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Seguridad, identidad, prosperidad: la derecha ya suma en el Parlamento Europeo

Abc.es 

La coalición multicolor que ha reelegido a Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea maquilla en parte el resultado de las elecciones europeas de junio. Con una mayoría de 401 eurodiputados a 284, podría parecer que la estabilidad del sistema político europeo está garantizada. Sin embargo, la Presidenta von der Leyen sólo ha podido conseguir su holgada mayoría ensanchando como nunca las negociaciones de investidura. Tradicionalmente la Unión Europea había funcionado como una alianza de democristianos y socialistas en el Consejo y en el Parlamento. El bipartidismo bastaba para armar abrumadoras mayorías pro-europeístas. Esto acabó en 2019, cuando hubo que adherir a los liberales y aun así la elección salió adelante por sólo nueve votos. Para evitar riesgos, esta vez se ha tratado de contentar también a los verdes. Con tal diversidad de apoyos, von der Leyen se ve abocada a un juego de equilibrios permanente para conseguir los votos suficientes en cada pleno. Cuando se abra a la izquierda para negociar medidas de corte ecologista o pro-inmigración, pondrá en riesgo los apoyos de la derecha, incluso los de su propio partido. Y cada vez que intente ser más comprensiva con la industria o los agricultores sentirá la amenaza de deserciones socialistas y verdes. Con un bipartidismo descafeinado, gobernar por el centro en la UE se está poniendo tan difícil como en cualquier sistema político nacional. La gran novedad de las elecciones de junio es que por primera vez en la historia del Parlamento Europeo hay una alternativa matemática al pacto entre la izquierda y la derecha. Todas las derechas unidas suman ya 375 eurodiputados, 14 por encima del umbral de la mayoría absoluta. En otras palabras, ahora el sistema político europeo podría estructurarse en torno al eje izquierda-derecha en lugar de primar el mayor o menor compromiso con la construcción europea. Es cierto que, además de romper con la tradición comunitaria, una hipotética coalición derechista también sería muy dispar. Junto al Partido Popular Europeo, que ya es en sí mismo una coalición de democristianos y conservadores, tenemos ahora nada menos que tres «derechas duras» con notables diferencias entre sí. Los Conservadores y Reformistas Europeos de Meloni son atlantistas y defienden el estado del bienestar; el grupo lo creó Cameron para acomodar a los eurodiputados tories, por lo que puede considerarse como una especie de PPE euroescéptico. Los Patriotas por Europa de Orbán y Le Pen , ahora con Vox, son prorrusos y con un marcado acento anti-islam. Y el último, la Europa de las Naciones Soberanas, es un pequeño batiburrillo en torno a la extrema derecha alemana con discrepancias dispares con los otros dos. Pero las derechas sí comparten un análisis de la sociedad occidental que podría ser el germen de su convergencia futura. Aunque muchos sigamos creyendo en la divisa ilustrada 'libertad, igualdad, fraternidad', es evidente que buena parte de la ciudadanía ha cambiado de rumbo y son las derechas quienes están proponiendo una ruta alternativa. Empezando por la libertad, el imaginario colectivo ya la ha sacrificado por la seguridad. A pesar de vivir la época más segura de la Historia, tenemos una percepción de riesgo continuo. Noticias de guerra, terrorismo y crímenes nos llegan 24 horas al día desde cualquier rincón del mundo y no hay tiempo de digerirlas antes de ser sustituidas por las siguientes. Nadie defiende la libertad si ve peligrar su integridad física. La pandemia no hizo más que agravar esta tendencia. Y si la seguridad domina el debate público la derecha siempre jugará con ventaja. En cuanto a la igualdad como horizonte social, ha sido arrollada por el carnaval de identidades que dividen a los ciudadanos en múltiples subgrupos. La izquierda, necesitada de gancho ante los grandes consensos del capitalismo, ha tirado la toalla de la igualdad al potenciar todo tipo de identidades, renunciando a la integración y a la justicia social como eje de su programa. Por su parte, la derecha, desnortada por la globalización económica y cultural, ha encontrado en las identidades nacionales el refugio necesario para arropar a sus seguidores. Por último queda la fraternidad, que podríamos actualizar con la noción de solidaridad, hoy arrinconada por la búsqueda de la prosperidad individual ante un futuro material incierto. Sin bienestar material, con una ansiedad social generalizada, se multiplican todos los fantasmas. No hay quien gane las elecciones diciendo que los impuestos son necesarios para financiar un estado del bienestar insostenible. Cuando impera el 'sálvese quien pueda' la derecha también tiene el viento a favor. Y si la fraternidad también es tolerancia, todavía la vemos menos vigente en unas sociedades que han alcanzado el máximo de diversidad cultural aceptable para la mayoría. La distinción entre los miembros de la comunidad y el resto está enraizada en lo más profundo de la naturaleza humana. Ninguna propuesta de solidaridad triunfará si la ignora y acusa de racismo a quienes la defienden. Los argumentos racionales basados en la demografía, las pensiones y el mercado de trabajo no pueden competir con milenios de evolución. En los próximos años, a poco que se moderen los extremistas y se reduzca la tensión internacional, este consenso conservador abrirá la posibilidad de un entendimiento entre todas las derechas europeas. La nueva divisa 'seguridad, identidad, prosperidad' podría sustituir definitivamente a la republicana 'libertad, igualdad, fraternidad'. Si la socialdemocracia europea quiere evitarlo, deberá romper tabúes y reforzar el espacio de centro para atraer al PPE, bisagra entre las dos cosmovisiones. Es precisamente en la Francia republicana actual donde mejor se observa que cuando se desploma el centro sólo queda el duelo entre extremos, a cada cual peor. La gran coalición europea que ha vuelto a elegir a von der Leyen sólo sobrevivirá más allá de 2029 con un viraje radical en las culturas políticas nacionales, trasladando el espíritu de entendimiento entre las fuerzas centristas de Estrasburgo a cada uno de los estados miembros. Potenciar la dialéctica izquierda-derecha, el famoso muro de Sánchez, sólo servirá para cohesionar todo el espectro conservador, que lleva las de ganar porque su programa conecta mejor con la sociedad occidental del siglo XXI. Josep Verdejo es periodista y máster en política europea y en administración y políticas públicas

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