'Broken Britain': el país donde "nada funciona” se dispone a decir adiós a 14 años de Gobierno conservador
Enfrente de la catedral de Worcester, unos sacos de arena protegen el pedestal roto de la estatua de Edward Elgar, el compositor de Pompa y circunstancia, un himno que suele sonar en graduaciones universitarias y festejos reales. Es el fin de semana de junio que esta ciudad de unos 100.000 habitantes en el centro de Inglaterra celebra el festival en honor a su conciudadano más célebre, pero la esquina de su peana sigue rota y llena de colillas.
El festival peligra tras el recorte de su presupuesto público y voluntarios piden donaciones con una gorra a la puerta del ayuntamiento. Worcester no ha quebrado, como la vecina Birmingham, pero sus cuentas públicas están muy ajustadas, igual que las de la mayoría de los ayuntamientos tocados por 14 años de recortes del gasto público por parte del Gobierno nacional, del que depende casi todo en Inglaterra. Hace unos días se derrumbó otro trozo de un puente medieval que se había hundido en parte cinco meses antes.
Worcester todavía atrae turistas gracias a su catedral, donde está enterrado el rey Juan de Inglaterra, conocido como “Juan sin tierra” y el malo de Robin Hood, y que también aceptó la Carta Magna de 1215, el pionero texto que aceptó que el rey no estaba por encima de la ley. En la calle principal, aún queda una librería independiente entre hamburgueserías de cadena, tiendas de caridad y casas de apuestas, y está a punto de abrir un nuevo mercado. La ciudad tiene campus universitario y a las afueras está la fábrica de la salsa Perrins.
Worcester está a mitad de camino en la tabla de las zonas “con más carencias” de Inglaterra que hace el Gobierno. Pero la pobreza infantil nunca había sido tan alta desde que se empezaron a registrar estos datos en 2014: más de 22% de los niños vive en una familia cuyos ingresos están un 60% por debajo de la media. Más de 200 escuelas públicas de la zona ya saben que sufrirán más recortes y que tendrán 168 libras (unos 200 euros) menos por alumno el curso que viene. Al menos, no tuvieron que cerrar a principio de curso por peligro de derrumbamiento como varias de Birmingham.
La estación de tren a las afueras tiene un techo reluciente de madera y aspecto limpio porque abrió en 2020 en un alarde de inversión poco habitual fuera de Londres. Pero, desde marzo, más de siete de cada diez trenes han llegado tarde o se han cancelado. Las dos empresas privadas que controlan la ruta le echan la culpa a las huelgas y las inundaciones, que destrozan viviendas y tiendas cada dos por tres.
Cuando llueve, la compañía del agua, un monopolio que gestiona de manera privada toda la infraestructura, el suministro y los residuos, descarga en el río. Solo el año pasado, hubo en Worcester 248 descargas de aguas residuales, según Top of the Poops, una web que rastrea, como su nombre indica, la mierda que llega a las aguas. En febrero, la agencia medioambiental multó a la empresa, Severn Trent Water, con dos millones de libras por contaminación irresponsable en otro río de la región.
Los vertidos son un problema de salud pública especialmente pronunciado en un país donde nadar en aguas abiertas es parte de la cultura nacional. Cada año, miles de personas son hospitalizadas por enfermedades transmitidas por el agua; el número ha crecido un 60% desde 2010.
La forma de privatizar toda la cadena de gestión del agua, durante el Gobierno de Margaret Thatcher, explica parte de lo que pasa.
“La mujer de Worcester”
El 4 de julio se espera que Worcester, donde llevan 14 años ganando los conservadores en las generales, vote mayoritariamente por el Partido Laborista de Keir Starmer. En esta zona de West Midlands siempre ha ganado el partido que ha llegado al Gobierno desde 1979. En el referéndum de 2016, casi el 54% apoyó el Brexit.
En las elecciones de 1997, el Partido Laborista empezó a hablar de “la mujer de Worcester” como el prototipo de votante clave que había apoyado al Partido Conservador y que estaba dispuesta a respaldar a los nuevos laboristas de Tony Blair: una mujer entre 30 y 40 años, preocupada por el coste de la vida, el servicio de salud y la educación. Hasta entonces, este prototipo de votante llevaba casi un siglo votando por el Partido Conservador.
El perfil sigue siendo relevante ahora porque “la crisis de la vida, el servicio nacional de salud, las escuelas y el cuidado infantil son centrales en estas elecciones”, explica a elDiario.es Anna Muggeridge, profesora de Historia de la Universidad de Worcester y experta en estudios de género. “En 1997, estos asuntos del día a día se reconocieron como asuntos que afectaban a la ‘mujer de Worcester’, aunque obviamente los hombres están igualmente afectados. Pero históricamente también estas son las áreas con las que los partidos han intentado atraer a las mujeres votantes en particular”.
Muggeridge cuenta que durante los años 20 y 30 del siglo pasado los partidos utilizaban la retórica de que las amas de casa eran “las ministras de Economía de la casa”. La paradoja, subraya, es que nunca ha habido una ministra de Economía en el Reino Unido. Rachel Reeves, la portavoz de Economía del Partido Laborista, podría ser la primera.
Hablamos el día en que Starmer visita la universidad de Muggeridge para dar un discurso sobre el servicio nacional de salud. Las “mujeres de Worcester” con las que se encuentra son estudiantes y paramédicas que ya están abrumadas por las listas de espera que se acumulan y la falta de recursos cuando hacen prácticas.
Starmer les promete en la sesión de preguntas y respuestas que se ofrecerá pagar más horas extra y asegura que se controlará el tiempo seguido de guardias para que las profesionales no se quemen. Algunas parecen satisfechas por la respuesta y el tiempo que les ha dedicado el que se espera sea el próximo primer ministro.
“Está bien que nos reconozcan e intenten hacer algo para que nos quedemos en el servicio de salud nacional”, dice después a la BBC Amee Grimstead. Otra compañera agradece las buenas intenciones de Starmer, pero tiene dudas de un cambio radical en su vida diaria: “Dice todas las cosas correctas y eso tranquiliza, pero faltan datos sobre qué va a pasar en realidad”, comenta Katherine Pingree, también estudiante y que se presentó a las elecciones locales en mayo por el Partido Verde.
Las listas de espera ante la sobrecarga del servicio nacional de salud son uno de los motivos que le va a costar al Partido Conservador una derrota histórica, según las encuestas. El estado de la sanidad es la principal preocupación para más del 40% de los ciudadanos, según el índice de la encuestadora Ipsos. A finales de abril, las listas de espera acumulaban 7,57 millones de intervenciones pendientes en Inglaterra.
“Estado fallido”
Nada de lo que pasa en Worcester es especialmente malo ni distinto del resto del país, a excepción de Londres, cuya riqueza se mantiene por el efecto de los servicios financieros y la atracción de trabajadores e inversión.
De hecho, Londres es la única zona de Inglaterra y Gales que ha seguido creciendo en todos los trimestres desde la recesión de la pandemia en 2020; incluso zonas vecinas, como el sureste, han caído en recesión. Si se excluyera Londres, el Reino Unido sería más pobre que Mississippi, el estado más pobre de Estados Unidos, y que buena parte de Europa. Aunque en todos los países es habitual el desequilibrio entre las ciudades más grandes y productivas y el resto, la diferencia no es tan pronunciada en otros países, como explica el Financial Times poniendo el ejemplo de Amsterdam en Países Bajos, Munich en Austria o incluso San Francisco en California.
Este año, un hogar medio esloveno tendrá más dinero a su disposición que un hogar medio británico, según el análisis de datos del mismo diario. Los más pobres en el Reino Unido ya lo son más que las personas con menos recursos en 14 países europeos. El Reino Unido, de hecho, se ha convertido en uno de los países más desiguales del mundo. Esta tendencia no empezó en 2010, pero se ha exacerbado en los últimos años. En 2022, el número de vuelos de jet privados en el país batió un récord en Europa y aumentó un 75% respecto al año anterior, según la consultora medioambiental holandesa CE Delf.
Le pregunto a Sam Freedman, experto en política y educación que trabajó en el Gobierno al principio del primer mandato de David Cameron, qué ha cambiado en 14 años de gobiernos conservadores y dice: “El Reino Unido es mucho más pobre como país y también en relación a otros, como Estados Unidos, pero también Francia y Alemania. La calidad de los servicios que recibes es mucho peor. Nuestro servicio de salud nunca ha estado peor”.
Freedman es autor de un exitoso boletín sobre política que escribe a medias con su padre, historiador, y de un libro sobre los problemas sistémicos del Reino Unido, por su experiencia también desde dentro, que se publicará en unos días y se titula Failed State. “El Reino Unido no es un Estado fallido en la forma en la que fracasaron Somalia o Siria; es un Estado fallido en el sentido de que las instituciones que solían funcionar ya no funcionan. La gente que vive aquí siente que las cosas han empeorado mucho”, explica.
Algunos problemas tienen su raíz en errores que preceden a los últimos gobiernos conservadores, como el tipo de privatizaciones que hizo Thatcher en los 80, que a menudo permitió oligopolios privados, con poca competencia, subsidios públicos y controles que se han ido debilitando, como muestra ahora la crisis por la calidad del agua y la responsabilidad de las empresas que la gestionan. El problema, recuerda Freedman, es que ahora el nuevo Gobierno laborista no tendrá dinero para nacionalizar algunos de esos servicios a no ser que sea de manera forzada tras una quiebra.
A la vez, según explica Freedman, en el Reino Unido es más difícil obtener permisos de obra que en otros países europeos y se invierte poco en infraestructura y nuevas construcciones, lo que explica el estado decrépito de raíles, tuberías y carreteras. Una de las promesas electorales del Partido Laborista es rellenar un millón de baches cada año.
Las autoridades locales no tienen apenas competencias ni recursos propios para atender a las tareas más básicas y dependen de las decisiones de cada nuevo gobierno.
“Siempre hemos estado bastante centralizados… Las cosas empezaron a empeorar mucho bajo el Gobierno de Thatcher, con una destrucción deliberada de los gobiernos locales. Aunque el Gobierno de Blair fue más eficaz en algunos aspectos, también exacerbó esta tendencia y desdeñó el escrutinio. El Gobierno actual simplemente ha redoblado todo esto y lo ha empeorado aún más”, explica.
Mirando hacia atrás, desde 2010, cada Gobierno ha ido un poco peor que el anterior. “Es muy difícil encontrar cosas que hayan ido bien… En los últimos ocho años desde el referéndum del Brexit y en realidad durante los 14 años completos, ha habido muy pocas historias de éxito”, dice Freedman. Haciendo un esfuerzo, señala dos aspectos importantes positivos: los resultados escolares son mejores y el Reino Unido ha aumentado su instalación y consumo de energía renovable, sobre todo gracias a las apuestas de David Cameron y Boris Johnson.
La mujer de Worthing
El estado del servicio de salud nacional (NHS, en sus siglas en inglés), que tradicionalmente estaba entre los símbolos que más enorgullecían al país, es ahora motivo de queja continua. Es lo que mas se escucha entre los votantes, por ejemplo en varios focus groups organizados por More in Common, una encuestadora y proyecto para promocionar la conversación que hace algunas de estas entrevistas en streaming y en los que he participado como observadora en las últimas semanas.
Más que “la mujer de Worcester”, que los conservadores ya dan por perdida tras las derrotas en la zona en las elecciones locales de mayo, More in Common cree que el futuro del Partido Conservador lo decidirán mujeres más mayores y en lugares tradicionalmente más conservadores, como Worthing, una ciudad costera del sur más acomodada que Worcester pero que también ha sufrido el encarecimiento de bienes básicos, la pérdida de vida comunitaria, las infraestructuras decrépitas y la falta de acceso a los servicios de salud.
Una noche de junio la encuestadora reúne a nueve mujeres del perfil que cree clave para determinar el nivel de hundimiento o no de los tories: mujeres de más de 55 años, propietarias de casa, que no tienen título universitario y que viven en Worthing.
En la conversación, varias se quejan de la imposibilidad de conseguir una cita médica o la falta de recursos, y repiten la frase que se escucha en todas las conversaciones: “Broken Britain”, el Reino Unido que está roto, que no funciona.
“Los políticos dijeron tantas mentiras con el Brexit sobre lo mucho mejor que iba a estar por ello el Servicio Nacional de Salud”, se quejaba Lynne, trabajadora a tiempo parcial en la universidad local.
“Todo el mundo se concentra en la NHS todo el tiempo. Pero creo que todo está roto, que nada funciona. La policía, las escuelas, a cualquier sitio que mires… Todo parece estar derrumbándose. Lo llaman Broken Britain”, dice Nina, camarera en un café del centro y dependienta en una perfumería, mientras las otras asienten. “Y todo es tan caro…”
El pico de la inflación fue del 11,1% en octubre de 2022, y aunque ahora ha bajado al 2%, los precios de los alimentos son un 20% más caros que en julio de 2021. Muchas familias se siguen recuperando del golpe de las facturas eléctricas de los dos últimos años y del pago de la hipoteca (los tipos de interés del Banco de Inglaterra siguen en el 5,25% frente al 4,25 del Banco Central Europeo). Las quejas de estas mujeres reflejan inquietud por el futuro, pero también por lo que ven alrededor, con cada vez más cartones en la calle como cama improvisada. Casi 4.000 personas duermen en la calle en Inglaterra, según los últimos datos del Gobierno, lo que supone el doble que en 2010, cuando los conservadores llegaron al poder en plena crisis financiera. Las organizaciones caritativas han atendido a más personas que nunca en los bancos de alimentos.
La vida diaria ha empeorado incluso para personas con buen salario y casa propia. “Yo era directora de colegio y el invierno pasado no podía poner la calefacción… Tenía un buen salario, pero tenía miedo de que no me pudiera permitir la factura de la luz y cumplir con los pagos de mi hipoteca. Mucha gente de clase media tiene ahora miedo”, explicaba en el grupo Catherine D., profesora ahora jubilada y que se dedica a ayudar a su hija con sus nietos. Catherine estaba segura de que no volvería a votar al Partido Conservador.
“Todo está roto, incluso nuestra estructura política”, decía Catherine J., una analista de datos que estaba pensando en no votar.
Brexit y traición
Algunas de estas tendencias ya estaban emergiendo cuando el 52% de los votantes apoyaron el Brexit en junio de 2016. De hecho, algunos estudios observan una correlación entre los recortes de gasto público, que empezaron en 2010 nada más llegar David Cameron al poder, y el resultado del referéndum. Las zonas más tocadas por recortes coinciden con los lugares donde más caló el discurso anti-europeísta, según el estudio de Thiemo Fetzer, un profesor de Economía de la Universidad de Warwick. “Los hallazgos sugieren que el referéndum de la UE podría haber resultado en una victoria del voto a favor de quedarse si no hubiera sido por la austeridad”, escribe.
El ministro de Economía en 2010, George Osborne, introdujo en el vocabulario la palabra “austeridad” como algo positivo, una llamada a la contención parecida a la de la Segunda Guerra Mundial y en contraste con los percibidos desmanes en la zona euro y el gasto del anterior Gobierno del laborista Gordon Brown. El Reino Unido fue más lejos que la mayoría de sus vecinos hasta que Johnson llegó al poder en 2019 con un nuevo mensaje favorable al gasto.
Ben Ansell, politólogo de la Universidad de Oxford, hila más fino y encuentra un patrón entre los precios de las casas y el apoyo al Brexit: cuanto más había caído el valor de las casas en una zona, más apoyo cosechó la idea de salirse de la Unión Europea. El valor inmobiliario es una forma de entender la desigualdad territorial, sobre todo entre Londres y sus alrededores y el resto del país. Pero el Brexit creó nuevas divisiones que no coincidían con la manera tradicional de mirar a los votantes conservadores y laboristas.
“El Brexit se cruzó, y muchas de nuestras divisiones tradicionales en el país confundieron toda nuestra política”, explica Ansell a elDiario.es. “De una manera curiosa, eso en realidad nos hizo menos polarizados en la forma en que solíamos estar polarizados: norte versus sur, ricos versus pobres, educación alta versus baja... Y nos polarizamos en torno a esta nueva dimensión cultural”.
Lo que queda del Brexit, más allá del daño económico y social, es ahora “una sensación de traición”, según Sam Freedman, el autor de Failed State. Para una parte del país, explica, “un Gobierno hizo deliberadamente algo que empobreció el país, lo empeoró o lo hizo menos conectado con el mundo”. Para la otra parte, no ha ido mucho mejor: “Las personas que votaron a favor del Brexit porque pensaron que mejoraría el país también se sienten traicionadas porque no fue así”.