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Prueba de fuego

Prueba de fuego

El 2024 estará marcado por el avance de la ultraderecha y los populismos antidemocráticos en diversos procesos electorales en el mundo.

Desde finales del año pasado habíamos advertido que este 2024 estaría marcado por las elecciones en alrededor del 50 por ciento de los países que integran la comunidad internacional y se advertían señales sombrías, desde mi punto de vista, del avance de la ultraderecha y los populismos antidemocráticos.

Afortunadamente, datos como los de Francia e Inglaterra indican ciertos contrapesos al respecto. En el primer caso, si bien la extrema derecha francesa avanzó en la primera vuelta, en la segunda la coalición de izquierda obtuvo la máxima votación, la fuerza que encabeza el presidente Macron ocupó el segundo lugar y las derechas el tercero. En el caso de Gran Bretaña, los laboristas lograron desplazar, después de un largo periodo, a los conservadores.

En el viejo continente nada aún está decidido y está por verse si estos últimos resultados marcan una tendencia o las derechas totalitarias y/o populistas seguirán su paso lento, pero firme, amenazando a las instituciones democráticas en las que han crecido.

En otras regiones los tambores de guerra retumban. El conflicto entre Rusia y Ucrania parece no tener fin, al igual que lo que sucede en Oriente Medio, que apunta peligrosamente a extenderse. Por si fuera poco, la guerra comercial entre China y Estados Unidos no solo tiene efectos económicos, sino que está reconfigurando la geopolítica internacional.

América Latina vive un mosaico político de complejidad multicolor entre las dictaduras (Cuba, Nicaragua y Venezuela), las izquierdas de diversos acentos (Chile y Colombia), los populismos (Bolivia), los tránsitos con saldos de diverso pronóstico entre la derecha y la izquierda (Argentina, Brasil, Ecuador) y las ínsulas democráticas representadas por Costa Rica y Uruguay. Un panorama complejo, lejos del sueño de unidad latinoamericana y del que se prevé todo menos estabilidad política y democrática.

Mientras tanto, en nuestro subcontinente, la ecuación empieza a despejarse, el triunfo de Trump parece inevitable –y escribo esto al momento en el que finalmente Biden anuncia su retiro de la contienda, pero creo que a estas alturas a los demócratas solo les resta evitar una derrota mayúscula– y es probable que el próximo año los conservadores ganen las elecciones en Canadá.

Este es el panorama que le espera al próximo gobierno mexicano, que además de atender los grandes problemas nacionales tendrá que tejer fino en un contexto internacional que exigirá definiciones, con líderes que apuestan muy fuerte en sus negociaciones y ante los que el refugio nacionalista no es suficiente ni eficaz.

Para muestra, el botón trumpista, quien insiste en su propuesta de concluir el muro de la frontera con México y reitera, subiendo el tono, que el tratado comercial de América del Norte ha beneficiado más a nuestro país y a otros como China, y que por ende en la renegociación del mismo revertirá esa situación. Y si bien se refiere en particular a la industria automotriz, sin duda está anunciando una política proteccionista contraria al espíritu del tratado vigente y que marcará la relación con otros sectores de la economía nacional.

De la misma manera, retoma su viejo discurso antiinmigrante, acusando que los flujos migratorios del sur acarrean delincuencia e incluso enfermedades, y para terminar de configurar su narrativa, amenaza con ir más allá de su frontera para “detener” directamente al crimen organizado.

Y si había duda sobre su estilo de “negociación”, hay que escuchar sus discursos, en particular los de cierre de la Convención Republicana y el de Grand Rapids, Michigan. En este último, más allá de la posible confusión de si hacía o no referencia a Marcelo Ebrard, deja al desnudo que en la construcción de sus mayorías se postula como “el hombre fuerte” que no concede, que impone.

Creo que todos estos pronunciamientos de quien seguramente será el próximo presidente de los Estados Unidos trascienden el periodo electoral y configuran ingredientes de su política gubernamental y las relaciones exteriores que pretende seguir en su cuatrienio.

Al respecto, la doctora Claudia Sheinbaum y su futuro secretario de Economía han hablado de enfrentar esas negociaciones “en condiciones de igualdad”. Sin duda, es lo que hay que procurar, pero lo que por lo menos para mí está claro es que el contexto y las condiciones de esas conversaciones no serán las de principios de los años 90 del siglo pasado ni tampoco las del inicio de este sexenio.

Además, las condiciones para contemporizar en el actual mercado internacional suponen reglas mínimas sobre infraestructura, energía, Estado de derecho, seguridad, condiciones laborales y una fuerza de trabajo más calificada para manejar las nuevas tecnologías. La “sola cercanía” no es suficiente.

Es aquí donde la realidad se impone y los discursos de campaña tendrán que transformarse en políticas públicas. Esperemos que en estos quehaceres las libertades políticas, el equilibrio de poderes y el respeto a los derechos humanos no se sigan deteriorando, aunque el reiterado respaldo de la futura presidenta al Plan C de López Obrador no es una buena noticia.

POSDATA: ¡Atención! El día de hoy el Consejo General del INE sesionará para resolver sobre los dictámenes de fiscalización de los recursos utilizados en los procesos electorales que están por concluir. El Instituto Nacional Electoral tiene la gran responsabilidad de transparentar el origen y el destino de los recursos utilizados en las campañas. No hacerlo así oscurece y siembra dudas sobre compromisos, más allá del voto ciudadano, que hayan hecho quienes tendrán la responsabilidad de gobernar y legislar.

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