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La muerte entre llamas de Rafa y Poli, históricos tenderos del Rastro

Abc.es 
La calle de Cullera, en el barrio de los Cármenes (Latina), serpentea y en ella aún hay ventanas con ropa tendida, bloques enrejados, peñas donde tomarse la copa de mediodía y vecinos que realmente son parientes. Ayer, además, había ojos llorosos y un quejido con nombres propios: Rafael J. G., de 64 años, y su esposa y prima, Poli, de 63, a los que el reloj de la vida se lo paró un incendio en su casa. Eran unos trabajadores de la venta ambulante en mercadillos de toda la vida, incluso en el famoso Rastro de Madrid. Ese piso donde residían desde 1985 se ha convertido en su prematuro ataúd. Y casi que arrebata también el destino a su hija Soledad, de 37 años; una nuera, Carmen, de 25; y a los dos nietos más pequeños, de 3 y 5. Todos dormían plácidamente cuando el piso se volvió una tea cuyo humo se veía a gran distancia. Entre fallecidos, parientes, vecinos y policías, hubo una docena de afectados. Los investigadores creen que el incendio comenzó en una instalación eléctrica, algún enchufe o conexión que falló, en el salón de la vivienda, pasada la una y media de la madrugada de este lunes. Los niños dormían, los abuelos también, y el resto de moradores se vio sorprendido por un calor sofocante y el siempre traicionero olor a quemado. El suceso ocurrió en el número 7 de la calle de Cullera, cerca del parque de la Cuña Verde de Latina, en la planta más alta, la 12. Es una vivienda de 90 metros cuadrados, cuatro habitaciones y dos baños, donde las tres generaciones se apañaban bien. Hasta que las llamas la devoraron. La Policía Nacional desalojó todas las viviendas de la finca y muchísimos vecinos de los otros números, entre los que había parientes por doquier de las víctimas, miraban desde los jardines, impotentes, cómo el incendio se tragaba a sus seres queridos. El matrimonio y sus hijas gritaban desesperados desde las ventanas: «¡Socorro! ¡Que nos ahogamos, nos quemamos!», a la vez que reclamaban que los bomberos subieran rápidamente a salvarlos. Ángel, de 23 años, vendedor e hijo de Rafa y Poli, que también tenía a su mujer y a los niños arriba en el desastre, no se lo pensó dos veces y junto a un primo de su edad subieron las doce plantas entre escenas de pánico y humo, mucho humo. Juan es primo de las víctimas y suegro del chico que subió con Ángel a intentar el rescate: «Arrancaron la puerta de la casa y hasta gastaron los extintores, pero como no tenían equipos especiales se tuvieron que volver porque iban a arder, se les quemaban las pupilas». Se quejan de que «los bomberos se deberían haber saltado el protocolo», dice, desesperado; pero lo cierto es que los expertos en extinción de incendios no pudieron hacer más, porque las situaciones de riesgo eran altísimas. «Rafa y Poli eran muy buenas personas. Llevaban toda la vida vendiendo ropa y calzado en los mercadillos», recuerda. De hecho, el hombre tenía registrada una empresa a tales efectos, con sus permisos en regla. Madrileños de toda la vida, la familia es extensísima. José, ya de avanzada edad, estaba destrozado ayer, sentado ante la entrada al portal del edificio siniestrado. Todo era, a mediodía, un ir y venir de técnicos, de la presidenta de la comunidad, de otros vecinos que han vuelto de sus vacaciones en la costa valenciana al enterarse del destrozo... «Se conoce que ha salido algún enchufe y, cuando se han querido dar cuenta, estaban acostados ya. Han empezado a chillar y a llamar a los bomberos...», relataba José, al borde de las lágrimas. Desempeñaban su trabajo en el Rastro de Madrid, en la Ribera de Curtidores y en la del Campillo del Mundo Nuevo, también en la zona de Collado Villalba; pero, asimismo, en Palencia y pueblos de Sevilla... En la planta 12 del número 7 de Cullera seguía trabajando la Policía Científica. El ascensor huele a humo como quien huele la muerte, la tizne ha invadido paredes, suelos y hasta los juguetes de los críos afectados, que no han ardido por poco, como dos triciclos. También hay una tabla de planchar, un tendedero, un ventilador achicharrado... Justo al lado de la puerta, destrozada a patadas por Ángel y su primo Juan, únicos recuerdos de que allí, hasta hacía unas horas, había vida.

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