Dyanne Marenco: la presidenta trilingüe de la Cruz Roja que nació para ser voluntaria
Dyanne Marenco González creció rodeada de avestruces y de choques culturales. Ni siquiera se había convertido en una quinceañera cuando ya había cruzado el planeta para vivir en Israel o educarse en Estados Unidos.
Hoy, a sus 34 años, esta trotamundos trilingüe es abogada y notaria, y acumula tres años como presidenta de la Cruz Roja Costarricense y uno como presidenta de la misma organización humanitaria en las Américas.
Comerse el mundo desde pequeña es un regalo de su mamá, doña Vivian González, una ingeniera agrónoma especializada en zootecnia, quien, por su trabajo, debía vivir en otros países o visitarlos, siempre acompañada de su única hija.
Cuando estaban en Costa Rica, vivían rodeadas de esas gigantes aves de patas largas, pues doña Vivian fue la primera en traer esa especie a territorio nacional.
“Hice el kínder en Israel. Tenía de tres a cuatro años y sabía algo de hebreo”, recordó Marenco. Los años posteriores los pasó en Costa Rica, aunque a los ocho vivió en Estados Unidos con su madre y sus abuelos.
Completó la primaria en una escuela de monjas y la secundaria en Los Angeles School, institución a la que atribuye su disciplina actual. Desde pequeña habla inglés y, ya adulta, aprendió francés.
La niña que nació en una sencilla casa en Hatillo se especializó después en derecho ambiental y cursó tres maestrías: una en Administración de Empresas con énfasis en Gerencia General, otra en Relaciones Internacionales y Diplomacia, y una en Gestión de Riesgos de Desastre.
Antes de llegar a la presidencia de la Cruz Roja, trabajó siete años en la Comisión Nacional de Emergencias (CNE).
Estudiar ha sido una norma de vida para Dyanne, pero la dueña de su corazón es la Cruz Roja, en donde hoy invierte todo su tiempo al servicio humanitario sin recibir salario.
Amor a primera emergencia
El miércoles pasado, en una sala de reuniones de las oficinas centrales de la Cruz Roja, en Zapote, San José, Dyanne recibió a un equipo de La Nación con su uniforme de socorrista y esos rizos definidos que la han acompañado desde niña.
Como si sacara recuerdos de su taza de café, rebobinó sus memorias hasta el 2004.
A los 15 años, en casa de su abuelita, vio en las noticias a voluntarios de la Cruz Roja colaborando en emergencias por inundaciones en Limón. “Le dije a mi abuelita: ‘Quiero ser voluntaria en la Cruz Roja’, y ella me dijo que había sido dama voluntaria del Hospital México por 20 años”, cuenta.
En ese momento, comprendió que el instinto de ayuda lo heredó de su abuelita, doña Betty Trejos. Poco a poco, se fue involucrando en la labor humanitaria: arrancó como voluntaria y luego se dedicó a ser socorrista, lo que posteriormente inspiró a su madre y a su abuelita a unirse también como voluntarias de la institución.
Doña Vivian, además de su trabajo como ingeniera, se dedica a conducir ambulancias, mientras que doña Betty fue voluntaria por varios años, aunque no en emergencias. “Yo también puedo manejar ambulancias, tengo la certificación, pero decidí no hacerlo mientras tengo el cargo de presidenta”, mencionó Dyanne.
Aunque pudieron compartir varios eventos juntas, su abuelita ya no colabora como voluntaria, principalmente por la demencia senil que la aqueja y por su edad, pues tiene 91 años. “A veces me pregunta si puede probarse un uniforme y yo la dejo”, dice Marenco.
Beneficios y sacrificios
Dyanne no fue una adolescente promedio. Después del colegio, en lugar de asistir a fiestas, prefería invertir su tiempo en la Cruz Roja.
Aunque recuerda haber ido a algunas reuniones de compañeros, era quien se encargaba de cuidar a los demás, sin dejar de lado su responsabilidad como cruzrojista.
“En el colegio incluso llegaban a buscarme para que ayudara a algún compañero que se sentía mal. Me sentaba con ellos y les daba un té. Los cuidaba”, recuerda.
Además de poner en segundo plano su vida social, Dyanne asegura que otro sacrificio que enfrenta un cruzrojista es la carga emocional.
“No es fácil, existimos para ayudar a las personas. Nos vinculamos con el dolor y el sufrimiento humano y cargamos mucho peso emocional. Los socorristas absorben el dolor, miedo y frustración de las personas. No sé cómo lo transformamos, pero les regresamos luz, esperanza, y les damos la mano”, asegura.
Reconoce que, en su camino, el machismo ha sido un obstáculo. En más de una ocasión no tomaron en cuenta su declaración sobre algún incidente, según ella, por verla joven o inexperta, cuando en realidad acumula 19 años dentro de la entidad humanitaria.
“He tenido que demostrar que sí puedo y lo primero fue creérmelo yo. El amor y el respeto por la Cruz Roja fue lo que me sostuvo en los momentos más críticos”, dice.
Pese a las dificultades y retos, para Dyanne, pertenecer a la Cruz Roja tiene muchos más beneficios que sacrificios. “La Cruz Roja cambió mi vida. Como adolescente, la Cruz Roja fue mi hermana mayor. Somos una familia y lo más lindo es la familia dentro de la familia”, aseguró, en referencia a su abuelita y a su madre.
Además, le resulta halagador cómo más de un niño o joven se le acercan para decirle que ven en ella una inspiración.
“Hay un niño voluntario en particular que siempre que me ve me dice que quiere llegar a ser presidente de la Cruz Roja. Eso me llena el alma. La gente tiene que creérsela y saber que puede hacerlo”, mencionó.
Ascenso a la presidencia
Llegar a la presidencia de la Cruz Roja nunca estuvo en los planes de Dyanne. Entró a la Junta Directiva de la Cruz Roja en el 2017 como subsecretaria general y, tres meses después, fue elegida como vocal por cuatro años.
En el 2021, con la pandemia, se prorrogaron automáticamente los plazos de las juntas directivas, por lo que continuó en ese cargo.
No obstante, el entonces presidente, Glauco Quesada, se vio obligado a renunciar para priorizar su trabajo durante la época de covid-19 y, ocho meses después, también se retiró el vicepresidente, Jorge Mario Herrera, quien era médico en la zona sur.
Esa seguidilla de salidas la dejó como presidenta interina por 21 días. Luego, en una asamblea, fue nombrada como la primera presidenta mujer del organismo en Costa Rica, para completar el periodo que le correspondía a Quesada; es decir, un año y tres meses.
Cuando ese plazo concluyó, en marzo del 2023, se realizó otra asamblea y fue elegida presidenta por otros cuatro años. Su periodo finaliza en marzo del 2027.
En junio del año pasado, todos los presidentes de la Cruz Roja de América, en una conferencia interamericana, la eligieron presidenta del Comité Regional Interamericano (CORI), con lo cual se convirtió en la presidenta más joven en la historia de dicho órgano. Además, no hay ningún presidente de la Cruz Roja en el mundo más joven que ella.
Su facilidad para comunicarse y su entrega a la institución la llevaron, incluso, a ser invitada a la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) la segunda semana de mayo, para participar en un panel sobre los efectos del fenómeno El Niño y el trabajo de la Cruz Roja en Costa Rica.
“Participé en el foro de alto nivel con expertos de muchos países y representé a Costa Rica. Pedí permiso para llevar el uniforme de la Cruz Roja, así que no era solo Dyanne la que estaba ahí, sino también la Cruz Roja”, agregó.
Visiones a futuro
“Voy un día a la vez, nada de lo que ha pasado estaba en mis planes”, respondió cuando se le preguntó si planea completar su periodo como presidenta.
No obstante, consciente de que el futuro no está asegurado, se siente satisfecha de saber que tiene todo preparado por si llegara a faltar.
“Me he dedicado intensamente a fortalecer los procesos de sucesión. Quiero vivir 150 años, pero no está en nuestras manos. Me consuela saber que no estoy sola, tenemos un equipo de primera y todos trabajamos fuerte para sacar adelante a la Cruz Roja”, agregó.
Su etapa como presidenta de la organización es solo una fase de su vida. Cuando cierre este ciclo, se ve al servicio de la misma causa, pero no liderando la entidad y posiblemente en otros países.
“Quiero ser mamá, necesito terminar unos pendientes relacionados con el estudio. No me veo trabajando en Costa Rica. Siempre en Cruz Roja, pero no como presidenta. Definitivamente, ayudando a la gente”, aseguró.
Desea dejar una Cruz Roja mejor de como la encontró, más sólida y fuerte. Su lucha principal, por el momento, es lograr que la entidad tenga una ley que la respalde. Asimismo, sueña con una Cruz Roja autosostenible, como en otros países. Mencionó que, en otras naciones, la institución tiene empresas de productos o, incluso, universidades, lo que le ayuda económicamente.
Su corazón se llena al decir que de los 6.000 colaboradores que conforman la Cruz Roja en Costa Rica, 5.000 son voluntarios. Al asumir su cargo, se comprometió a conocer todas las delegaciones del país y lo logró.
Esto le permitió darse cuenta de lo capacitados que están cada uno de los voluntarios y colaboradores, a quienes recuerda con cierta emoción, que no puede ocultar en sus ojos.
Con esa misma emoción, Marenco se siente agradecida con sus predecesores y con todos los colaboradores de la Cruz Roja Costarricense desde su creación, en 1885.
“Me siento superorgullosa de la Cruz Roja y la defiendo con todo mi amor y alma, como si fuera una mamá leona, porque creo mucho en la Cruz Roja y siento que tengo una responsabilidad de cuidarla para los que vienen”, concluyó.