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Bases de la corriente natalista

Bases de la corriente natalista

El natalismo afronta el reto de responder a la postura antinatalista que la contradice.

En la Inglaterra del siglo XIX, con la Sociedad Eugenésica, llamada hoy Instituto Galton, fundada por Francis Galton, miembro de una prestigiosa familia de banqueros, se originó la corriente contra el natalismo.

Con él se afincaron las tesis de Thomas Malthus, economista británico que sostenía la teoría, hoy descartada, de que el bienestar económico y el crecimiento poblacional tenían una relación proporcionalmente inversa. En otras palabras, cuanta más población, menor economía.

Fue desacreditada no solo por la realidad, sino también por investigaciones estadísticas, pero estableció en aquel tiempo el prejuicio de ver como un fracaso existencial y de políticas públicas el aumento de la población.

La corriente antinatalista adquirió fuerza en los países occidentales a raíz del Informe Kissinger, entregado al secretario de Estado Henry Kissinger en 1969 y desclasificado el 31 de diciembre de 1980.

El documento recomendaba la aprobación de políticas contra la natalidad, por considerar el crecimiento mundial de la población como un riesgo para la seguridad estadounidense y sus intereses en ultramar.

Entre otras políticas de Estado, el informe Kissinger sugería la colaboración de la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID) y otras organizaciones para concentrarse en las naciones en donde, según su criterio, la reducción de la fertilidad era más necesaria.

Hablaba de la necesidad de desarrollar innovaciones para la reducción de la población. Una de las razones que en 1969 esgrimía el informe era el inminente riesgo de hambrunas, dada la posibilidad de una insuficiencia productiva de alimentos; un nuevo maltusianismo, que no solo fue descartado por la realidad, sino también por estudios como el de los investigadores Gale Pooley y M. Tupy, quienes en el año 2022, sobre la correlación entre población y recursos alimentarios, demostraron, gracias a los avances tecnológicos, que a medida que crece la población se incrementan también los recursos disponibles.

En el capítulo “Requerimientos para lidiar con el crecimiento rápido poblacional” del Informe Kissinger, se pretendía evitar que en el siglo XXI la humanidad sobrepasara los 8.000 millones de habitantes, al punto que proponía como objetivo de política pública una tasa de reposición poblacional del 1,1 % por pareja, de forma que la población mundial se redujera gradualmente.

Tesis natalista

Por el contrario, la tesis principal que sostiene la corriente natalista (favorecer el aumento de la natalidad) es la cosmovisión judeocristiana occidental, cuyo fundamento es la concepción de naturaleza espiritual: el principio de la dignidad humana, sobre la cual se edificaron los derechos humanos básicos.

El derecho humano a la vida, prescrito en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no habría surgido sin la previa existencia del precepto de la dignidad.

Para entender su importancia, debe tomarse en cuenta que en el mundo antiguo el valor de los seres humanos dependía exclusivamente de sus capacidades, es decir, de las posibilidades de poseer poder político-militar o poder socioeconómico.

En ausencia de esas capacidades, los habitantes sometidos a la autoridad no eran considerados sujetos, sino objetos.

Esa es la razón por la cual en las civilizaciones antiguas los concebidos como débiles, con discapacidades, enfermos o no aptos para el trabajo eran marginados, por cuanto su valor ante la sociedad dependía exclusivamente de su productividad.

La noción de que el ser humano tiene dignidad intrínseca por el solo hecho de ser persona en aquel entonces ni siquiera se imaginaba.

El concepto surgió gracias a un antiguo precepto hebreo que afirmaba un aforismo novedoso: “El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios”.

Ello significó que el ser humano es la única creación que comparte con su Creador siete características: su naturaleza personal, su capacidad de conciencia, su aptitud intelectual, su vocación creativa, su condición moral, su cualidad emocional, su voluntad autónoma y el libre albedrío.

Después de la caída de Roma, el judeocristianismo consolidó ese antiguo principio en el resto de Occidente. Por esa noción espiritual, al hombre se le reconocen derechos básicos, como el derecho inalienable a vivir, base esencial del natalismo, y otros subsecuentes, como lo son el derecho a ser tratados con igualdad ante la ley, a expresarnos, a no ser sometidos a servidumbre ni ser discriminados.

Son derechos de elemental justicia que ostentamos por nuestra sola condición humana. Y es el concepto espiritual de la dignidad humana, y no otro, la piedra angular en la que Occidente construyó toda la cultura que llamamos constitucionalismo, la cual nos otorga garantías frente al poder, que evitan a los ciudadanos la existencia bajo la tiranía.

La raíz cultural occidental, que por las razones anotadas ha concebido el natalismo como un ideal en sí mismo, afronta el reto de responder a la postura antinatalista que la contradice.

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucionalista.

La tesis que sostiene la corriente natalista (favorecer el aumento de la natalidad) es la cosmovisión judeocristiana occidental.

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