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Editorial: En espera de lo insólito

Editorial: En espera de lo insólito

Según los científicos, el huracán Beryl es un fenómeno sin precedentes pero no inesperado, por ser acorde con las expectativas derivadas del calentamiento global.

La naturaleza no cesa de llamarnos la atención, pero sus prevenciones son marginadas con la misma insistencia por intereses políticos y económicos a corto plazo. El huracán Beryl es la advertencia más reciente. Su poder destructivo es tan alarmante como sus características diferenciadoras de otros huracanes.

Se formó en el sureste de las Antillas y en 24 horas alcanzó la categoría 4. Pasados tres días llegó a clasificarse como 5, el punto más alto de la escala. “Es difícil expresar con palabras lo increíble que es esto”, afirmó Brian McNoldy, investigador especializado en huracanes de la Universidad de Miami, según informó la agencia de noticias AFP.

No obstante, los científicos han venido detectando fenómenos similares en la medida que las aguas del Atlántico se calientan. Así se explica, también, la formación de Beryl tan al este, donde fenómenos de este tipo no aparecen en esta época del año. Cuando el huracán alcanzó la categoría 4, el último día de junio, se convirtió en el primero registrado con tanta intensidad en ese mes.

Andra Garner, autora de un estudio sobre huracanes de rápida intensificación, no dejó de calificar a Beryl como sorprendente, pero lo consideró acorde con las expectativas derivadas del calentamiento global. Las aguas del Atlántico norte, las del Caribe y el golfo de México están entre 1 y 3 °C encima de lo normal, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA). En mayo, ya las temperaturas se aproximaban a las previstas para agosto.

Lo más llamativo de la información de la AFP publicada por este diario es que, según Garner, Beryl es un fenómeno sin precedentes, pero no inesperado. En otras palabras, los científicos prevén lo insólito y todos debemos hacer lo mismo. Nunca fue tan necesaria la prevención y la planificación para desarrollar resiliencia, pero nunca fue más urgente el imperativo de enfrentar la amenaza en sus fuentes.

No obstante, en el mismo país donde se desarrolla buena parte de la ciencia que nos previene sobre lo inesperado y ha logrado precisar sus causas, se debate intensamente sobre la validez de sus conclusiones. Admitir el papel de la economía del petróleo en la aceleración del calentamiento global es aceptar la urgente necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero el candidato Donald Trump pidió $1.000 millones para su campaña a un grupo de ejecutivos de empresas petroleras con la promesa de eliminar regulaciones ambientales contrarias al desarrollo de la industria.

Al mismo tiempo, la Corte Suprema de Justicia estadounidense revocó un fallo de 1984 que obligaba a los jueces a aceptar las interpretaciones “razonables” de los reguladores sobre normas ambiguas aplicables a materias bajo su cargo. El precedente Chevron contra Natural Resources Defense Council fue citado en 70 sentencias de la propia Corte Suprema y en unas 17.000 resoluciones de cortes inferiores, casi siempre para afirmar las facultades de las agencias encargadas de regular los servicios de salud, la seguridad de los consumidores y la preservación del ambiente.

En el inmenso territorio estadounidense, lo insólito se está haciendo, más que esperable, cotidiano. En grandes ciudades de la costa este, desde Miami hasta Boston, hay “inundaciones en un día soleado” debido al aumento del nivel del mar. En Miami, brutales temperaturas de hasta 44,5 °C azotaron a la población desde mayo, y este verano buena parte del país sufrirá olas de calor capaces de causar cientos de muertes. Los incendios forestales de grandes proporciones no faltarán, como en años recientes.

Estos y otros efectos del cambio climático están presentes en todo el mundo. Hay un centenar de incendios en la Yakutia rusa y cientos de peregrinos murieron por el calor en La Meca. La industria turística costera está preocupada por el desplazamiento de los visitantes a zonas más templadas y el ganado en África, base de la sociedad rural, está seriamente amenazado.

En Centroamérica, el clima obliga a campesinos hondureños a dejar sus parcelas y unirse a la migración. Mientras, el corredor seco del Pacífico ya avanzó hasta Guanacaste. Pero si los países llamados a ejercer el liderazgo no se dejan convencer siquiera por la tragedia propia, debemos esperar mucho más de lo inesperado.

Según los científicos, el huracán Beryl es un fenómeno sin precedentes pero no inesperado, por ser acorde con las expectativas derivadas del calentamiento global. En la foto, playa en Bull Bay, Jamaica, después del paso del huracán Beryl el 4 de julio.

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