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Minerva, Ciro y el Bart

Minerva, Ciro y el Bart

En México contamos muertos como quien echa paladas a un camión que se lleva escombro. Pero de vez en cuando, uno de esos difuntos se escapa del anonimato.

Cada mañana al arrancar su programa Ciro Gómez Leyva reporta los homicidios de la jornada previa. Imprime a la nota un sentido de alerta por lo elevado de la cifra, y por la imperturbable constante de la violencia asesina.

No es el único noticiario con un ejecutómetro, pero la vehemencia de este locutor es particular. Diario se asombra de que no sorprenda el abultado número detrás del cual hay viudas, padres y madres sin hijos, huérfanos...

A primera vista pareciera antiperiodístico. Si ayer mataron a ochenta, si el promedio diario oscila en ese universo, dónde está la noticia, por qué informar lo que es ordinario antes que extraordinario; por qué, sobre todo, darlo de arranque, en eso llamado “titulares”.

El propio periodista ha explicado que tanta muerte podrá haberse vuelto repetitiva cifra, que no sorprende y mucho menos conmociona al poder y a la sociedad, pero que en forma alguna se debe normalizar esta barbarie. Y al día siguiente, vuelve a dar el reporte, a rebelarse.

Así y todo, contamos muertos como quien echa paladas a un camión que se lleva escombro. Pero de vez en cuando, uno de esos difuntos se escapa del anonimato, como si dueño de una fuerza supernatural quisiera ayudarnos a trabar un poco la maquinaria de homicidios.

Quizás es el caso Minerva Pérez Castro, presidenta de la Canainpesca en Baja California, ejecutada el lunes en Ensenada horas después de hablar de extorsión a pescadores y tras reiteradas demandas a las autoridades para que cumplieran con su obligación de imponer la ley.

La nota se fue abriendo paso en la prensa capitalina desde la noche del lunes. Alcanzó a colarse a las ediciones de los diarios, pero no en la mañanera, ocupada como está en mirarse el ombligo caqui olivo para decirse, en la seguridad de su fortaleza, vamos requetebién.

Qué ominoso mensaje el matar a la cabeza de una organización. Si cae ella, a ver quién quiere subir y hablar de lo mismo, de que se combata al crimen. Deshacerse de ella es exhibir un poder: no temen la reacción de los gobiernos, y menos la de las y los ciudadanos.

La apuesta de los criminales, nada tontos y menos desinformados, es que el de Minerva sea sólo una raya más en el ejecutómetro, una muerte de muchas decenas, un lamento que mañana quedará sepultado bajo la noticia de otros ochenta asesinatos en todo el país.

Y la obvia pretensión es que al matarla, resulte más efectivo el grillete que impondrán a los demás. ¿Quién se opondrá? Habría que estar loco para hacerlo. Sólo alguien trastornado podría pasar por alto la insensatez de intentar que el asesinato de Minerva no sea en vano.

Nadie con un dedo de frente dirá “basta ya” cuando el otrora político de las terracerías lleva años apertrechado en Palacio. Quién dirá en Ensenada, o en la CDMX, “hasta aquí” a sabiendas de que el jefe del Estado desprecia a la Corte, no a quienes matan inocentes. Para qué intentarlo si la mañanera dirá que Chiapas es pura felicidad, y que los reportes de desplazamientos o masacres son amarillismo opositor.

Cada mañana acompañamos el café con muertos. Y ni quién se queje de lo amargo. Bueno, Ciro un poco. Hablando de eso, la verdad, lo del Bart es de lo más cuerdo que se ha escuchado últimamente.

El sicario de moda sabe que si Gómez Leyva no insistiera en esclarecer su atentado, él estaría libre. En México el gobierno es omiso, los sicarios son racionales, los que elevan la voz, inconscientes, y nosotros zombies.

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