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Historias de niños raptados por militares en Perú: les cambiaron de nombre y explotaron laboralmente


                                 Historias de niños raptados por militares en Perú: les cambiaron de nombre y explotaron laboralmente

Un investigación de Ojo Público y Conecctas reveló la ruta y destino que tuvieron las decenas de menos de edad que fueron víctima de trata de personas por miembros de las Fuerzas Armadas. Muchos de ellos fueron ofrecidos en las plazas para ser explotados como servidumbre.

Una investigación de Ojo Público y Conecctas, a cargo de la periodista Elena Miranda, reveló la cadena de abusos de los que fueron víctimas los menores de edad raptados por miembros de las Fuerzas Armadas durante el periodo de violencia política en el Perú en los años 80. De acuerdo con el Registro Único de Víctimas de la Violencia ocurrida entre mayo de 1980 y noviembre de 2000, 47.767 niñas, niños y adolescentes desaparecieron durante ese periodo.

En ese contexto, todas las historias presentadas en el informe periodístico tienen en común la trata de personas, servidumbre, explotación laboral y, en algunas ocasiones, el cambio de nombre.

Claudia y Lucio: hermanos víctima de militares

Estas características comparten la historia de los hermanos Lucio y Claudia Orihuela, quienes vivían en la comunidad campesina de Oronccoy, en Chungui, Ayacucho, en 1986. Ahí llegaron junto a sus padres Facunda Alanguia y Emiliano Orihuela, refugiados de los atentados terroristas, sin embargo, su tranquilidad duraría poco tiempo.

Lucio (10) y su hermana (13) fueron detenidos ilegalmente y conducidos a una base militar cercana. Allí, cada uno de ellos fue raptado por militares. Sus caminos se separaron.

A Lucio se lo llevó, a Puno, un enfermero militar que sirvió en la base de Mollebamba. El niño vivió junto a los hijos de Víctor David Loayza Meza, quien lo raptó. Nunca recibió una educación regular y no pudo llevar estudios universitarios, como sus otros "hermanos".

También, le cambiaron de nombre. Pasó a llamarse Luis Alberto. Además de ello, las personas que lo raptaron decidieron mentirle y le dijeron que sus padres habían muerto, así que le convenía quedarse con ellos.

Lucio debió continuar su vida junto a esa nueva familia que lo obligaba a trabajar varias horas al día porque tenía que "proveer" a la casa cuando aún era solo un niño.

Su hermana, Claudia, también fue obligada a trabajar cuando era niña. El militar que la raptó la llevó a Ayacucho para fungir de sirvienta de sus dos hijas. La menor realizaba jornadas de trabajo de más de 10 horas y terminaba con varias heridas en sus manos debido a las tareas domésticas que era obligada a realizar.

En el 2004, 18 años después, los hermanos pudieron reencontrarse y reunirse con sus padres nuevamente.

Militares ofrecían a niños raptados en las plazas de los pueblos

De acuerdo con el antropólogo Edilberto Jiménez, los militares ofrecían a niños raptados en la plaza de los pueblos. "Eran como ferias de esclavos, de niñas y niños quechuahablantes", anotó, al recoger diversos testimonios que le explicaron la dinámica que se estableció durante esos años.

A partir de dichas historias, escribió el libro Chungui, en el cual se incluyen los testimonios de niños víctimas de esta trata de personas. “Los militares nos sacaban de día a la plaza y ahí permanecíamos grandes y chicos, como en una feria, esperando que alguien nos lleve a su casa para ser su sirviente por un plato de comida. Nos escogían a su gusto, luego decían a los militares que querían a tal o cual y firmaban un papel de garantía y se llevaban al detenido para que le ayude en sus trabajos de siembra, en el cuidado del ganado, etc.”, dicta uno de los testimonios.

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