El antídoto de Jenny Odell contra la 'hiperoptimización' de la vida: "Que algo sea más productivo no lo hace más valioso"
Cuando Cómo no hacer nada, el ensayo superventas de Jenny Odell, llegó a las librerías, no tardó en convertirse en una lectura relevante para muchas personas. Desde una escritura sosegada y partiendo de la experiencia de unos paseos por un jardín abierto al público, la artista y docente logró contar algo que conectaba mucho con lo que en 2019 era ya algo más que una intuición colectiva: la idea de que el diseño de las dinámicas de engagement de las redes sociales se estaban llevando algo importante de nuestra capacidad de conexión cotidiana, tanto con el paisaje como con las personas con las que lo compartimos. El momento en el que se publicó también resultó adecuado. Cuando Ariel editó la versión en castellano del libro, todavía salíamos de ese tiempo extraño que fue la pandemia de COVID-19, el confinamiento y sus consecuencias. Un largo invierno social que estuvo estrechamente acompañado por la incertidumbre en el futuro y un cierto extrañamiento vital, y en el que las redes sociales se habían convertido en un necesario puente hacia los otros.
Por entonces, Odell ya trabajaba en la escritura de ¡Reconquista tu tiempo! (Ariel, 2024). Un ambicioso ensayo en el que, una vez más parapetada entre los códigos comerciales de la literatura de autoayuda, aborda la temática del tiempo desde numerosos puntos de vista, atravesados por la problemática actual. Una ruta desde la bahía de San Francisco le sirve a Odell esta vez como recurso narrativo para hilvanar un exigente trabajo ensayístico sobre el concepto de tiempo y sus usos culturales. Desde el dilema del tiempo aplicado al sendero vital del ser humano, hasta la cuestión del impacto del mismo en la naturaleza y el cambio climático. Uno de los aspectos más interesantes del libro puede ser el repaso a la historia de la gestión del tiempo en busca de la maximización del beneficio en contextos corporativos, y en detrimento a menudo del respeto a la humanidad del trabajador. Pero es aún más interesante sumergirse en su análisis de cómo esas herramientas de gestión y optimización de tiempo se introducen, impulsadas por los discursos presentes en las redes sociales, en la vida cotidiana, familiar y afectiva de muchas personas, aspirando a una maximización en términos de productividad del tiempo libre.
El tiempo libre en la era de la optimización personal
En el interminable scroll posible en Instagram, cuyo algoritmo hace tiempo que fue alterado para mostrar contenidos de vídeo sugeridos en base a los teóricos intereses del usuario, es frecuente que al mismo le asalten contenidos centrados en la optimización de tiempo aplicada a distintas facetas de la rutina. Guías prácticas sobre cómo organizar un ritual de trabajo en remoto desde casa, cómo cocinar para toda la semana cuando no tienes tiempo de parar durante el día o cómo limpiar de manera más eficiente. También consejos para la vida familiar, como por ejemplo el de la regla de los nueve minutos para las personas con hijos, que consiste en pasar nueve minutos (seguidos o fraccionados a lo largo del día) de intimidad paternofilial en aras de una relación más sólida.
En definitiva, las dinámicas de optimización de tiempo propias de contextos corporativos llevan ya un tiempo adentrándose en la vida personal, extra laboral, de las personas, de la mano de las redes sociales. Las agendas digitales personalizables que ofrecen herramientas como Notion se salpican también de espacios dedicados a pasar un tiempo de calidad con la familia, los amigos o el autocuidado. Al preguntarle a Jenny Odell por esta característica, una reflexión recogida en su libro, ella antepone la importancia de no juzgar las motivaciones de las personas al seguir este tipo de prácticas, pero no abdica en la tarea de realizar un análisis a lo que a la generalización de este tipo de dinámicas organizativas se refiere. “Estas herramientas tienen una lógica inherente que puede ejercer su propio poder sobre ti”, explica Odell en una entrevista con elDiario.es.
“Puedes empezar utilizando algo como una herramienta porque tienes un objetivo realmente importante, como pasar más tiempo con tus hijos, pero después la herramienta empieza a hacerse un poco con el control. Un ejemplo clásico es el uso de una escaleta de tiempo. Al usarla, la propia herramienta te sugiere un uso de tu tiempo más óptimo. A veces es difícil saber dónde quedas tú en mitad de todo esto. Conozco gente que glorifica la escaleta y vive su vida a través de sus indicaciones. Recuerdo que una persona me mostró su escaleta de los últimos cinco años, y al final de cada día tenía una puntuación. Eso me parece horripilante. Pero es similar a cómo plataformas como Instagram, por su propia estructura y naturaleza, sugieren formas de pensamiento independientemente de cómo las uses”.
La lógica detrás de las aplicaciones que acumulan datos personales, de concentración, de tiempo de trabajo, tareas finalizadas, de libros leídos o incluso de rendimiento físico a la hora de hacer ejercicio, no es otra que la de prometer a sus usuarios una mejora en términos de optimización para superar sus objetivos cuantitativos. “Esto también implica una noción de lo que significa mejorar”, reflexiona la autora. “Que algo sea más productivo no lo hace más valioso. Son dos cosas diferentes que se miden de distinta manera. Si usas las mismas métricas para las dos, la productividad se convertirá en la manera en la que concibes el valor.”
Las aficiones en la era de las redes sociales
Las pasiones y aficiones siempre han actuado como un elemento identitario que articula círculos de socialización para un individuo, alternativos a los que puede encontrar en su familia, su entorno de trabajo o incluso su vecindario más inmediato. Pero, ¿qué ocurre en la era en la que las aficiones se comparten como contenido en plataformas de redes sociales?
Las plataformas ofrecen entonces un punto para volcar, documentar y medir tu rendimiento en una afición determinada según el engagement que ofrece el diseño de las mismas. Por ejemplo, alguien aficionado a la pastelería que decide crear un perfil para sus pasteles podría encontrarse valorando su progreso en términos de popularidad, en cantidad de me gusta o respuestas a sus publicaciones, ya que el algoritmo de Instagram premia este tipo de interacción. Alguien que disfrute jugando a videojuegos podría verse trazando una estrategia de comunicación en redes para lograr que más gente se sumase a sus directos en streaming. O alguien para quien la lectura es un valor importante, podría sentir pudor al no haber tenido tiempo para leer y actualizar así sus últimas lecturas en las plataformas dedicadas a tal propósito.
Aunque prevalece la promesa de contactar con una comunidad, la lógica de concurso de popularidad inscrita en el propio diseño de las plataformas podría estar agriando el sabor de quienes comparten en ellas sus pasiones, ante la sombra de un fracaso de engagement. Jenny Odell prefiere hablar desde su experiencia personal en este asunto, y admite que ella opta por mantener sus aficiones separadas de su presencia digital. “Documentar constantemente todo y comprobar las métricas cambia la experiencia temporal y me haría sentir estas experiencias como menos libres o, por lo menos, diferentes”, admite, al tiempo que abre un diagnóstico sobre por qué esta necesidad de volcar nuestras aficiones en el plano digital puede amaragar un poco la forma de experimentarlas. “Parte de esto descansa en la propia estructura de las redes. Es difícil imaginar unas redes sociales diferentes de las que tenemos ahora, que hacen que la experiencia en ellas se perciba como muy severa o punitiva, siempre oscilando entre el éxito y el fracaso. Esto está integrado en la propia construcción de estas plataformas, en su propia naturaleza.” Traducir, desde el diseño de las dinámicas de engagement, los vínculos humanos que cultivamos en las redes en una carrera de popularidad es parte indisoluble del malestar que a veces producen las redes.
Estilos de vida con etiqueta slow: vida en la naturaleza y objetos restaurados
Personas que recogen tomates de su propio huerto, que tienen gallinas, amasan pan con las manos, personas que restauran muebles vintage, virtuosos del bricolaje, y un largo etcétera de contenido centrado en hacer cosas de cero y recuperar (también romantizar) el contacto con la naturaleza se apodera del timeline de Instagram de muchos usuarios. El locus amoenus como paisaje, la reivindicación de otros ritmos como mensaje. La divertida narradora de Sheena Patel en su novela Soy fan (Alpha Decay, 2023) ya ironizaba con este perfil de creador de contenido, al estilo de una Martha Stewart digital, que cada vez se hace más popular en las redes. En tiempos de emergencia climática, las celebrities y los influencers más esponsorizados cada vez ponen más empeño en mostrarnos su conexión privada a la naturaleza. Para Odell existe una conexión entre ambas: “Hay una lectura de la popularidad de este contenido y estas aficiones como evidencia de aquello de lo que se le priva a las personas”.
La artista y docente investiga en la actualidad la noción de reparación, –en todas sus vertientes, desde los objetos hasta los paisajes–, en el contexto social actual, y hace hincapié en la de publicaciones que acumula esta afición en redes: “Creo que dice algo sobre un sentimiento de alienación, y la reparación supone un antídoto contra la alienación del consumidor.”
La dificultad de acceder a una vivienda y su consecuencia —vivir de alquiler en casas en las que no puedes modificar nada ni crear relaciones de mucha implicación con los objetos— podría estar detrás del éxito de estos contenidos. “Es una reacción, ante la imposibilidad de forjar estas relaciones con los objetos, consumes contenido sobre esta relación con los espacios”, expone Odell. “Es como si fuera posible realizar un diagnóstico social en función del contenido de hobbies que se hace viral en la plataforma. Hoy en día reparar cosas es un lujo por la exigencia de tiempo, el precio, el acceso a las herramientas o al conocimiento necesarios, y corre el riesgo de que se quede solo en una tendencia de Instagram.”
Para la autora, al consumir un contenido de un creador que recoge los huevos directamente del gallinero de su parcela, o que hace la pasta fresca en casa, bate su propia mostaza o fabrica sus propios muebles, los usuarios reparamos un puente roto que existe entre los objetos que utilizamos a diario y su origen. Si nos gustaría, durante un segundo de scroll, vivir esa vida y tener ese tipo de contacto material con el entorno y con los objetos, puede ser porque esa relación está fuera de nuestro alcance.
Capitalismo de las experiencias y métricas para la improductividad
La publicidad de herramientas para la gestión del tiempo vive un momento dulce al principio de cada nuevo año. Los propósitos de Año Nuevo son un gran motor para instalar aplicaciones de conteo y marcarse objetivos que se benefician de una optimización de los tiempos. Ya sea leer más libros, hacer ejercicio, comer mejor o dedicarse a algún proyecto personal. Además, los prescriptores de la gestión de tiempo (que Odell llama en su libro productivity bros) aprovechan la ocasión para promocionar sus perfiles dentro de un entorno como el de Instagram. Pero en el último cambio de año, estos mensajes tuvieron la particularidad de convivir con el discurso opuesto: publicaciones que animaban a los seguidores a vivir la vida a un ritmo más lento, a desconectar de las exigencias de productividad, a estar más presentes en sí mismos.
El contenido que favorece y alienta la desconexión e incluso la pérdida de tiempo en labores improductivas es, casi de manera paradójica, más popular en perfiles muy productivos dentro de las plataformas. La divulgadora tech estadounidense Taylor Lorenz acuñaba directamente el término resentment reels (reels resentidos) para las publicaciones en las que los usuarios se quejaban de la presión por “participar en la economía online de creación de contenido, para después sentirse frustrados por su inevitable fracaso (de engagement)”. De alguna manera se impone la pregunta, ¿se puede medir y promover la improductividad como un concepto comercial más al igual que ha ocurrido con la productividad?
En ¡Reconquista tu tiempo!, Odell habla del auge de la etiqueta slow como reclamo comercial para transacciones en las que en el centro se sitúa una experiencia más relajada y alternativa, al menos en estética, a la que hasta ahora hemos conocido. Un ejemplo de esto es el reciente auge de los retiros como concepto de negocio, la comercialización de una experiencia de desconexión centrada a menudo en optimizar métricas y valores alejados del concepto tradicional de productividad, como el descanso, el ejercicio, la lectura, el contacto con la naturaleza o las actividades relacionadas con el mindfulness. “Todas las ideas se pueden comercializar, de la misma manera que lo pueden hacer sus opuestos”, opina la pensadora. “Al igual que hay personas que pagan por la velocidad, por ejemplo, para no tener que hacer cola, podrían hacer lo contrario en otro aspecto de sus vidas. Es una distinción importante, porque existe esta noción de que todo se está volviendo más rápido. Una persona poderosa controla su distribución de velocidad y lentitud más que otras.”
Sobre la problemática asociada a optimizar el descanso, la inutilidad e incluso la desconexión, Odell realiza una reflexión más profunda. “Lo que me preocupa de que estas ideas se vendan, y lo que me hace volver a esa noción de reparación, no es solo la desigualdad que implican, ya que se venden como un lujo y como algo exclusivo, sino que distraen del hecho de que todo estos son cosas que puedes hacer por ti misma”, apunta. “Si quieres invitar a tus amigos a una cena en casa, hay empresas que te la hacen. Para mí, el significado de invitar a gente a cenar es hacer la comida, la generosidad de ese tiempo. Como alguien a quien siempre le ha preocupado el concepto de alienación (del medio ambiente y de los procesos de vida), me preocupa la transformación de la vida en lo que llamo un menú desplegable de opciones, en el que las transacciones sustituyen el poder de hacer o decidir cosas”.
Este nuevo océano de posibilidades de negocio tiene mucho que ver con una fase del capitalismo en la que el consumo de experiencias desplaza incluso al de objetos. “El capitalismo de las experiencias hace sentir que el tiempo es dinero incluso cuando no estás trabajando (y no estás vendiendo tu tiempo por dinero)”, razona Odell. “Cuando sales del trabajo te encuentras con las sobras de tu tiempo material, y sientes que tienes que extraer un valor de manera similar. Es la idea de la gente que no puede disfrutar de un momento porque siempre está pensando en su coste, pensando en términos de inversión a futuro. Con el capitalismo de experiencias es llevarlo un paso más allá. Es decir ‘quiero la mayor cantidad de productos de experiencia que sea capaz de comprar, para que al final de mi vida haya consumido todos los productos de experiencia que quería’. Cuando eres un consumidor, te dan unas opciones y simplemente escoges la que quieres.”
Odell no niega que a través de estas transacciones muchas personas hayan disfrutado de experiencias valiosas en su vida, pero defiende la necesidad de algo más. “Tienes expectativas, siempre aspiras a añadir algo a tu vida, como ser sorprendido, o sentir que algo te cambia. En realidad, me imagino que los momentos más valiosos de la vida de alguien no son aquellos que transcurren en la total comodidad. Puede que sean aquellos en los que has pasado miedo, o te hayas quedado sin palabras, o en los que no te sientes totalmente en control.”