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Viganò, de fiel servidor del Papa, a su gran opositor

Abc.es 

El drama del arzobispo Carlo Maria Viganò con la Iglesia católica se parece a uno de esos conflictos de pareja . Empezó con una desilusión y una mentira en 2011, cuando Benedicto XVI, en lugar de nombrarle gobernador del Estado Ciudad el Vaticano, le envió como nuncio a Washington. En sólo trece años, la bola de nieve se ha transformado en un proceso por cisma ante el Santo Oficio y una excomunión. Entre medias, una escalada que incluyó una mentira a Ratzinger , una trampa a Francisco, y una carta pública en la que solicitó la dimisión del Papa. En sus primeras misivas , las que se filtraron durante el caso «Vatileaks» en 2012, Viganò aseguraba a Benedicto su «plena adhesión a la voluntad del Papa, como siempre he hecho durante mi largo servicio a la Santa Sede». Ahora dice que considera «un honor» que se le reproche que niegue la legitimidad del Papa Francisco, que rompa con Roma y rechace el Concilio Vaticano II. Cuando era un alto cargo del Vaticano , muy pocos le escuchaban. Ahora, sus cartas y mensajes van encabezados con un título en latín, igual que las encíclicas del Papa y se difunden y retuitean en blog usados para contestar al Papa Francisco. Tiene cierto público, pero muy poco crédito en círculos conservadores católicos, y por eso ni organiza ceremonias ni participa en actos abiertos. Incluso los tradicionalistas lefebvrianos se han distanciado de él. En Italia ya no se le prestaba la atención que se daba a sus primeras críticas, extremamente duras y mezcladas con salsa política. Con tan pocos seguidores, a algunos ha sorprendido la decisión del Vaticano, pues tiene como efecto ponerlo en el foco de interés. Sin embargo, a la Santa Sede le preocupa que Viganò está institucionalizando su hostil oposición, y prefiere «avisar» a quienes de buena fe apoyan sus iniciativas. En julio de 2023 lanzó la asociación «Exsurge Domine» para sostener económicamente a sacerdotes, monjes, monjas y laicos que hayan sido sancionados o expulsados del sacerdocio, por defender posiciones tradicionalistas. Seis meses más tarde dio un paso más y abrió en la ciudad italiana de Viterbo el «Collegium Traditionis», un seminario para futuros sacerdotes que «no estén sometidos al chantaje de tener que aceptar los errores del Vaticano II o las desviaciones de Bergoglio para ejercer su ministerio». La idea es «acoger allí a clérigos y religiosos que se encuentran privados de su parroquia o alejados de su comunidad a causa de su incompatibilidad con los planteamientos doctrinales, morales y espirituales de la Iglesia Bergogliana», explica su web oficial. En diciembre allí vivían otros cuatro sacerdotes y dos seminaristas. Viganò, de 83 años, es según la página web de su fundación «la única voz libre en la Iglesia católica , continuando valientemente su ministerio episcopal en la protección de la Tradición inmutable de la Iglesia y la preservación del sacerdocio católico». Su nombre saltó a la palestra en 2012 cuando se filtró la carta que escribió a Benedicto XVI para quejarse de que, en lugar de nombrarle gobernador del Estado Ciudad del Vaticano, como supuestamente le habría prometido el cardenal Tarcisio Bertone, lo enviara como nuncio a Washington. Ese nombramiento podría considerarse un castigo después de las heridas que había abierto con su celo para poner orden en las finanzas vaticanas. «Además, me angustia tener que partir ahora, cuando por desgracia debo cuidar personalmente de mi hermano sacerdote anciano, gravemente afectado por un ictus que lo está progresivamente debilitando también mentalmente», le escribió. No era verdad , pues llevaba años sin hablarse con su hermano , quien residía en Chicago y lo había denunciado por el reparto de una herencia. Tras la renuncia de Benedicto, en 2015, durante el viaje de Francisco a EE.UU., llevó a la embajada a Kim Davis, la funcionaria que estuvo cinco días en la cárcel por negar licencias de matrimonio a gays, y se filtró el saludo al Papa. El encuentro, rápido y junto a decenas de personas, fue presentado como un apoyo de Francisco a su causa contra el Tribunal Supremo. Aunque confirmó su apoyo a la objeción de conciencia, el Papa se sintió instrumentalizado con lo ocurrido. En 2016, Viganò cumplió 75 años y se jubiló. Dos años más tarde, en agosto de 2018, publicó una larga denuncia pública en la que solicitó nada menos que la dimisión de Francisco por supuestamente haber ignorado las sanciones secretas que Benedicto había impuesto al cardenal McCarrick, acusado de abusos. Aunque cuando Bergoglio fue elegido Papa en 2013, McCarrick era un cardenal de 82 años a quien ya no se prestaba mucha atención, tras el «dossier Viganò», Francisco ordenó una investigación interna para aclarar si él mismo o algún otro alto cargo del Vaticano habían hecho la vista gorda. El informe señala que «hasta 2017, nadie proporcionó a Francisco documentación sobre las acusaciones contra McCarrick» , y que cuando ésta llegó, Francisco lo expulsó del cardenalato, y después, ya en 2019, también del sacerdocio. Pero la acusación de Viganò dividió aún más a la Iglesia en EE.UU., pues unos veinte obispos le dieron crédito al menos al principio. Los católicos en este país no se han recuperado de esa herida . A partir de entonces, en torno al ex nuncio se aglutinaron representantes de las causas más variadas contra el Papa Francisco, y él comenzó a coquetear con ambientes tradicionalistas. La última vez que habló de «cisma» fue en diciembre, tras la publicación del documento «Fiducia supplicans», con el que Francisco autoriza a los sacerdotes a impartir una bendición informal a parejas homosexuales, si no se confunde con una boda. «Bergoglio quiere provocar un cisma en la Iglesia y empujar a pastores y fieles a marcharse o, al menos, a encontrarse en una situación de ostracismo voluntario o forzado en la que su resistencia sea anulada o ignorada de hecho», aseguró. Mencionó también a «los falsos pastores, los siervos de Satanás, empezando por el usurpador que se sienta en el trono de Pedro». En algún momento, sus diferencias con el Papa derivaron en rechazo del Concilio Vaticano II, lo que incluye, también rechazo de todas las medidas que la Iglesia ha tomado desde 1965. No considera válida su propia ordenación episcopal, celebrada por Juan Pablo II en 1992. Por eso, habría solicitado a uno de los que obispos hechos por el rebelde Lefebvre que le «re-consagre». «Estamos bajo persecución, en una situación de emergencia que exige mucha prudencia. (…) Por razones de confidencialidad y prudencia, no diré si he sido reordenado o no. Es una cuestión de seguridad. Hablaré cuando lo considere oportuno», explicó al respecto. Por ahora, el Vaticano ha hablado, ha dicho basta y ha declarado públicamente lo que ya todos sabían, que Viganò se ha puesto fuera de la Iglesia.

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