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Ley de 40 horas que invita a un cambio cultural

Hoy entra en vigencia la Ley de 40 horas para todos los trabajadores del sector privado, de modo gradual. Una primera reducción de una hora semanal que terminará recién en 2028, con la entrada en régimen de la normativa. El trámite ha sido largo, y así como en el caso de otras demandas de los trabajadores a lo largo de la historia, ha estado acompañada por señalamientos según los cuales podría afectar la economía. Al respecto, y procurando ser serios, debemos señalar en primer lugar que nadie podría aferrarse a una verdad científica para determinar cuántas horas deberían trabajar las personas a la semana. En el primer siglo luego de la Revolución Industrial, no había mayores normas al respecto: las personas trabajaban entre 6 y 7 días a la semana, entre 10 y 16 horas al día y el trabajo infantil era habitual. Para que no se olvide, millones de trabajadores debieron movilizarse y miles murieron en el pasado, en todo el mundo y por cierto en Chile, para que usted pudiera tener la jornada laboral comparativamente acotada que existe ahora.

La iniciativa impulsada en el periodo legislativo anterior por las entonces diputadas Camila Vallejo y Karol Cariola tuvo en consideración, además, fenómenos contemporáneos y situaciones propias de Chile. Y es que la jornada no recae por igual en todos los trabajadores y trabajadoras. Desde hace años, con lento pero creciente éxito, organizaciones e investigadores han venido evidenciando la doble o triple jornada invisible a la que están expuestas las mujeres. Es por ello que ahora se discute la implementación de un sistema nacional de cuidados. Siguen siendo ellas quienes van al supermercado, cuidan a los hijos y a los adultos mayores y se hacen cargo de la dimensión doméstica de la vida. Para ellas la jornada es mucho más extensa y es por eso que se argumentó su situación para impulsar esta ley.

Además, en una ciudad territorialmente grande y segregada como Santiago, también hay diferencias. Tiende a existir una correlación entre tamaño de los bolsillos y distancia para el trabajo. Así, la desigualdad también se expresa para quienes deben desplazarse dos horas y a veces cuatro horas para ir y volver del trabajo, como ocurre con miles de vecinos y vecinas de comunas como Conchalí, Renca, Puente Alto o Maipú, que a su vez trabajan en Las Condes o Vitacura. Entonces tampoco estamos hablando de 45 horas dedicadas al trabajo, sino de muchas más.

La entrada en vigencia de esta ley no solo debe traducirse en un beneficio concreto para las personas, por lo que los intentos de un sector del empresariado por dividir la primera hora en 12 minutos es espurio y una burla al espíritu de la ley, sino que empuja un cambio cultural en favor de la productividad, pero muy especialmente del ocio. Este concepto, que ha sido acuñado desde la Grecia clásica, ha sido enormemente valorado en muchas culturas por considerársele el momento en el que los seres humanos dejan de realizar actividades para la propia subsistencia, por lo tanto se le ha vinculado con la reflexión, la paz y la libertad. Pero en este Chile forjado en las últimas décadas, el tiempo libre tiene mala fama e incluso la palabra ocioso sigue usándose como una descalificación. Ojalá la implementación de esta ley corresponda a su espíritu y nos ayude a ver, aunque sea un poco, las cosas de otra manera.

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