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Tranquila, doña María Begoña

Abc.es 
No tiene de qué preocuparse, doña María Begoña Gómez Fernández . Por mucho que un desmelenado juez pretenda desenmarañar peine en mano cuanto hay detrás de cátedras fantasmales, licencias de software que generan generosas facturas que para sí quería la Universidad Complutense -a la que en nada rebautizará algún asesor monclovita entre el millar de los que por allí pacen como complotense- cartas de recomendación, recomendación de ayudas, ayudas que salen volando, reuniones en La Moncloa con Barrabés, con un educado y galante Pedro Sánchez que pasó por allí sólo para saludar. Nada tiene porque preocuparle. Tranquila, doña Begoña. ¿De qué debe preocuparse si el mismísimo ministro de Justicia, capaz como el sólo consigue disparar sus dardos y llevarlos al centro de la diana, dice que usted está sufriendo « una persecución cruel, injusta , en un proceso judicial plagado de mentiras, de insignificancias, donde todos los informes y todas las declaraciones acreditan que no hay nada»? ¿Qué no sabrá más el ministro de Justicia que un juez y por eso ha salido en defensa de usted con la rotundidad con que lo ha hecho? Podrá parecer a cándidos, perdón a los pánfilos, que Félix Bolaños se está inmiscuyendo temerariamente en terreno que debería estarle vedado por sus responsabilidades, pero no puede. Su sanchismo es más poderoso que sus débitos ministeriales . Sólo así, por su fe ciega y pasional en quien le nombró, se puede descalificar como lo hace quien es, nada menos, que ministro de Justicia de un país europeo y no de una república inmadura o bananera. Por más que resulte insólito, ya no empieza a ser extraño dada la reiteración con que se pretende defender a la mujer del presidente del Gobierno de España. Bolaños -y con él otros ministros, ministras y ministres- ha dicho que la causa judicial en la que se halla Begoña Gómez «es una persecución indudable, injustificada, inhumana y cruel contra el presidente del Gobierno y contra su familia». No se quejará, doña Begoña, de no sentirse arropada por todos cuantos se sientan en la mesa del Consejo de Ministros. Agradecidos sí son a quien les nombró . Más teniendo en cuenta que varios de ellos, ellas y elles no habrían pasado de jefe de almacén en la empresa privada. Si hasta un home antecessor, desde la noche del pleistoceno ha venido más rápido que un ave, cruzando todo clase de puentes para plantarse en nuestros días y afirmar con la rotundidad con que sólo puede hacerlo quien llega desde la sima de los tiempos, que lo suyo es «desconcertante, innovador y alucinante, inconcebible...» Tranquila, pues. Porque si por una de aquellas jugarretas del destino tuviese que sentarse en el banquillo -sí, muy incómodo y muy duro- y tuviese la mala suerte de que todas los pretextos, alegatos y exoneraciones proporcionados por unos fiscales bien aleccionados y dirigidos, no fuesen suficientes y resultase condenada en primera instancia; si también la Audiencia provincial desoyese y rechazase todas las apelaciones y ratificase la condena; si otro tanto hiciese el Tribunal Supremo al que apelaría, siempre le quedará el Tribunal Constitucional . Un tribunal, que de cándido ya no tiene nada, que se dispondrá a estudiar su caso con prontitud inversamente proporcional a la pachorra con que suele estudiar y resolver los casos que se le han venido planteando, pero que en los últimos tiempos se ha puesto las pilas para dejar sin efecto las condenas por el mayor caso de corrupción política en España como lo fue el de los ERE de Andalucía. En menos de horas veinticuatro, doña Begoña, sus miembros resolverían y dejarían sin efecto cualquier pena y condena que te pudiera haberle correspondido por muy ajustada a Derecho que le hubiese sido impuesta. Tranquila, doña Begoña. Y diga y comente cuanto quiera y se le pregunte, no haga caso al camacho de abogado , porque el silencio pocas veces resulta rentable.

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