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Rodrigo Barrenechea: “En el Perú, el que está en la cima del poder, en la próxima elección pasa a la nada”


                                 Rodrigo Barrenechea: “En el Perú, el que está en la cima del poder, en la próxima elección pasa a la nada”

Una entrevista con el sociólogo Rodrigo Barrenechea sobre su libro Democracia Asaltada (Fondo Editorial UP/2024) en el que reúne diversos ensayos que sirven para explicar la crisis política peruana, la escasa representación de los autoridades elegidas y la penetración de economías ilegales en organismos públicos. 

La democracia asaltada, el colapso de la política peruana y una advertencia para América Latina (Fondo Editorial de la UP/2024) es una de las grandes novedades que llega en estas fechas a la Feria del Libro. Los autores de este volumen, editado por Alberto Vergara y Rodrigo Barrenechea, tratan de explicar con una serie de ensayos a qué se debe el deterioro de nuestro sistema político, en el que la representación de los electores ha sido dejada de lado y predominan intereses menores. En esta conversación, Rodrigo Barrenechea ofrece una rápida revisión de algunas de las conclusiones de su libro.

Es común hablar de una crisis de la representación política en el Perú, en su libro ustedes dan un paso más allá y sostienen que no solo hay una crisis de la representación, sino que el significado de la representación no existe, se ha vaciado completamente, ¿por qué?

Porque entendemos que esa crisis que señalas ha empeorado y la diferencia no es de grado, es cualitativa. La crisis no es sencillamente más profunda, es distinta. Eso a lo que estábamos acostumbrados (políticos impopulares, congresos fragmentados, novatos en el poder) nos ha llevado a un nuevo momento en el que aspectos fundamentales de la democracia han dejado de funcionar. Antes teníamos dificultades para gobernar, hoy tenemos dificultades para formar gobierno. Antes teníamos gobiernos con dificultades para representar, hoy tenemos a gobiernos a los que no les interesa representar, salvo quizás a los micro intereses que los sostienen. Antes teníamos instituciones débiles, hoy asistimos al desemantelamiento de instituciones y del imperio de la ley.

Entendemos que las democracias pueden morir a causa de la acumulación de poder en unas cuantas manos, podrían ser las de un líder popular y autoritario, pero en el Perú –afirman ustedes- muere por una plaga de líderes impopulares e inexpertos sin capacidad de representar a la sociedad. ¿Desde cuándo ocurre esto?

Ha sido algo gradual. El último momento de acumulación significativa de poder en el Perú vino con el fujimorato. Lo que siguió fue un momento de la historia en el que algunos proyectos políticos intentaron cuajar: el toledismo, el aprismo, el humalismo. Si bien todos estos proyectos tenían, con diferencias, organizaciones débiles que no alcanzaron mayorías, todos llegaron al poder con la ilusión de quienes votaron por ellos en primera vuelta. Y poco a poco se fue perdiendo la ilusión que le dio impulso a estos proyectos. La desilusión llevó a mayor fragmentación y mayor debilidad de subsiguientes gobiernos. El gobierno de PPK nació ya con una debilidad extrema, es allí donde se suele decir que es el momento original de la crisis. Y él llega al poder representando a un sector muy pequeño del país, gracias al antifujimorismo. De ahí en adelante, el asunto se volvió más crítico. Es importante entender que la crisis no empieza con PPK. El de PPK es el punto de llegada de un debilitamiento gradual de la política, donde el poder político está cada vez más fragmentado, lo ejercen personajes cada vez más inexpertos, y con vínculos más débiles con quienes los eligieron.

Una campanada de cómo se han ido debilitando las propuestas políticas que llegan al poder es que una vez que están fuera de Palacio ya no alcanzan una representación significativa en el Congreso. Le pasó a Toledo, a García, a Humala y a PPK.

Exacto. Es parte de lo que en el libro consideramos parte de este vaciamiento democrático, esta disolución del poder. El poder en el Perú no solo se ha fragmentado, sino que circula muchísimo. Como dices tú, el que está en la cima del poder, en la próxima elección pasa a la nada. Eso es parte del mal peruano.

Otra cosa es que los últimos cuatro personajes que han estado en el poder, el señor Sagasti, el señor Merino, Pedro Castillo, y la señora Boluarte, no eran conocidos por la población hasta el momento en que llegaron a Palacio o quizá unas semanas antes. Lo que quiero decir es que ya no hay carreras políticas.  

Agregaría a Vizcarra a ese grupo. Esto nos dice tres cosas. Primero, cuatro de esos cinco no fueron elegidos directamente para el cargo de la presidencia, y sin embargo la ejercieron. La presidencia entonces se ha debilitado tremendamente y eso es grave en un sistema presidencialista. Si no se tiene claro quién ejercerá la presidencia, no se tiene claro nada. En segundo lugar, como señalas, las carreras políticas han desaparecido. En el Perú la gente dice estar cansada de “los políticos tradicionales” o de “los de siempre”, pero la verdad es que esos políticos tradicionales hace mucho tiempo que no existen. Los votantes peruanos extinguieron a los partidos políticos (y en ese sentido somos precursores en América Latina) y luego extinguimos a los políticos también.

¿Es algo que no existe?

Exacto. Nos gobiernan “nuevos políticos” desde 1990, con excepción de Alan García. Son personas a las que no conocíamos salvo superficialmente antes de que ejercieran el poder. Y tercer punto, esto nos dice que en el Perú las elecciones ya no son un sistema para elegir entre opciones o proyectos políticos, sino una lotería donde grupos y personas que jamás se lo imaginaron pueden llegar a la presidencia. Podría ser un reality peruano: “¿Quién quiere ser presidente?”. Tenemos a más de 40 grupos hoy que se han comprado un huachito de la lotería electoral peruana a ver si esta vez les toca a ellos ejercer el poder.

Para redondear la idea, ustedes lanzan una frase audaz en el libro: “Si se dijo muchas veces que el Perú encarna una democracia sin partidos, hoy se acerca a una democracia sin políticos”.

Con eso lo que estamos tratando es de comunicar que los elementos más básicos que hacen posible la política están desapareciendo o han desaparecido. La política, y sobre todo la política democrática, supone respetar ciertas reglas formales: el que gana tiene derecho a gobernar, respetando ciertos límites. Pero también supone ciertas reglas informales: No abusaré de mi poder para sacar ventajas indebidas a costa de los demás. O “podemos llegar a acuerdos y estos deben respetarse”. Pero todo eso vuela por los aires cuando ya no sólo no existen partidos, sino que tampoco existen políticos. No existen individuos con incentivos para respetar esas reglas o la experiencia para llegar a esos acuerdos. Al renovar la política constantemente y darle el poder a novatos cada vez, los políticos pierden perspectiva de futuro. No tienen mañana. ¿Para qué van a respetar reglas si ya no van a estar allí tras la próxima elección? Se dicen: ¿Por qué no abusar de mi poder frente al adversario si ese adversario no estará en el próximo Congreso y probablemente yo tampoco? Cuando los políticos pierden el futuro, la política con P mayúscula no es posible. Los políticos profesionales no aseguran una buena política, pero una buena política es imposible sin políticos profesionales. Cuando desaparece el futuro, el único acuerdo posible es la componenda, el arreglo de corto plazo para sacar la mayor ventaja posible para cada quien. Y eso es lo que estamos viendo en los últimos años.

Debo entender, entonces, que eres crítico de la eliminación de la reelección de congresistas. Esta decisión fue muy bien vista por la ciudadanía, pero parece que no nos ayuda.

Ese tipo de medidas son una consecuencia de la crisis de representación, pero a su vez la profundizan. El desencanto extremo de la gente con la política los lleva a rechazar el que estas personas estén en el poder, y quieren negarles que vuelvan. Y ya lo hacían, a través del voto, antes de que se prohibiera la reelección. El Perú es uno de los países con las más bajas tasas de reelección parlamentaria del mundo. La paradoja es que renovar constantemente a quienes están en el poder es lo que nos ha llevado a la situación actual, en la que no existen partidos ni políticos. La política ha colapsado y se ha llenado de intereses particulares que tienen vínculos peligrosos con la informalidad y la criminalidad.

Hablamos de esta crisis de representación sin mencionar a sus actores principales. ¿A los políticos les preocupa esta situación, este tipo de libros o estos análisis, o han aprendido a convivir con este desorden?

Creo que el efecto más importante que ha tenido esta crisis sobre los actores es que ha habido cierta adaptación, y esto porque cada vez hay menos incentivos para que entren a la política grupos y personas con interés en reformas o proyectos de largo plazo. Nuestra política sin futuro y sin prestigio ha producido su propia selección natural, en la que sobrevive el más apto para vivir en este sistema. Quedan fuera los que tienen intereses de largo plazo y una reputación que perder. Y quienes entran son los que pueden ganarse alguito en cinco años, en forma de salario o consiguiendo algo para su grupo de interés particularísimo, que, como dije antes, muchas veces viene del mundo informal e ilegal. Esa es la tragedia peruana. La política ha evolucionado para convertirse en una competencia en la que el único asegurado perdedor es el futuro del país.

¿Qué dice de la democracia peruana que, en el 2001, los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta sumaran el 62% de votos, y que 20 años después, en el 2021, los dos postulantes que alcanzaron el balotaje, Fujimori y Castillo, apenas sumaran el 32% de votos?

¿Qué nos dice esto? Que se trata de una política que cada vez representa menos. Cada vez menos gente se encuentra representada por la persona que llega al poder. Es una fórmula para la impopularidad desde el saque, y por lo tanto para la debilidad del presidente frente a sus adversarios, que a su vez son tan o más impopulares. Cuando todos son débiles, nadie tiene razón para aceptar el poder del otro, sino sólo para tratar de arranchárselo. Se generan las condiciones para lo que alguna vez Alberto en una columna, en La República, llamó “el síndrome de los enemigos ínfimos”, que son batallas incansables entre enemigos que no representan a nadie.

Unas batallas de enanos.

Exactamente.

En un sistema en el que los partidos son en realidad vehículos electorales que existen solo por temporadas, ¿qué relación tienen los representantes elegidos por estos partidos con sus dirigencias? ¿Responden ante ellas, hay cierto juego de lealtades?

No hay ninguna lealtad. Esto ya está documentado. Hay un libro de Mauricio Zavaleta que habla de esto, de las “coaliciones de independientes”. Cada etapa preelectoral funciona como un mercado de pases. Todos están atentos a ver quién es el “último jale” de tal o cual partido, cual si se tratara de equipos de fútbol. Hemos normalizado esto. Ya no se espera lealtad de los políticos y ellos lo saben.

Digamos, antes nos parecía un escándalo que un político saltara de un barco a otro. Eso era un titular de portada, ahora es una pequeña nota en páginas interiores.

Así es, casi que se incentiva cuando tú le preguntas a un político cuáles van a ser sus más recientes jales. Se ve en las entrevistas a los políticos. “Díganos algo”, les dicen. Ya no es normalizado, sino incentivado.

¿Por qué sostienen que uno de los lazos menos endebles en la política peruana son las antiidentidades: el antifujimorismo o el reciente antiizquierdismo?

Porque es lo más estable, es lo único que no cambia de elección en elección, lo decimos en el libro. No sabemos por quién votará la gente, pero sabemos que hay un sector que votará contra el fujimorismo o contra “el comunismo”. Carlos Meléndez ha documentado esto para el caso peruano, pero se trata de un fenómeno cada vez más extendido en América Latina y más allá. En el libro hay un capítulo del politólogo Omar Coronel, que se llama “La fragmentación de los odios”, que sostiene que incluso estas antiidentidades se han fragmentado. Es un fenómeno que trasciende al Perú, pero en el que sí somos pioneros.

¿Cómo se hace campaña ahora? ¿Un candidato habla de los beneficios que puede traer su programa o, por el contrario, se dedica a combatir a su enemigo, al fantasma que tiene al frente?

Yo creo que la expectativa hoy, en primera vuelta, es llegar al 15%. Y se puede hacer de muchas maneras, con un mínimo de aparato político, con una presencia que llama la atención de los medios en un determinado momento, o con la pura suerte. Y una vez que uno ha alcanzado ese espacio, llega el momento de las antiidentidades, y ese es el momento en el que ya no importa lo que represente el candidato, lo importante es quién es, contra quién va.

El boom económico que vivimos la primera década de los dos miles fortaleció muchas economías ilegales e informales, ¿cuánta influencia tienen hoy sobre la política?

El boom de los commodities ha tenido muchísima importancia para la política en el Perú y para otras partes de América Latina. Recientemente se empezado a poner el ojo, ya no solo en el efecto que tuvo el boom en la popularidad de los políticos o en las grandes obras de infraestructura que se pudieron hacer, sino en la expansión de economías ilegales e informales. Es el caso de la minería ilegal, que Zaraí Toledo cubre en su capítulo del libro. Estas economías se han vuelto más poderosas y por eso han logrado entrar a la política. Y ese ingreso se ha visto facilitado porque se han encontrado con una política vaciada. Ellos han llenado este vacío.

¿Qué es lo que buscan estas economías ilegales e informales del Estado, al llegar al poder?

Antes buscaban que la ley no se meta con ellos. Que no entre la policía, que no los mire el regulador. Hoy buscan cambiar la ley y eliminar al regulador. Esa es la parte novedosa de los últimos años. En general, estos representantes son la manifestación de un sistema que busca perpetuarse, de una economía ilegal e informal que busca garantizar las condiciones para su propia perpetuación, a través, como digo, ya no de evitar a la ley sino de cambiarla.

A lo largo de esta conversación estamos diciendo que existen políticos que no representan a nadie, algunos que dependen de economías ilegales, y que llegan al poder con escaso margen de voto. ¿Estamos condenados a tener este tipo de personajes?

No es una condena, pero es un circulo vicioso difícil de romper. En el corto plazo (que es lo que más angustia a quienes leen esta entrevista), me parece que la única solución posible es que quienes tienen un proyecto político de largo plazo, con una trayectoria y prestigio personal importante tienen que ponerlo al servicio del país, tienen que hacer un esfuerzo consciente por organizarse, juntarse y competir por espacios de poder. Se nos va la política en ello.

¿Qué tanto se parece nuestra crisis a la de otros países de la región?

Con peculiaridades, muchos países de la región vienen pasando por situaciones similares. En algunos sentidos el Perú es un pionero. Lo es en el vaciamiento de la representación. Es probablemente el caso más crítico de América Latina en ese sentido. Pero no lo es respecto a la penetración de la informalidad y la ilegalidad en la política. Como sostenemos en el capítulo final del libro, que revisa estos temas en América Latina, Perú es un caso más de tendencias que afectan a toda la región.

¿Cuánto importa que la gente salga a marchar en este tiempo? ¿Tiene un impacto importante o eso también ha perdido valor?

Por un lado, en algunos lugares hay disposición a reprimir con mucha violencia. Por otro lado, para la movilización es importante la indignación, pero también la esperanza. Y si bien no falta indignación, lo que creo que falta es esperanza. No es claro qué sigue después de la movilización, y en esa medida movilizarse es más difícil.

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