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Delincuente electoral

Delincuente electoral

El Tribunal Electoral determinó el pasado 10 de julio que el presidente López Obrador vulneró los principios de imparcialidad, neutralidad y equidad en las recientes elecciones.

En Lázaro Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador quiso ver un modelo. El presidente populista. El que convirtió al petróleo en la savia del nacionalismo mexicano. El que sentó las bases del priismo clásico. El presidente del fraude electoral.

En las elecciones de 1940, Lázaro Cárdenas operó el fraude a favor de Manuel Ávila Camacho en contra de Juan Andreu Almazán. Como ahora, la promoción del candidato oficial arrancó años antes de que se realizaran las elecciones. Como ahora, éstas transcurrieron en un entorno de violencia. Como ahora, se impuso en el poder al designado por el presidente. Como ocurrió con Lázaro Cárdenas, la presidencia de López Obrador quedará manchada por el fraude.

No se trata de una cuestión subjetiva sino de varias sentencias emitidas por el Tribunal Electoral. Según nuestras leyes, el presidente López Obrador vulneró los principios de imparcialidad, neutralidad y equidad en las recientes elecciones.

Las sentencias afirman que el presidente utilizó indebidamente recursos públicos y programas sociales, coaccionó el voto de la ciudadanía, realizó promoción personalizada y difundió propaganda gubernamental en un periodo restringido por la ley.

El Pleno de la Sala Especializada del Tribunal Electoral consideró que las reiteradas manifestaciones del presidente tuvieron impacto electoral, ya que se trató de llamados a votar a favor de una opción política y en contra de otra. La sentencia la emitió el TEPJF el 10 de julio, un mes y días después de las elecciones.

Según la ley, López Obrador es un delincuente electoral. Pero ya se sabe, al presidente no le salgan “con el cuento de que la ley es la ley”. La ley aplica para todos, menos para él. AMLO es el Yo Supremo que está por encima de esas cosas. Al conocer la sentencia, López Obrador (¿podía ser de otra manera?) descalificó a los jueces, “son conservadores”, dijo. Claudia Sheinbaum será presidenta”haiga sido como haiga sido”.

Retador, el presidente pidió que “le presenten pruebas”. Las evidencias son públicas. Sus reiteradas descalificaciones en contra de Xóchitl Gálvez las emitió en sus “mañaneras”, se valió para divulgarlas de todo el aparato de propaganda del Estado. El fraude a la ley electoral lo realizó a la vista de todos. Ahora dice que es mentira. Como acostumbra, trata de sepultar la verdad repitiendo incesantemente sus mentiras.

El presidente repetirá cien veces sus otros datos hasta que sus seguidores terminen convencidos de que lo que pasó en realidad no ocurrió. Que todo es una fabricación de los conservadores. La mentira sepultará a la verdad. Por eso es importante dejar constancia, cuando todavía es posible decir que el presidente, al violar la ley, se convirtió en un delincuente electoral.

“¿Qué campaña hice yo a favor de Sheinbaum?”, se pregunta López Obrador. En sus conferencias, en tiempos electorales, hizo 90 menciones negativas de Xóchitl Gálvez y 300 menciones positivas de Claudia Sheinbaum. “¿Qué campaña hice yo?”, se pregunta con cinismo.

Pocos días después de la primera sentencia, el 17 de julio el Tribunal Electoral volvió a sesionar. Con el voto de la mayoría, los magistrados resolvieron que el presidente había vulnerado los principios de imparcialidad y que había influido en la jornada electoral. Sentenció el Tribunal: “es válida la aplicación de sanciones previstas en la normativa electoral”.

El presidente violó la ley. Específicamente López Obrador violó el artículo 134 de la Constitución. De acuerdo con las leyes electorales, la elección del 2 de julio debe anularse y el presidente debe ser encarcelado sin derecho a libertad provisional.

Paradójicamente, las violaciones a la ley y las duras sanciones que las acompañan fueron promovidas por el propio López Obrador y su partido. Pensó que esas leyes podría aplicarlas a sus adversarios. Él no habría vacilado en aplicar la ley. Ahora esas mismas leyes se le revierten. Pero con él no aplica la ley. Las sanciones estipuladas no tendrán cumplimiento. Eso solo ocurre en países donde prima el Estado de derecho. El presidente y su delfín están por encima de esas nimiedades, de esa nimiedad conocida como “Constitución”.

Durante su presidencia vimos a López Obrador ejercer la mentira, la calumnia y la amenaza. Vimos crecer la lista de sus familiares más cercanos chapoteando en la corrupción. Lo vimos muchas veces hacerse la víctima. Si se señalaba que los niños con cáncer se habían quedado sin medicinas, él era la víctima. Ahora que el Tribunal Electoral lo señala como delincuente electoral él vuelve a ser la víctima.

En el México de López Obrador lo que imperó fue la impunidad. El cinismo. La mentira. Y el fraude. De casi todo lo malo que ocurrió en su gobierno culpó a los gobiernos anteriores.

Repitió al infinito que en las elecciones de 2006 le robaron las elecciones. Ahora resulta que el que se robó la elección fue él. Que él es el señalado de cometer fraude en las elecciones. Que él es el delincuente electoral. Qué vueltas da la vida.

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