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Pierre Dupin, el hombre que le roba el alma a los flamencos

Abc.es 

El veterano guitarrista extremeño Miguel Vargas definió en un momento cómo va el flamenco cuando en la mañana de su actuación, en el encuentro con el público, sentenció: «Ahora los guitarristas son como el AVE, y yo no llego», concretando ese punto en el que todo parece 'tempus fugit', como la vida misma. Tiene razón este gran intérprete que está considerado como el último de los guitarristas pre-Paco de Lucía. «Cuando él se vaya, ya no habrá más. Ahora los jóvenes tocan de otra manera», decía Domingo Gónzález, asesor artístico del festival francés, «y no hay nadie que le siga». Vargas participó en el espectáculo 'Origen' de Marco Vargas y Chloé Brulé y en el titulado 'Vengo de mi Extremadura' junto a su hijo Juan Vargas, La Kaíta , Juanfran Carrasco y Zaira Prudencia. De la Kaíta todo se espera. Esta mujer de salvaje flamenco protagonizó uno de esos momentos que vive cualquier festival que se precie. En Mont de Marsan todos los años se produce una peregrinación, la de los gitanos franceses que vienen a ver flamenco y a aplaudir a los gitanos españoles. El primer día de festival, un padre trajo a su hijo para que pudiera ver a Tomatito, acercarse y hacerse una foto con él. Tal es la devoción. Pero lo de la noche previa a la actuación de la Kaíta, fue otra cosa. Un nutrido grupo de jóvenes se reunió junto al teatro Le Moliére cantando flamenco. No, no eran españoles, sino de Marsella. «Ese es mi primo, ¿canta bien, verdad?, pues es francés», decía muy ufano un joven gitano y aficionado galo. Pero llegó la Kaíta, y empezó a cantar, y las voces se pararon. Nadie se atrevió a profanar el espacio de esta extremeña que rompía el alma con su cante, tal era el respeto. Aunque su mánager intentaba llevársela al hotel, «ya hemos empezado el espectáculo antes», decía abrumado, hasta que se le ocurrió la genialidad. «Kaíta, que por aquí hay mucho Covid». La cantaora con un «uy, uy, uy», se retiró enseguida. Más vale maña que fuerza. Pero en este festival también hay otras actividades llamativas, como la que protagoniza el fotógrafo francés Pierre Dupin , cuya residencia artística este año ha sido fotografiar a una serie de artistas, seleccionados por el festival, con una técnica que se llama 'collodion humide', y una cámara que parece una antigua caja negra, de aquellas de los fotógrafos ambulantes de los Jardines de Murillo. Dupin se pone un delantal negro, sitúa al artista delante de una tela gris, mide la luz, pone su sombrero delante de la lente, lo levanta, cuenta el tiempo, y luego revela la placa sobre un cristal y se produce el milagro. Dicen que Tomatito cuando vio su rostro retratado se emocionó. «Parezco un indio cherokee». Y Manuel Liñán empezó a decir: «Es mi abuelo, el padre de mi madre». La Moneta creía ver en la imagen a una tía suya, y así, uno y otro, como si Dupin les robara el alma a los flamencos. Son veinticinco artistas quienes el año próximo protagonizarán una exposición que se llevará a cabo en el festival . Una nueva mirada sobre el flamenco, esta vez desde la fotografía, pero no la tradicional, sino esa que parece desentrañar el aura de la gente. El cantaor francés Cristo Cortés protagonizó ante el auditorio de la plaza el espectáculo 'Diáspora flamenca' porque el festival cada vez más programa a los de su tierra, y en el teatro Le Pole todo estaba preparado para el estreno de 'Muerta de amor' de Manuel Liñán. ¿Todo?, no. El público no sabía lo que iba a vivir. El espectáculo del bailaor y coreógrafo granadino reivindica el amor sin barreras y lo hace desde un género que siempre ha sido el más revelador de las pasiones y donde mejor se han contado la historia de un corazón roto: la copla. Manuel Liñán junto a bailaores que también cantan , José Maldonado, Alberto Sellés, Juan Tomás de la Molía, Miguel Heredia, José Ángel Capel, David Acero, Ángel Reyes, el cante de Juan de la María, la guitarra de Francisco Vinuesa, el violín de Víctor Guadiana, la percusión de Javier Teruel, y una Mara Rey a la que le han dado, sin dudarlo, el papel de su vida, a medio camino entre Lola Flores y María Jiménez, con las erres de Olga Guillot. Desgarradora. La obra reivindica el amor sin fronteras , se alinea hacia lo binario, y la identidad se difumina a cada paso, pero no se engañen, son ocho hombres bailando como ocho apariciones, que además, cantan afinados a capella, o en solitario con un compás y una 'jondura' al mismo tiempo que bailan. El espectáculo tiene una elegancia que se contagia, y desde el primer momento intuyes que allí va a pasar algo cuando Mara Rey aparece ataviada con una mantilla a cantar el icónico tema de Rocío Jurado, 'A que no te vas', y el mundo comienza a hacerse pequeño y se queda fijado en el rojo escenario de 'Muerta de amor', donde están todos los sentimientos, los de los intérpretes y los nuestros. Parece un musical del flamenco, pero con mucho, mucho baile. Como la soleá de Liñán, las alegrías en un corto haz de luz, de Juan Tomás de la Molía , el cante desgarrado de Miguel Heredia , la composición por sevillanas que bailan Sellés y Liñán, el fragmento de danza española con pasos de Escuela Bolera, o la muñeira, sí señores, muñeira, que surge en mitad de la obra y que no puede ser más hermosa. «Para desdramatizar el momento», decía Liñán después. Y magistral su última escena, con todos a boca de escenario: 'Cualquiera que sea, pero me que quiera', que apareció escrito en francés tras ellos. Y el público atronó, se levantó como un resorte aplaudiendo y chillando. Ya habían interrumpido el espectáculo más de ocho veces, pero esta vez el teatro se caía, y los 'oles' de los franceses eran como si estuviéramos en el añorado Lope de Vega en una Bienal. No puede casi ni narrarse. Por cierto, en Sevilla habrá que esperar al día 15 de septiembre para verlo, y sí, será en plena Bienal de Flamenco . Aún queda festival, hoy Sevilla está aquí en Mont de Marsan con una de sus grandes bailaoras de la Escuela Sevillana de Flamenco, Rafaela Carrasco , que hace en Francia el estreno mundial de su nueva obra, 'Creaviva', con la co-dirección de Antonio Ruz . Se lo iremos contando si la emoción lo permite, porque en el flamenco, como en todas las artes, la emoción es lo que nos hace seguir vivos. Y que así siga.

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