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Plenitud de Roca Rey en Estepona: una faena de principio a fin

Abc.es 

Estepona y su interminable término municipal como una redundancia que viaja desde Manilva hasta Marbella. Veintitrés kilómetros de litoral , de clima paradisíaco, oportuna gastronomía y codiciada paz. Con un casco histórico en envidiable estado de conservación y uno de los paseos marítimos mejor urbanizados de toda Andalucía. Sucesiones de playas como el vagón de silencio de un AVE: sin música, sin juegos de pelotas, sin la campanita de los vendedores ambulantes a la hora de la siesta… Una especie de suelo extranjero en territorio propio. O suelo propio en territorio extranjero. Los alemanes que se entremezclan con los españoles y los españoles que se entrelazan con los americanos. Y los árabes, y los holandeses. Uno llega a esta tierra universal y enfoca la vida, y los toros, de otra manera. Algo así le pasaría a José Tomás , vecino más ilustre de la localidad desde hace un cuarto de siglo. Veinticinco años en los que pasó del cielo al enigma, y del enigma al culto. Donde nació su hijo , el niño que ya encarrila la adolescencia y que este domingo fue a ver a su ídolo. Que se llama Andrés y apellida Roca Rey . El hijo del mito que idolatra a otro torero, hoy elevado a la máxima potencia, que ya le conoce y que fue en su búsqueda en la vuelta al ruedo para regalarle un rabo. Uno de los cinco trofeos de su pletórica tarde – cuatro orejas y un rabo –, que podrían haber sido seis con un palco más indulgente. Fue ésta la tarde que tanto le demandamos a la gran figura peruana, desnudo de artificios para evidenciar la largura de su concepto. Y de su capacidad . Fresco y rotundo en una faena plena de principio a fin. Sin tiempos muertos, sin intermitencias. Desde que se reunió entre lances hasta que se acordó de Ordóñez, el maestro que puso en el mapa esta plaza, en una de aquellas míticas estocadas rinconeras. Tuvo frente a su lúcida planta un excepcional animal de la familia Matilla , anónimo como sus cinco hermanos, sin orden de lidia ni tablilla con la que conocer el nombre de un toro que merecía quedarse en nuestra memoria. No se llamaba Caramelo , ni tampoco se le pareció –en tipo, claro– al ya legendario animal que el Domingo de Resurrección se echó en los corrales de la Maestranza y el Lunes de Pascua galopó por los campos salmantinos. Era éste un toro apretado y de poca cara que al primer lance se enceló con un estilo sublime . Lo redondeó Roca entre lances hasta que en un exceso intentó lo imposible : un pase cambiado por la espalda con el capote agarrado a una mano por la esclavina. Con Anónimo frenado a sus pies, al límite de tomarlo –no sabemos si el capote o el blanco y plata–. Una faena que mantuvo el equilibrio entre lo triunfal y lo pasional. Como en aquella larga inversa del quite, lenta y con mucha categoría. Como en su inicio de rodillas, sugestivo entre cambiados; entregado cuando giró para ligar dos redondos por bajo. Con el mentón clavado sobre su pecho, con todo su cuerpo expresando. Así toreó a este excepcional Anónimo, milimétrico en toques, al límite de distancia, con su planta derecha y expresión hundida. Aún más meritorio con la izquierda, cuando ya el animal perdió celo y optó por luquecinas, único efecto especial de una faena sobrada de integridad . Otro alboroto fue lo del sexto, cuando las luces ya jugaban en su contra, o a la contra del toro, el más fuerte de la corrida, al que fijó con un toque seco y una acertada decisión. Justo eso fue lo que le faltó a Juan Ortega , nuevamente sustituto de Morante, ante el quinto, también incierto con las sombras de los focos. Un toro de tremenda importancia al que pareció entender al comienzo tras un bordado inicio por ayudados pero ante el que terminó sobrepasado: sin tomarle las pulsaciones y por varias veces enganchado y desarmado. Un animal que pedía mando, toque seco y firmeza de plantas . Todo lo que le faltó a la faena: perdida la inercia del toro se difuminó la iniciativa del torero. Aunque fueron de Ortega los compases más toreros de la tarde –como una media verónica al segundo, o un par de delantales; como aquellos doblones, o los ya citados ayudados por alto–, hay que recordarle que de detalles no vive el matador . Tuvo un mérito incuestionable lo de Castella con el primero, anovillado e indecoroso de presentación, al que toreó con sublime suavidad y temple supremo. Tanto como para transformar su desrazada embestida en un encastado proceso final. Anduvo el francés a gorrazos con él, como con el cuarto, aunque exagerado en los tiempos. Sirva este final de crónica para reconocer al empresario José Luis Lara por acompasar este festejo a la categoría del pueblo de Estepona. Un cartel, idéntico en su confección al del Domingo de Resurrección de Sevilla, que presentó antes que Ramón Valencia los de la Feria de Abril. Cinco meses promocionando la corrida para conseguir que Estepona, otrora plaza más endeble de la Costa del Sol, se convierta en el referente de la zona. Más de tres cuartos de plaza el día de San Fermín. ¡Y que dure!

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