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Hagamos un paréntesis

Hagamos un paréntesis

El mundo antes era más comprensible y fiable, o así me parece a veces. No sé a ustedes.

¿Cuándo dejamos de entender el mundo?, pregunta un científico, aludiendo a las intrincadas cuestiones pertenecientes a la ciencia. Bajando de esas alturas a las vicisitudes cotidianas más modestas, el mundo antes era más comprensible y fiable, o así me parece a veces. No sé a ustedes.

Parafraseando al científico, algunos dirán que hemos caído en la inseguridad en casi todos los órdenes, no encontramos un lugar donde dejar caer el ancla, ninguna piedra del mundo tiene el derecho de considerarse inmóvil. Esos, ¿están en lo cierto?

No sé cómo alguien puede recordar su juventud sin sentir vergüenza, apostrofa un filósofo español. Bueno, hay episodios de ese tiempo que me reprocho y que solo los confiaría al oído de alguien dotado de paciencia que esté atravesando esa etapa de la vida, por si le sirve de algo. Pero no sería tan rotundo como el filósofo. De lo que sucedió hasta que se acabó la juventud tengo buenos recuerdos, como la mayor parte de la gente.

No solo se trata de que en ese tiempo descubrimos lo inefable, lo que ahora preferimos callar por temor al ridículo. Lo aludió en estos días un periodista ilustre: “Nunca amarás algo con pasión como aquello que descubriste a los 18 años”; y mucho antes, aún mejor, con palabras castizas, el músico cubano Sindo Garay: “La luz que en tus ojos arde, / si los abres, amanece; / cuando los cierras, parece / que va muriendo la tarde”. Ya saben de qué hablo.

Luego están los episodios variopintos del principio de la edad, que se remontan a la infancia y forman la sustancia de la memoria. Si como dijo alguno, los viejos somos niños sin encanto, será porque no sabemos contarlos, porque si lo hiciéramos, y lo hiciéramos bien, seríamos una fuente inacabable de historias sorprendentes que dibujarían nuestro ser profundo, el individual y el colectivo, fabricado a base de pequeños relatos.

Creo que es así. Yo mismo no he sabido contar, por ejemplo, el caso de la útil tolerancia: el protestante acérrimo que corría a arreglar el viejo reloj de la iglesia católica del pueblo, que se detenía cada vez que había un sismo. O la turbia iniciación en la poesía con el tremendismo de los versos del poeta vecinal: “…y las calaveras en sus sepulturas / haciendo cabriolas y haciendo florituras”.

carguedasr@dpilegal.com

Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.

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