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¿Error de septiembre?

¿Error de septiembre?

Existen una gran cantidad de diferencias entre la crisis de 1994-1995 o “Error de Diciembre” y lo que está ocurriendo hoy en día.

He estado escuchando a varias personas muy preocupadas sobre la situación actual con la reacción negativa de los mercados financieros locales después de conocer el resultado de la elección del 2 de junio, pero más aún por el hincapié del presidente en aprobar la reforma judicial. (“¿Qué les preocupa a los mercados?”, 4 de junio). No es para menos. El peso se ha depreciado cerca de 10 por ciento desde hace unas semanas, la bolsa ha caído poco más de 6 por ciento en el mismo periodo y el presidente quiere cambiar nuestro Poder Judicial por uno como el de Bolivia, que nos queda claro que es un país que no adopta las mejores prácticas a nivel mundial, por decir lo menos. Adicionalmente muchos mexicanos tenemos memoria de las crisis recurrentes de los setentas, ochentas y noventas que nos llevaron a equilibrios muy negativos (”Crisis de la deuda externa en México 1981-1983″, 16 de agosto, 2022, “Crisis cambiaria en México 1985-1986″, 23 de agosto, 2022 y “’Crisis del Tequila’ en México 1994-95″, 30 de agosto, 2022). Sin embargo, comparar lo que está ocurriendo con “El Error de Diciembre” (en 1994) y llamarle “Error de Septiembre” me parece totalmente fuera de proporción.

Existen una gran cantidad de diferencias entre la crisis de 1994-1995 o “Error de Diciembre” y lo que está ocurriendo hoy en día. Voy a enumerar seis diferencias, que me parecen las más relevantes. En 1994 nos encontrábamos con: (1) Crisis política profunda, con los asesinatos del candidato presidencial y el secretario general del partido hegemónico. Hoy existe mucha violencia en México, pero no ha habido un magnicidio y nuestro país está muy lejos de estar en una crisis política. Prueba de ello fueron las elecciones pasadas del 2 de junio. La gente votó abrumadoramente por Morena y nos encontramos muy lejos de que haya protestas en las calles; (2) problema de balanza de pagos, con un déficit de cuenta corriente de cerca de 5.0 por ciento del PIB en 1994, diametralmente distinto al saldo al que cerró el año pasado en 0.3 por ciento del PIB; (3) finanzas públicas vulnerables, en donde más del 80 por ciento de la deuda del gobierno estaba denominada en moneda extranjera y con vencimientos promedio de un mes, cuando hoy se encuentra por debajo de 16 por ciento y con vencimientos promedio a 17 años; (4) régimen de tipo de cambio fijo y bajo nivel de reservas internacionales (4.2 mil millones de dólares en diciembre de 1994). México adoptó un régimen de tipo de cambio flexible desde 1994, se ajusta conforme suceden los eventos globales y locales, y el peso es de las tres monedas más operadas en el mundo emergente. Asimismo, el nivel de reservas internacionales del Banco de México es de más de 220 mil millones hoy en día; (5) sistema financiero muy vulnerable con una regulación muy poco restrictiva y baja supervisión –alentadas por la ola de desregulación a nivel global–, en contraste con la actualidad, en donde México es un ejemplo a nivel global, habiendo sido el primer país en cumplir con los criterios de capitalización y liquidez de Basilea III, regulación altamente restrictiva; e (6) inicio de ciclo de alza de tasas de interés en los Estados Unidos en 1994. En mi opinión, esta fue “la gota que derramó el vaso” en 1994. Afortunadamente hoy en día nos encontramos con un Banco de la Reserva Federal (Fed) que señala que es muy factible que su siguiente movimiento sea bajar las tasas de interés, no subirlas.

Ahora bien, esto no quiere decir que nuestro país esté en óptimas condiciones. Como comenté en este espacio la semana pasada, el presidente ha podido plasmar sus políticas no necesariamente amigables con los mercados financieros internacionales por la austeridad fiscal, el respeto a la autonomía del Banco de México y por hacerse acompañar de un talentoso y creativo grupo en Hacienda que ha permitido al país transitar estos años con pocos exabruptos (“¿Puede el Presidente echar a perder su sexenio?”, 11 de junio). Sin embargo, la mayoría de las reformas que el presidente desea aprobar en septiembre –con mayorías constitucionales en ambas cámaras–, van en sentido contrario a permitir que se incentive la inversión, haya generación de empleos y observar tasas más altas de crecimiento económico. Sobre todo por las reformas que plantean debilitar las instituciones democráticas, como la propuesta para modificar profundamente el Poder Judicial, debilitar el Instituto Nacional Electoral (“¿Qué tan buena o mala es la reforma electoral de AMLO?”, 8 de noviembre, 2022) y desaparecer varios organismos autónomos.

No hay duda que hay espacio importante para mejorar el sistema judicial. De hecho, en el Centro de Estudios sobre Impunidad y Justicia de la Universidad de las Américas en Puebla, han hecho estudios extensivos para comparar las fortalezas y debilidades de los sistemas de impartición de justicia a nivel global y creación de estadísticas para medir el grado de impunidad. Entre otras cosas, se observa algo muy simple: México tiene muy pocos jueces por cada 100 mil habitantes, solo tres, que dista mucho del promedio en Latinoamérica de nueve o a nivel mundial, de 16. Entonces tenemos un problema de cantidad para empezar. Ahora, considero que la calidad es clave y nombrar a los jueces, magistrados y ministros por elección popular, me parece que es más factible que tengamos jueces más carismáticos, que necesariamente preparados para la labor que tienen que hacer (solo echen un ojo a las campañas de Movimiento Ciudadano). La misma ex ministra de la Suprema Corte y primera secretaria de Gobernación de nuestro país, Olga Sánchez Cordero, a quien admiro y estimo y que ha apoyado al presidente López Obrador desee hace muchos años, comentó recientemente en una entrevista que concedió a El Economista que si bien “vale mucho que revisemos nuestro sistema de justicia que ha quedado en deuda con la población”, también dijo que “no podemos tener gente improvisada en justicia”. En cuanto a los mercados financieros, parece que tendremos un largo verano con alta volatilidad. Las buenas noticias como el nombramiento de Rogelio Ramírez de la O y equipo en Hacienda, así como un mayor pragmatismo de nuestra presidenta electa, ya están descontados. A esperar a que tome posesión y que mientras eso ocurre, haya pocas noticias negativas.

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