¡Gensanta, vienen en tromba!
Visten togas, se calan birretes y airean graciosamente sus puñetas. Son jueces y fiscales que han decidido, ante dios y ante sí mismos, imponer su santa voluntad al resto de los españoles, que a ellos qué les importa lo que diga el Parlamento, elegido en libertad por todos los ciudadanos. Llevan incorporada la legitimidad absoluta al vestuario, y ay de aquel que ose disentir de sus verdades reveladas. Las leyes son cosa suya, nada más que suya, y hacemos la interpretación que se nos pasa por nuestro ilustrísimo magín, tan superior al del resto de los mortales. ¿Saben qué les digo? Que esta situación es insufrible y que hará muy bien el Gobierno en meter mano en este río plagado de peligrosos cocodrilos. Tendrán los ministros pertinentes que tener cuidado, claro, y ajustarse a la más estricta legalidad y a las normas que rigen las sociedades democráticas. Pero esta disposición, al contrario de lo que opinan en la derecha –qué griterío y deslealtad del PP y su desnortado líder Núñez Feijóo– junto a sus múltiples y desaforados voceros, hay que darla por supuesta.
Porque ésa es otra. Los medios. ¿Bulos? A patadas. ¿Insidias? A decenas. ¿Acusaciones sin pruebas? A centenares. ¿Insultos, groserías, procacidades? A miles. Pues ahí los tienen, cabeceras centenarias, periódicos de dueños italianos –¿Meloni?– y digitales vergonzantes. El que pueda hacer que haga, dijo el gran mentiroso, el de las armas de destrucción masiva y ha sido ETA. Una lástima, por cierto, que nadie en la izquierda gritara algo semejante. Así que ciertos magistrados y fiscales se echaron la escopeta al hombro, desde la primera instancia al Supremo, y a ellos les han seguido, perrunamente, periodistas y un laureado hatillo de intelectuales que coronan y blanquean con sus doctas firmas la bazofia que les rodea en esos medios repugnantes. Les da igual vivir hoy en las cochiqueras, cuando ellos mismos han vivido largos años y tan ricamente en casas bien ventiladas. Ellos están por encima del bien y del mal, siempre en lucha contra cualquier presión de la dictadura de los gobiernos bolivarianos. Y por eso, por su acrisolada independencia, en ocasiones se desviven por publicitar a Ciudadanos, 0,69% de votos en las europeas, o a esa fantasmagórica Izquierda Socialista, 0,18%. Pero vamos, preferiblemente, gustan de ir, tan orondos, en las listas de los partidos de derecha, se suman a las manifestaciones más reaccionarias con trémulos discursos o defienden, a pelo, el voto a Vox porque es un partido totalmente democrático, y no como los que forman el Gobierno, herederos de las checas, socios de Putin y émulos de Maduro, Jomeini o Fidel Castro. Dice el Gobierno que va a actuar. Veremos cómo, que la cosa no es tan sencilla como parece indicar algún globo sonda que nos ha hecho llegar el presidente. Por ejemplo, ¿han consultado a organizaciones de profesionales nacionales y extranjeras? ¿A abogados especializados en estos menesteres? ¿A periodistas de cuajo y años de profesión? ¿A jóvenes expertos en digitales? Atentos, estaremos muy atentos, que las aguas pantanosas son terribles. Acuérdense de esas escenas angustiosas en las que al final sólo se ve la mano agarrotada del interfecto tragado por el pantano saliendo de las arenas movedizas.
¿Faltaba alguien en esta aguerrida familia? Exacto, el peluche para la señorita del fondo: ¡la Iglesia! Porque seguramente ustedes, tan inocentes, se preguntarán por qué las emisoras de los señores obispos, los mismos que racanean con los curas pedófilos o se hacen de oro con subvenciones y colegios subvencionados, tienen una radio y una televisión que más parecen la parada de los monstruos, donde ultrarreaccionarios llegados desde el siglo XIX por algún milagro vaticano, junto a jóvenes cachorros neoliberales, forman un delirante orfeón de voces disonantes que sobrepasan cualquier discurso lógico para caer de lleno en el más delirante de los panfletos reaccionarios. Me refiero, claro, a la COPE, radio, ¿verdad que les gusta Carlos Herrera?, y a la Trece Televisión. Y no se olviden de El Debate, ese virulento digital de la Asociación Nacional de Propagandistas, tan cercano a Hazte Oír y otras fanáticas organizaciones ultracatólicas semejantes. ¡Gensanta, que diría el amigo Forges, cuerpo a tierra, que vienen todos juntos!
Y ante esos dinosaurios de ciclópeo tamaño –¿recuerdan Parque Jurásico?–, en La Moncloa tienen, además, sus propias cargas en la chepa, también de tamaño y peso desproporcionado. La primera, Cataluña. ¿Qué hay que hacer en esta vida para lograr un diálogo inteligible por cualquier mente racional con los máximos dirigentes de Esquerra o de Junts, ese insondable misterio dentro de un enigma? Quisieron, no pudieron y no supieron, erigir un mundo nuevo. Fracasaron estrepitosamente. Ahora han perdido las elecciones, pero hacen como si hubieran triunfado en el mismísimo escenario del Palau de la Música, qué grande Lluís Domènech i Montaner. Ni tan siquiera se atreve el Ojo a sugerir qué salidas ve a la actual situación. Le bastaría con contemplar cómo unos señores, o señoras, Marta Rovira, un decir, se sientan en una mesa como todas las personas civilizadas y se cuentan sus problemas y discuten sobre sus deseos. O sea, normalidad democrática, sin tener que recurrir al oráculo de Delfos, al Tarot o la pitonisa Lola. Y no me hablen de Puigdemont, que ni leyendo los posos del café. Eso no es política: es puro chantaje. Recordaba Enric Juliana el domingo en La Vanguardia aquella famosa sentencia del general Baldomero Espartero de “por el bien de España hay que bombardear Barcelona una vez cada 50 años”. Él lo hizo en 1842: 1.014 bombas que mataron a treinta personas y destruyeron 462 edificios. A continuación, 13 condenas a muerte, 80 condenas a prisión, doce millones de reales de multa y la disolución de todas las asociaciones de trabajadores. Ríanse del 155. Diálogo, entendimiento democrático, discusión civilizada. Eso es lo que queremos y lo que necesitan los sufridos votantes de unos y otros.
Tiene otro problema serio La Moncloa a su izquierda. Clave para mantener los números necesarios para el gobierno de la coalición, el gripado de Sumar y el parón de Podemos son una malísima noticia. ¿Tiene solución? Es de esperar que gentes de cabeza bien puesta, unos más que otros, es cierto, lleguen a entender que esta situación es tan mala, tan desastrosa, que sólo se puede salir de ella fumando la pipa de la paz, lo primero, y aglutinando fuerzas después. No hay nada en este mundo que les obligue a poner los pies en el borde del precipicio y luego tirarse. Racionalidad, por favor, repetiremos que están en la mente de tres millones de votantes, razón suficiente para que los animara a todos ellos, partidos y agrupaciones variadas, a encarar el próximo futuro con seriedad y rigor. ¿Tan difícil es de entender que los microbios apenas cuentan?
Sólo cuando todo este gigantesco magma afloje la presión, el PSOE deberá pensar en sus debilidades internas, clamorosas como son. Es imposible tirar para adelante con Madrid y Andalucía no ya en manos de la derecha: es que la izquierda ha sido barrida en ambas Comunidades. A quien intente defenderse con la flagrante mentira de la idiosincrasia derechista de los madrileños, tendremos que recordarles que en junio de 2015 Manuela Carmena asumía la alcaldía de Madrid. Hace nada. Y aún ha pasado menos tiempo, en 2019, en las elecciones a la Asamblea de Madrid, el socialista Ángel Gabilondo logró cerca de 170.000 votos más que la reina del vermú, la desfachatada Isabel Díaz Ayuso. ¿Hace falta decirles una vez más que los socialistas gobernaron Andalucía de forma ininterrumpida desde 1978 hasta enero de 2019, cuando ganaron el PP y Ciudadanos, con el apoyo externo de Vox? Así que déjense de idiosincrasias invencibles y otras zarandajas y pónganse a trabajar. Con buenos candidatos y políticas atractivas para los ciudadanos de a pie. ¿Ideología? Sí, claro, pero vivienda. ¿Lobato, Espadas? Ellos sabrán. Pero no se les ocurra fiarse de lo que les diga el CIS. Encarguen las encuestas a alguien serio, por favor.
Adenda. Felipe VI cumple diez años como Rey, tras la abdicación del inefable multimillonario y recogedor de numerosas dádivas Juan Carlos I, el enamoradizo. Han hecho circular desde la oficina de prensa de La Zarzuela unas fotos donde se le ve trabajando muy concentrado, ceño fruncido y cara de vivísimo interés ante cualquier papel que tuviera en su regia mesa. Ahora tendremos que apoyar, tarde o temprano, a la reina Leonor. Si bien se mira es una cosa bastante tonta esto de tener que rendir pleitesía a la hija del hijo del nieto del bisnieto del tatarabuelo. Aquí, al menos, eso es cierto, no derrochamos dinero a espuertas y grosera ostentación como en Londres, donde los caballos, las lustrosas carrozas y las charreteras de los ridículos uniformes son una clamorosa llamada al republicanismo, acaben de una vez por todas con esa patochada. En fin…