealista internacional con el que tuvo conexiones: el surrealismo no es sólo André Bretón y los años 20, no es sólo Dalí, Miró, Buñuel, Lorca o Alberti en España, hay un surrealismo actual que pervive en las grandes metrópolis planetarias: Bruselas, París, Londres, Nueva York…Atentaríamos contra el espíritu del surrealismo si dijéramos que Eugenio Castro fue figura principal del Grupo Surrealista de Madrid, los surrealistas son de la opinión de que ningún hombre está supeditado ni destaca sobre otro, ellos son diferentes en esencia pero iguales en jerarquía, viven en la misma concordancia y equivalencia, ellos lo hacen todo 'co-', así que diremos que Eugenio fue cofundador del grupo , coimpresor de la revista Salamandra y coeditor de la editorial La Torre Magnética. Su modelo de negocio (perdón por la palabra) son las cooperativas, en ellas todos los miembros son iguales en derechos y obligaciones, es el modelo de librerías con las que colaboraba Eugenio, o algunos de los bares que alternaba. En Toledo tenemos La Divergente , muy conectada al coemprendimiento del Garibaldi por Pablo Iglesias, precisamente en Lavapiés, justo al lado de otro local frecuentado por el poeta jareño: Bodegas Alfaro . Lurdes Martínez, José Manuel Rojo, Noé Ortega o Vicente Gutiérrez Escudero, son los miembros del Grupo Surrealista de Madrid. Huérfanos ahora de Eugenio, han compartido eventos con este «épico inútil» que alguien le llamó, un adán surreal que lustraba sus zapatos en el pantalón mientras esperaba turno para conferenciar. No viene mal refrescar la memoria sobre este movimiento de vanguardia para comprender la importancia de su alcance sobre todo en el arte y la literatura. El surrealismo surgió en el París de la I Guerra Mundial como reacción contraria al triunfalismo de una Francia que, mientras celebraba su poderío bailando charlestón en salones y cabarets, y ratificaba las bonanzas de la vida burguesa, liberal, industrial y capitalista, le daba la espalda a todo lo que aquella guerra había dejado atrás: millones de muertos, la humillación de los derrotados por la actitud de revanchismo y represalias de los triunfadores, además de la pobreza, el hambre, las enfermedades y el auge de los nacionalismos. Ocurrió entonces que un grupo de intelectuales jóvenes se reunían en los arrabales de París y enmendaba la plana al establishment. Nacían las vanguardias, testigos del absurdo, sensibles a las injusticias, a las diferencias sociales, críticos con la indolencia de los ganadores. Las vanguardias nacieron con el ánimo de contrariar el mundo de las artes y de la literatura, primero fue el dadaísmo y de este surgió el surrealismo . El francés André Bretón (1896-1966) fue su maestro de ceremonias con sus manifiestos, luego lo vinculó a la revolución comunista, y ahí empezó la controversia, y la decadencia del movimiento. Buñuel contó cómo lloraba Dalí rogando a Bretón que no lo expulsara del movimiento por no ser afín a las ideas comunistas. El surrealismo incorporó el inconsciente, lo onírico en el arte, imbuido por las ideas de Freud, había que buscar otra realidad navegando hacia el interior, mayormente reprimido. Bodegas Alfaro, uno de los bares de Lavapiés que Eugenio Castro frecuentaba, justo al lado del Garibaldi de Pablo Iglesias, a la derecha Eugenio Castro y el Grupo Surrealista de Madrid seguro que cumplirían los requisitos del activista Breton, la toma de conciencia política y la inspiración de los postulados marxistas. Eugenio, amante de los relojes rotos, pensaba que «había que liberar a la actividad humana de los dictados del deber, de la obligación, de la puntualidad del compromiso, de la patética e incesante laboriosidad, de la esclavitud del asalariado, la acumulación de capital, de la vida cotidiana cautiva y del orgullo patriótico». Como buen revolucionario, se trataba de transformar el mundo, la realización de una utopía, la liberación, la emancipación. Y había que defender la diferencia, por eso escribió Eugenio Castro La flor más azul del mundo (2011) , un ensayo en que emulaba lo raro: los relojes rotos de Madrid, las películas sin imágenes, el hombre que mengua, la pobreza como lujo, lo improductivo y una poesía para vivir no para especular, «no domeñada en una política de salarios, vanidades e intrigas cuyo uso último lleva el nombre de miseria». La editorial: Pepitas de calabaza, «con menos proyección que un cinexin». Este libro conecta con el Romanticismo de Novalis (1772-1801), un poeta alemán que narra la búsqueda por un joven de una flor azul, símbolo de la belleza y la perfección artística, que sólo se alcanza con lo poético, lo espiritual, la imaginación y la intuición, desbaratando así la soberanía de la razón que imperaba en la Ilustración (1685-1815). Eugenio reivindicó sus orígenes en la última etapa, frecuentando más Las Herencias, el pequeño pueblo de La Jara toledana, cuyo cementerio acoge sus restos . Allí tuvo su primera experiencia surrealista. El pequeño Eugenio veía la televisión a través de la ventana de un bar, local prohibido para los niños en los sesenta, se quedó estupefacto ante la visión de una secuencia de La Isla Misteriosa de Julio Verne, donde «un pollo gigante atacaba en una playa a los protagonistas, y cómo el héroe les salvaba». Esta visión perduró en su memoria y la registró en Reaparición de la Isla Misteriosa , 'Collages de un film imaginario' (1995) . Fue el principio de toda una trayectoria del héroe surrealista jareño de Lavapiés, que luchó «poéticamente» con un gran pollo de nombre sistema. Luego se fue a la ciudad y pisó «sus charcos de agua tierna/que se cuela por las grietas/del adoquinado/sume las calles/cubre el empedrado/abarca fachadas/crece/su negra sustancia/sobre la plaza en flor/ ¿No has visto nunca por completo/una ciudad en sombras?». 'Blancamuerte/Siempreviva'.

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