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De la religión natural

“La verdadera acción política requiere, siempre, de un alejamiento de los partidos para afinar, por encima de ellos, la salud de la patria; y este afinamiento, fuera de los partidos, es el único modo de dar vida a un nuevo partido o de sanar la vida de los ya existentes”. Benedetto Croce: La religión de […]

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“La verdadera acción política requiere, siempre, de un alejamiento de los partidos para afinar, por encima de ellos, la salud de la patria; y este afinamiento, fuera de los partidos, es el único modo de dar vida a un nuevo partido o de sanar la vida de los ya existentes”.

Benedetto Croce: La religión de la libertad

Según Vico, las figuras religiosas y los mitos creados por los pueblos antiguos son proyecciones de la fantasía humana, en su fase auroral, que poseen un valor incalculable para la creación de la sociedad. El vehículo de su transmisión fue la poesía, cuya función educativa fue determinante para la formación del lenguaje común, la unión matrimonial y la conmemoración de los funerales “patrios”, es decir, de la reminiscencia de “los padres fundadores” de las primeras comunidades que dieron origen a “la patria” o la tierra en donde se encuentran sepultados los venerados restos de los padres. Desde entonces, y en virtud de esta “sabiduría poética”, como la denomina el filósofo italiano, la humanidad se hizo efectivamente humana, digna, respetuosa de sí misma y de los demás. Y fue a la luz de esta “religión natural” como nació el mundo civil. La naturaleza de la religión es de origen histórico, moral y social.

Dos conceptos son esenciales en la conformación de la idea de toda posible religión natural, siendo, cada uno de ellos, el término correlativo del otro. Por un lado, el de religare, que quiere decir “reunir”, y, por el otro, el de natura -que viene a ser comprendida como la cualidad o propiedad inherente a las cosas. El primero de estos términos, el concepto de religión, es, en este sentido, de suprema importancia para la vida ética de una sociedad, porque apunta directamente a la conformación del Ethos ciudadano. Como dice Lessing, “la religión es una profusión de fuerzas vitales de las que cada hombre se siente partícipe”. El segundo término, cabe decir, el concepto de naturaleza, se encuentra en relación directa con la condición humana, dado que se trata de enfatizar una cualidad o propiedad  constitutiva, característica, del zoon politikón, a saber: el uso -y no pocas veces, el abuso- de la razón en sentido estricto. En efecto, los grandes exponentes de la doctrina del derecho “natural” lo han comprendido como el derecho humano propiamente dicho, dado que la propiedad natural que tipifica a los seres humanos es, por cierto, la razón.

“Una araña -dice Marx- ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero hay algo en lo que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro”. La naturaleza que le es inherente al ser humano no es, pues, instintiva, como la de las arañas o las abejas, sino racional. “Consciencia del fin”, la denomina el autor de El Capital. Así, pues, por un lado, el sentimiento religioso reúne, integra a los individuos y hace posible la configuración del Espíritu de un pueblo, del Volksgeist. Pero por el otro, y al mismo tiempo, el sentimiento religioso -que es esencialmente ético-, en un determinado momento, bajo ciertas y determinadas circunstancias de crisis orgánica, trasciende sus propios límites y, en esa misma medida, logra penetrar el tejido entero de la realidad, al punto de objetivarse para constituir una entidad jurídica y política renovada, capaz de superar con creces la des-formación anterior, sustentándose en lo que Kant llamaba “la Iglesia invisible”, resultado de la racionalidad y de la libertad realizadas. Un auténtico acto divino que, al decir de Vico, es de “factura humana”. Los cantos sagrados están sigilosamente compuestos de voces profanas.

El núcleo de toda religión es esencialmente la expresión de una determinada moralidad. Una religión que carece de moralidad no es una religión. Del mismo modo, la acción política que carece de fundamentos éticos podrá ser considerada muy técnica, muy instrumentalizada y profesional, pero no será política en sentido enfático. No se trata ni de una “religión positiva”, como la denominaran respectivamente Kant y Hegel, ni de dogmas o misticismos. Aquí no hay fanatismos desbordados ni seres trascendentes ni esperanzadas invocaciones y encomiendas de la propia labor. Tampoco hay seres inmortales, superiores o trascendentes, capaces de manejar a su antojo los hilos del destino de los inferiores e intrascendentes mortales. La religión natural es propia de “la edad de los hombres”, como dice Vico. Es una reivindicación, un rescate de los valores subyacentes al Ethos de la Polis, a lo que re-unifica, reúne a una sociedad que ha sido deliberadamente rota, escindida, desgarrada, en virtud -más que de un ideal- de una idea anhelada, compartida, común: la idea de la Libertad en todos sus ámbitos, en la vida civil, en la vida personal y profesional, en las relaciones sociales, laborales, gremiales, en el intercambio mercantil y financiero. En fin, en el horizonte de un pueblo que ha soportado sobre sus hombros el peso del terror autocrático, la injusticia, el manejo doloso de los bienes públicos, el abuso inconmensurable del poder, la corrupción de todo el cuerpo jurídico-político. En una expresión, se trata de poner fin a la absoluta depravación del poder. Es la concreción de la fe, la dignidad del Ictus, de una red invertida en la que ya no son los peces las víctimas.

En virtud de esta experiencia religiosa, los pueblos llegan a distinguir el verdadero significante de lo que es caótico y carente de sentido. Esta sagrada misión primordial pone de relieve la profundidad que puede llegar a tener la estructura del ser humano, lo que bien pudiera ser comprendido dentro del horizonte problemático de una hermenéutica antropológica, de la que Weber ya había dado cuenta en su ensayo sobre La ética protestante y el espíritu del capitalismo, al poner de relieve la incidencia del sentimiento de status social inmanente a la difusión de una determinada fe, particularmente de la ética calvinista, como cumplimiento de los deberes religiosos en el día a día de la metódica racionalidad del comportamiento económico. En el fondo, se trata de recuperar los orígenes éticos de la auténtica praxis política y social. Ese es, en síntesis, el significado íntimo de toda religión natural y, por ende, el mensaje que comporta cada experiencia de la conciencia religiosa de la libertad.

@jrherreraucv

 

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