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En las fauces del Gran Tigre que aguarda a Daniel Sancho

Abc.es 

Las rejas de la entrada se abren para dejar paso a una camioneta cargada de provisiones. El vehículo emboca un pequeño pasillo hasta detenerse ante una puerta blindada. Esta se desbloquea, revelando a lo lejos una segunda. Entre ambas media una distancia que, en realidad, no puede contarse en metros, pues es la que separa uno de los múltiples infiernos de este mundo de la cotidianeidad, por comparación un paraíso. En el exterior, un rótulo pone nombre al escalofrío: Prisión Central de Bang Kwang. Jaime santirso Esta temida cárcel de alta seguridad acoge a los delincuentes más peligrosos de Tailandia, «unos 5.000, 200 extranjeros», estima un guardia. A ellos podría sumarse dentro de unos meses Daniel Sancho , en caso de que el juez competente decida el próximo agosto en su sentencia que el español perpetró con premeditación el asesinato y descuartizamiento de su acompañante Edwin Arrieta , delito castigado hasta con la pena de muerte , es decir, con un billete de ida a Bang Kwang. Noticias Relacionadas El tierno homenaje que Victoria Beckham compartió por el 49 cumpleaños de su esposo, David Beckham DANIELLA BEJARANO Alec Baldwin y su lucha contra las adicciones: «Esnifé una raya de aquí a Saturno» DANIELLA BEJARANO Los extranjeros han popularizado el apelativo «Hilton de Bangkok» para referirse al centro penitenciario. Los oriundos, en cambio, le conceden otro, menos sarcástico y más revelador: «El Gran Tigre». ¿Por qué? Porque este lugar devora a los hombres. La reja representa, por tanto, el hocico de la bestia. Bang Kwang se encuentra agazapado fuera del término municipal de Bangkok, en la ciudad de Nonthaburi, a orillas del río Chao Phraya que atraviesa la capital tailandesa. La fama de sus condiciones insalubres y prácticas brutales le precede desde hace décadas, horror delimitado por sólidos muros grisáceos y torreones de vigilancia, a su vez detrás de vallas rematadas por alambre de espino. Familiares El exterior de la cárcel bulle de gente, en su mayoría ancianos y mujeres acompañadas de niños pequeños, retazos de familias atrapadas en las fauces del tigre. Afanosos, buscan con ahínco el nombre amado en interminables listas mientras hacen una cola tras otra acumulando papeles, sellos y firmas bajo el sol inmisericorde de Bangkok. Todo por un reencuentro. «Hoy es un día especial», explica el mismo guardia, «podrán verse con más proximidad de lo habitual». Los familiares dejan sus posesiones en taquillas antes de acceder a la cárcel jaime santirso También por ese motivo, aclara, «hace falta un permiso especial de la embajada para ver a cualquier reo »; los turnos ordinarios no se retomarán hasta mediados de mayo. En comunicaciones previas con ABC, la embajada de España en Tailandia advertía que « las visitas a los presos están restringidas a los familiares y allegados que cada detenido pone en una lista de máximo diez personas preautorizadas. Abogados y embajada pueden visitar a presos y detenidos sin restricción alguna». Personas que realizan con frecuencia el procedimiento confirman a este medio que, en efecto, así es. «Hace cinco años podías visitar a cualquier persona, pero cada vez es más restrictivo. Se supone que son veinte minutos pero apenas puedes estar quince, y aunque hablas por teléfono la persona está muy lejos. Además, cada cárcel tiene su propio sistema», apuntan. Entre la muchedumbre de rostros castaños destaca la palidez de una mujer anglosajona, quien otea a su alrededor y guía de la mano a una niña de dos años tan rubia como ella. Está esperando a un diplomático de su país que le asistirá en el proceso, más allá de eso prefiere no desvelar detalle alguno sobre su situación personal. «No hay reglas generales» , resume resignada. Entrada de la cárcel jaime santirso «Un infierno» Al otro lado de la calle, junto a la entrada principal, aquellos que ya han completado los enrevesados preparativos depositan sus posesiones dentro de una taquilla antes de volver a aguardar turno por última vez. Allí está la veinteañera Som , su marido Nick y su hija de un año, quien juega distraída con unas piedras en el suelo. Al otro lado les espera un hermano, un cuñado, un tío, a quien por lo general acuden a saludar una vez por semana. Las preguntas más tentadoras –«¿Cuánto tiempo lleva aquí? ¿Por qué motivo?»– se quedan sin respuesta. Solo la tercera – «¿Cómo es la vida dentro?» – arranca a duras penas dos letras: «OK». Ante el silencio, la más vívida contestación sigue estando en la autobiografía de Warren Fellows , quien vio las puertas de la cárcel cerrarse... desde dentro. Este australiano fue detenido en 1978 por tráfico de heroína y condenado a cadena perpetua. Tuvieron que transcurrir doce años «en el infierno» hasta que un perdón real le permitió regresar a casa, donde plasmó sus demonios en un libro titulado 'The Damage Done' –'El daño hecho', sin edición en español–. «Era muy consciente de la reputación de Bang Kwang como, simplemente, la prisión más temida del mundo. Cuando hacía mis negocios en Bangkok tenía en cuenta la posibilidad de que, si me pillaban, podrían enviarme allí. Pero de algún modo me parecía algo remoto, un lugar al que yo no pertenecía». El curso de los acontecimientos, no obstante, se impuso. Fellows relata torturas, ejecuciones, asesinatos y hambre, hasta el punto de que los reos se disputaban las ratas. «El sadismo y el sufrimiento que hervían en su vientre dejaban al Gran Tigre gloriosamente satisfecho». Los visitantes completan el proceso necesario para poder ver a sus familiares presos jaime santirso Ahora bien, de aquello han pasado treinta y cinco años. «Las condiciones han mejorado mucho, ya no está tan mal», tercia Mix , parapetado tras la caja registradora. De día este joven trabaja en la cafetería exterior del complejo, de noche ejerce como guardia de seguridad en el interior. «No puedo dar más detalles sobre mis responsabilidades», se excusa. Mix no es el único que vive a ambos lados de las puertas blindadas. Todos los empleados de la cafetería son presidiarios que todavía no han completado su condena pero cuentan con permisos especiales, parte de un programa de reinserción. Estos sirven con amabilidad zumos, batidos y pasteles a los familiares de sus compañeros de celda mientras de fondo suena una guitarra clásica, suave melodía que adormece al Gran Tigre tras las puertas cerradas.

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