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Secretos de mayordomo: de cómo Wallis Simpson «tiranizó» al Rey Eduardo VIII de Inglaterra

Abc.es 

El universo 'royal' ofrece historias de todo tipo: amor, extravagancias, disidencias, celos, lujos, deslealtades, corrupción o glamur. Pero pocas hay como la de Eduardo VIII del Reino Unido, Duque de Windsor , quien sería Rey del Reino Unido y de los Dominios Británicos de Ultramar y emperador de la India desde el 20 de enero de 1936 hasta su sorprendente abdicación, el 11 de diciembre del mismo año. Y aquí es donde cobra especial relevancia una mujer como la norteamericana Wallis Simpson . Esta sensacional historia cobra de nuevo una vehemente actualidad con las memorias escritas pero nunca publicadas por el mayordomo Alan Fisher, que ahora son subastadas y permiten adentrarse en una vida sensacional a todos los niveles, aunque no demasiado ejemplar para los amantes de las relaciones hermosas y leales. Eduardo VIII combatió en la Primera Guerra Mundial y a solo unos meses de iniciar su reinado ya era de dominio público su gusto por frecuentar mujeres casadas. Y en nada se desencadenaría una inédita crisis constitucional tras pedir formalmente matrimonio a Wallis Simpson , una celebridad estadounidense que ya se había divorciado en dos ocasiones. El Reino Unido se movilizaría en bloque para oponerse al matrimonio, argumentando que el pueblo británico nunca aceptaría a la oscura Wallis como reina. En lugar de renunciar a su amor por su pareja, Eduardo VIII tomaría la decisión más drástica posible: abdicar . Así acabaría un reinado de apenas 325 días y comenzaría una vida en el exilio. Tan de película como para convertirse en un taquillazo como ' El discurso del rey '. ¿Quién fue esa tal Wallis Simpson? ¿Qué poder seductor tenía? Todo se podría resumir en una personalidad única, la de una mujer fuerte, dominante, fría y, como se suele decir, sin escrúpulos . Durante mucho tiempo se ha mantenido que sometía a su 'amado' a todo tipo de humillaciones verbales, retorcidos juegos psicológicos y, según rumores nunca confirmados, hasta trucos sexuales (sadomasoquismo incluido) aprendidos en un algún burdel de Macao . Rodeados de lujos y sirvientes en plena posguerra, y ajenos a la crudeza de unos tiempos despiadados y durísimos, la pareja viviría en su burbuja de la suite del Waldorf Astoria de Nueva York , convertida en su 'centro de operaciones'. Esta convivencia es la que relataría Alan Fisher, su fiel mayordomo durante años, en unas memorias nunca comercializadas y ahora subastadas. Cientos de páginas no publicadas y heredadas por sus sobrinos. «La duquesa me enseñó todo lo que sé y por partida doble. Tenía un gusto impecable, e impecable era también el modo en que vestía y cómo vivía su vida. Yo era muy consciente de ser parte de la historia viva. Era muy emocionante... Vivían a una escala que superaba de lejos a la familia real . Cuando uno ha trabajado para el duque y la duquesa de Windsor no te dejas impresionar por gente como Rock Hudson o Carol Burnett», escribiría en las páginas iniciales. Una especie de prólogo que de ninguna forma hace presagiar lo que llegaría después: el relato despiadado de una relación insana con dos personalidades únicas y llenas de cavernas en sus particulares psiques. Desde fuera muchos dirían que fue una relación tan romántica como los cuentos de pretendientes desesperados y mujeres soñadoras de Francis Scott-Fitzgerald, pero nada más lejos de la realidad. Al menos a ojos del mayordomo. Según Alan Fisher, Wallis «tiranizó» a su marido. Sabía «lo débil que era» y pensaba que si hubiera demostrado ser «un hombre más dominante», posiblemente ella se habría convertido en reina. Si Eduardo VIII hubiera mantenido su corona, su esposa no habría sido una «reina consorte», sino más bien una «reina dictadora», asegura el mayordomo desafecto. Ese era el talante de la pérfida Wallis, « despiadada » hasta límites insospechados, déspota y tiránica con cualquiera que mostrase un mínimo rasgo de humanidad. Un huésped de la residencia recordaría: «Cuando hay 40 voces en una habitación, solo hay una maldita voz que resuena por encima de todas las demás ¡La suya!». Llevaba al límite a todo el mundo , incluso al mejor mayordomo del mundo, aquel que ve, oye, calla y sirve. Era mitad del pasado siglo y ella estaba en la cresta de ola de la sociedad neoyorquina, vestida siempre de la manera más atractiva. Dior, Givenchy, Balenciaga… Alta costura que harían de ella un pináculo de la moda , el lujo y el glamour. Y entre fiesta, ostentación y apariencia, Wallis Simpson seguiría castigando y erosionando la sumisa personalidad de Eduardo VIII con su indiferencia hasta el final de sus días. «Ella siguió dando fiestas por todo lo alto. Incluso tres días antes de su muerte tuvo a doce invitados y estrenó vestido como si nada . ¿Qué podía pensar él? ¿Llegó acaso a enterarse? No lo sé», resumiría el abnegado Alan Fisher en unas memorias escritas no con la intención de publicarlas y hacer dinero, sino como terapia personal para descansar por fin con algo de paz.

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