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A vueltas con España: símbolos e identidades

La celebración por el triunfo de la selección de fútbol en la Eurocopa el pasado lunes en Madrid no ha sido baladí. A pesar de su carácter festivo, ha puesto de manifiesto algunas cuestiones cruciales sobre el país, las formas de ser español y los símbolos nacionales. Probablemente si se hubiera realizado en otra ciudad hubiera tenido otras características. Madrid es una de las capitales más conservadoras de Europa y eso se nota hasta en unos festejos con motivo de una victoria deportiva. Probablemente también influyó que la Federación no tuviese un maestro de ceremonias que condujese el espectáculo. Ver en el telediario berrear a futbolistas al grito de Gibraltar español no es un espectáculo muy reconfortante. Aunque es mucho más grave contemplar al alcalde de la ciudad, José Luis Martínez Almeida, y a un miembro de la familia de Felipe VI, Elena de Borbón, bailar y jalear ese cántico. Igual algunos de esos futbolistas y enfervorecidos hinchas deberían saber que Gibraltar fue entregado a la corona británica por un miembro de la familia Borbón, Felipe V, en el Tratado de Utrecht en 1713 como recompensa a su apoyo en la guerra Sucesión a favor del antepasado de Elena de Borbón. 

Tampoco resultó edificante ver al segundo capitán de la selección, Daniel Carvajal, que previamente había demostrado una pésima educación ante el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el torso desnudo y envuelto en una bandera de España. No quiero pensar lo que hubieran dicho los sesudos comentaristas si eso lo hubiera hecho una futbolista de la selección femenina. Además, Carvajal, semanas antes, había declarado que era un profesional y que no manifestaba su ideología en respuesta a las declaraciones de su compañero del Madrid, Kylian Mbappé, llamando a la movilización en contra de la ultraderecha en Francia. Pero la verdad es que, con su comportamiento indecoroso ante el presidente de todos los españoles, de los que le han votado y de los que no, ha disimulado muy mal sus inclinaciones políticas. Morata, primer capitán de la selección, también tuvo gritos de apoyo a favor de la Guardia Civil y de la Policía Nacional. Podía haber jaleado a los profesores o a los sanitarios, pero él prefirió a las fuerzas de seguridad. Asimismo, entre el público se profirieron gritos para que Lamine Yamal comiera jamón, algo ofensivo y de muy mal gusto para un chaval de 17 años cuya familia paterna es marroquí. 

Luego muchos se quejan de que en España hay mucho sentimiento secesionista. Quizás esos mismos deberían plantearse por qué ocurre, y entonces descubrirían que algunas maneras de sentirse español crean desafección y no sólo entre sectores nacionalistas de Cataluña o del País Vasco. Otros muchos dicen que la izquierda ha dejado que las derechas se apropien de los símbolos nacionales. Pero también merecería señalarse el origen del algunos de esos símbolos para entender el motivo por el que muchos no se identifican con los mismos. De ahí la importancia de conocer la historia de manera rigurosa, sin mitos ni apologías. El himno del país no tiene letra porque es la Marcha Real, por más que algunos se empeñen en cantarlo y tarareen “Lololo, Lololo” con pésimo estilo antes de los partidos de la selección. Al final parece que el himno es el del Lololo. Y la bandera del país es la enseña de la armada de Carlos III, previa a la creación del Estado liberal. Muchos historiadores han explicado los procesos de nacionalización, así como los símbolos y festividades nacionales. Sólo señalo algunos títulos, aunque existe abundante bibliografía al respecto, por si algún lector quiere profundizar al respecto. En este sentido destaco 'Máter dolorosa. La idea de España en el siglo XIX', de José Álvarez Junco (Taurus, 2001); 'La construcción del Estado en España. Una historia del siglo XIX', de Juan Pro (Alianza, 2019); 'Los colores de la patria. Símbolos nacionales en la España contemporánea', de Javier Moreno Luzón y Xoxé M. Nuñez Xeixas (Taurus, 2017), y 'Goles y banderas. Fútbol e identidades nacionales en España', de Alejandro Quiroga (Marcial Pons, 2014).

Los nacionalistas españoles deberían pensar que algunas señas de identidad espantan a los nacionalistas periféricos, pero también a otros muchos ciudadanos que no tienen a mano ideología nacionalista con la que identificarse y se sienten huérfanos. Estas circunstancias explicarían, por un lado, lo que muchos expertos definen como “débil nacionalización” en España. Por otro lado, el nacionalismo español se ha configurado en contra de un enemigo interior, ya fuese un separatista o un rojo. La Anti-España es un concepto anterior a Franco, pero fue fundamental en su dictadura y ha dejado muchas secuelas. Los buenos españoles merecían todo; los malos españoles, sólo el castigo y la marginación porque no formaban parte de la nación. De hecho, las derechas españolas siguen apelando en demasiadas ocasiones a los enemigos de España. En 2024 es difícil hacer nación con algunos símbolos y valores. La bandera roja y gualda y la Marcha Real son emblemas de la monarquía, aunque se hayan impuesto como símbolos nacionales. España no tiene un himno como La Marsellesa ni una bandera tricolor como en Francia, nacidos de un proceso revolucionario que creó la nación contemporánea, y que reconoce como propios hasta la extrema derecha de Le Pen. Tampoco crea nación la defensa de valores masculinos, patriarcales y racistas. España es muy plural y diversa, pero las consignas y cánticos de la noche del pasado 15 de julio a muchos nos causaron bochorno y estupor. Rezumaban un patrioterismo rancio y casposo, más propio de tiempos pasados.

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