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La gesta suicida del buque Numancia para «restituir el honor de España»: «Mi deber es echarle a pique»

Abc.es 

A lo largo de este más de siglo y medio transcurridos, los investigadores todavía no se han puesto de acuerdo a la hora de calificar el combate del Callao , acaecido el 2 de mayo de 1866. Hablamos de uno de los episodios más importantes de la 'Campaña del Pacífico', también conocida en Latinoamérica como la 'Guerra contra España', que enfrentó a la Armada española contra la peruana a mediados del siglo XIX en que España se encaminaba hacía sus últimas guerras de independencia. El contraalmirante de la Armada e historiador Julio Guillén Tato, fallecido en Madrid en 1972, calificó esta guerra de «estúpida, por los continuos errores de uno y otro bando». En 1971, ABC la calificaba como «una batalla de prestigio» y recordaba que «todas las fragatas españolas, excepto una, eran barcos de madera, pues solo la Numancia, que era el buque insignia, estaba blindada». Esta misma idea es la barajada por la mayoría de los historiadores, que coinciden en que nuestra escuadra, al mando del almirante Casto Méndez Núñez, partía con mucha desventaja. En el mismo reportaje de este diario se apuntaba: «En la crónica de la todavía reciente Segunda Guerra Mundial, a la que acabamos casi de asistir, hemos conocido batallas denominadas 'de prestigio', en la que uno de los contendientes luchaba más por el fuero que por el huevo. De esa clase fue la batalla del Callao, en la que nuestra exigua flota del Pacífico se alineó dispuesta a jugárselo todo, incluso su propia supervivencia, sin el propósito de conquistar territorios ni ganar bienes materiales, sino de reconquistar su bien ganado prestigio, que con malévolos argumentos había sido puesto en entredicho». El conflicto que tuvo su origen en la conquista de las islas Chinchas por parte de España, en 1864, que tuvo el objetivo de obligar al Gobierno peruano a investigar el asesinato de unos trabajadores españoles en el Callao. Aquella invasión desató el susodicho enfrentamiento contra Perú, que se prolongó durante dos años porque Chile, Ecuador y Bolivia se fueron uniendo al bando de los andinos. En ella se produjeron episodios tan polémicos como el bombardeo de Valparaíso , en el que España castigó a la ciudad chilena con más de 2.600 bombas, dos meses antes de poner rumbo hacia el Callao para enfrentarse a las todopoderosas defensas del puerto peruano. El resultado, sin embargo, sigue siendo hoy objeto de polémica entre los que defienden que los españoles arrasaron la plaza sin sufrir daños graves y los que mantienen que huyeron heridos y sin munición. En 1966, con motivo del centenario de la batalla, ABC hablaba de una «frágil pero heroica escuadra con buques de madera que se acercaba al enemigo entre torpedos fijos hasta tocar el fondo con las quillas de sus buques». El escritor peruano Enrique Chirinos Soto, justificando el resultado del combate, declaró: «El Numancia era uno de los navíos más famosos del mundo. Desplazaba siete mil toneladas. Los buques recién adquiridos por Perú, que todavía no habían llegado al puerto, apenas desplazaban dos mil toneladas». Se trababa de uno de los buques más avanzados de su tiempo y uno de los más importantes de la historia de la Armada española. Desde la primera década del XIX se aplicaba el vapor al movimiento de los barcos, pero no hubo una fabricación satisfactoria para la marina de guerra hasta la botadura del Napoleón, en 1850, un buque muy veloz con el que la Armada francesa tomó la delantera en la carrera armamentística. El problema de estas primeras naves era su poca resistencia a la potente artillería de la época, ya que con proyectiles explosivos los batían. La batalla de Sinope de 1853, dentro en la guerra de Crimea, fue tal vez la última batalla de los barcos de vela en la que esto se puso en evidencia. Sería otro enfrentamiento, el del Merrimac contra el Monitor frente a las costas de Virginia en 1862, dentro de la Guerra Civil Americana, el que acabó por convencer a las potencias de la necesidad de acorazar sus buques. Ambos se batieron durante más de 5 horas sin destruirse, a pesar de los empellones que destrozaron la proa de uno de ellos. De ahí que el resto de potencias se dieran prisa por adquirir esas defensas acorazadas para sus buques. Tan solo doce años después del Napoleón, el mismo año del enfrentamiento en Virginia, nacía el proyecto de la Numancia, una fragata que se encargó a una empresa francesa y que sería una de las primeras naves de su clase en los mares del mundo, cuando la Armada española trataba de recuperar el protagonismo perdido tras el golpe de Trafalgar. Fue construida por Forges et Chantiers de la Méditerranée en Tolón, Francia, entre 1862 y1863. El proyecto era de Verloque, director de los astilleros, y se botó el 19 de noviembre de 1863, entrando en servicio en diciembre de 1864. Desplazaba exactamente 7.305 toneladas con una eslora de 96 metros, una manga de 17 y un calado de casi ocho. Su coraza de 13 centímetros de grosor a lo largo del casco sobre almohadillado de madera de teca iba desde 2,30 metros por debajo de la línea de flotación. La máquina que la movía, de 4.800 caballos en total, podía alcanzar los 13 nudos de velocidad. Además, portaba como armamento 34 cañones de 68 libras y otros seis de diferentes calibres, pudiendo trasladar a una dotación de 590 hombres. El 4 de febrero de 1865, una vez armada y equipada, salió de Cartagena hacia el Pacífico al mando del capitán de navío Casto Méndez Núñez, para incorporarse a la Escuadra del Pacífico en el fondeadero de El Callao. Un año después, a la famosa fragata –que en 1916 se convirtió también en el primer acorazado de la historia que consiguió dar la vuelta al mundo–, se sumaron otras cinco (Blanca, Villa de Madrid, Berenguela, Resolución, y Almansa) y la goleta Vencedora para atacar el famoso enclave peruano. Méndez Núñez escogió la fecha del 2 de mayo para llevar a cabo una operación que podía ser calificada de suicida y hacerla coincidir con el aniversario de la sublevación contra tropas de Napoleón en 1808. «Era necesario dar un mentís a quienes acusaban a la escuadra española de haber atacado a una plaza indefensa [Valparaíso], y el argumento más terminante podía ser plantarse ante la plaza más fuerte [de el Callao]», explicaba ABC. Cuentan que un día antes se presentó ante el almirante gallego el alférez de navío Pedro Álvarez de Toledo. Llevaba varios pliegos con la orden del Gobierno español de suspender la operación y regresar a la Península. Cuando los abrió y los leyó, consideró que aquel mandato no era justo. Estaba convencido de que España necesitaba demostrar la gran potencia de sus armas, y le respondió: «Usted no ha llegado todavía. Llegará el día 3 y yo mañana bombardearé el Callao. Cuando me comunique usted la orden del Gobierno, me apresuraré a cumplirla». No era una bravata, pues sabía que se estaba jugando su carrera militar, pero incluso los comandantes de otros barcos estuvieron de acuerdo. Así, las naves españolas se acercaron a la plaza en formación de V el 2 de mayo a las 11.15 horas. El comodoro de la escuadra enemiga intentó disuadir varias veces a Méndez Núñez de que desistiera de su idea e, incluso, le planteó la siguiente pregunta: «Suponiendo que yo pusiese mi barco entre el suyo y la ciudad, ¿qué sucedería?». Y Méndez Núñez replicó: «Usted es marino y yo también. Usted sabe cuál sería su deber en tales circunstancias y, por consiguiente, también sabe cómo yo cumpliría el mío. Si usted se colocara entre la ciudad y mis buques, mi deber sería echarle a pique». España contaba con 270 cañones en su escuadra. Perú, 69, si sumamos los 56 que tenían en tierra y los 13 divididos en varios buques. Además, estaban preparados con una línea defensiva de batallones de infantería y caballería en caso de que las fuerzas españolas desembarcaran, pero eso no estaba en los planes de Méndez Núñez. El secretario de Guerra peruano, José Gálvez, ubicado en la Torre de La Merced, pidió que se dejase a los enemigos empezar el ataque. La Numancia lanzó el primer disparo a las 12.00. Pocos minutos después, el segundo. Según Chirinos Soto, Gálvez ordenó a sus baterías que iniciaran el ataque y gritó, «Españoles, aquí os devolvemos el Tratado del 27 de enero», en referencia al acuerdo de paz que habían firmado en 1865. Pocos días después, el comandante de la Numancia, Juan Bautista Antequera , le contaba a su cuñado el comienzo de la batalla en una carta: «A los treinta minutos de fuego, Méndez [Núñez] caía herido en mis brazos. Solo yo había quedado ileso entre los que ocupábamos el puente de mando. Méndez se empeñó en seguir en su puesto de honor, pero a los cinco minutos, desfallecido, yo ya no podía sostenerle y fue conducido al hospital de sangre». Según algunas biografías, la bala le produjo ocho heridas de gravedad al vigués, que aguantó la batalla hasta que la pérdida de sangre le hizo desmayarse. A los 55 minutos de combate, se produjo una explosión en la Torre de La Merced que mató a 27 peruanos, incluyendo a Gálvez. En su carta, Antequera reconocía que los diferentes comandantes decidieron ocultar al resto de la escuadra el estado de Méndez Núñez y, a continuación, describía los momentos más críticos: «Así estábamos a las dos de la tarde. A la Blanca no le quedaban municiones cuando la Almansa, incendiada por una granada Amstrong de 300, se retiraba del fuego. Creí que no volvería a ver a Victoriano [en referencia a Sánchez Barcáiztegui, comandante de la Almansa], otro de los héroes de tan memorable ocasión, que con un rasgo verdaderamente heroico salvó la fragata». El combate se prolongó durante más de cinco horas. Murieron 43 españoles. La cifra de víctimas peruanas ofrecida por los distintos historiadores es muy dispar. Algunos hablan de entre 80 y 90, mientras que otros la elevan hasta dos mil, aunque parece obviamente exagerada. «Caía de nuevo una espesa calima y eran las cuatro y cuarenta minutos cuando los buques efectuaron los últimos disparos. La que por la mañana era una formidable plaza fuerte, solo respondía con el fuego de tres cañones. Méndez Núñez tenía ya la orden de regresar a España y podía hacerse, pues el honor estaba ya muy a salvo», contaba ABC en 1966. Tras la batalla, la escuadra española enterró a sus marinos fallecidos en la isla de San Lorenzo. Allí, el almirante gallego proclamó antes sus hombres: «Una provocación inicua os trajo a las aguas del Callao. La habéis castigado apagando los fuegos de la numerosa artillería de grueso calibre presentada por el enemigo hasta el punto de que solo tres cañones respondían a los nuestros cuando la caída de la tarde nos obligó volver al fondeadero [...]. Habéis humillado a los que arrogantes se creían invulnerables al abrigo de sus muros de piedra detrás de sus monstruosos cañones [...]. Tripulantes de la escuadra del Pacífico, habéis añadido una gloria a las infinitas que registra nuestra patria: la del Callao [...]. ¡Viva la Reina y viva España!». Y continuaba: «Cuando todos se retiraban, de algún buque extranjero salieron también estruendosos hurras de entusiasmo que elocuentemente proclamaban la victoria de las armas españolas, sintiéndose sus tripulantes como improvisados jueces. Marinos admiradores de marinos, hermanos de armas de la noble profesión del mar, sin tener en cuenta bandera alguna». Finalmente, los cinco buques que sobrevivieron, incluido el Numancia, se dirigieron a las islas Filipinas y de allí a Cádiz. En 1871 España y los cuatro países sudamericanos firmaron el armisticio que, entre 1879 y 1885, fue también ratificado individualmente con Perú, Bolivia, Chile y Ecuador.

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