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El crimen silencioso de Soledad, la mujer de la sonrisa infinita

Abc.es 

Quienes la conocían, saben que Soledad era la mujer de la sonrisa perenne, siempre con buena cara, una persona extrovertida, agradable y que si podía hacer un favor no dudaba en ofrecerse. Y no lo dicen porque se haya muerto, «es que era así». Madre de tres hijos, las dos mayores fruto de un matrimonio anterior por el que enviudó hace más de 20 años, Soledad logró sobreponerse y rehacer su vida junto a Jorge R. D., un policía local de Soto del Real, por el que dejaría su antigua casa de Colmenar Viejo para instalarse con él en esta localidad de poco más de 9.000 habitantes. Allí, se volvió a casar y tuvo un tercer hijo, el único en común con Jorge, el hombre que dos décadas después la ha asesinado en el chalé de la colonia de San Antonio, donde ambos residían. «Nunca vimos nada raro», sostienen los que se cruzaban con ellos a diario, convencidos, eso sí, de que hacía tiempo que cada uno iba por su lado. La pareja estaba en trámites de separación y no constaban denuncias previas por malos tratos. Según apuntan en su entorno, Soledad había viajado hace unos días a Londres, la ciudad en la que reside una de sus hijas. Pero al volver, la mujer de 65 años no dio señales de vida. Su hija, preocupada, esperó a ver si le contestaba los mensajes y llamadas; fue en vano. Tras ello, avisó a su tía y esta se acercó hasta la vivienda. A las 14.20 horas del martes, la hermana del primer marido de Soledad llamó a la Guardia Civil: acababa de ver el cuerpo de ella tendido en el garaje. Le faltaba la cabeza. A partir de ahí, fueron los agentes los que inspeccionaron el resto de las estancias. En una de las habitaciones de la planta de arriba encontraron el cadáver de Jorge, junto a un arma larga y con un disparo en la cabeza; en total, se hallaron en la casa una escopeta y una carabina. El primer análisis de la escena, ese que se realiza antes de recoger cualquier prueba o testimonio, estaba meridianamente claro: el hombre, de 53 años, había asesinado a tiros a su mujer, de 65, y poco después se había suicidado. «Las armas que se han podido encontrar en la vivienda no tenían carácter policial, sino que respondían a una cuestión privada de caza familiar», explicaba ayer el delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín. A última hora del martes, los dos cadáveres fueron trasladados al Instituto de Medicina Legal de Valdebebas para que se practiquen las correspondientes autopsias. En paralelo, los investigadores buscan la cabeza de ella en el propio chalé y otras zonas de campo adyacentes. Y lo hacen en mitad del luto que vive la localidad, un pueblo situado en la falda de la Sierra de Guadarrama que ayer guardó cinco minutos de silencio. A sus 65 años, Soledad aún no estaba jubilada. «Se lo estaba pensando», reconoce un compañero de trabajo, dentro del Centro de Atención a Usuarios (CAU) de la Universidad Autónoma de Madrid, en el que desarrollaba su actividad. En principio, su idea era retirarse de cara al próximo curso; de hecho, tenía los papeles ya rellenados, aunque todavía no los había presentado. Al ser personal laboral (que no funcionaria), «podía solicitar seguir hasta los 70 años», siempre que la universidad lo aceptara. Además de la hija afincada en Londres, la mujer asesinada tenía a otra en Australia. «Se casó allí y tuvo un par de hijas», recuerda este trabajador, consciente de que su posible vuelta a Europa podría estar detrás de su barajada continuidad laboral. Antes de la llegada de la pandemia, Soledad viajó al otro lado del globo para encontrarse con ella. Mientras, su marido y presunto asesino llevaba toda la vida como policía local en Soto del Real, hasta que un accidente de tráfico lo apartó del Cuerpo con una baja de incapacidad permanente. Desde entonces, Jorge nunca volvió a ser el mismo. «Paseaba al perro todas las noches», apuntaba horas después del crimen un vecino de San Antonio, una colonia en la que muy pocos sabían que el presunto autor había padecido una depresión.

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