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Editorial: La tardía y ejemplar decisión de Biden

El presidente tardó demasiado en renunciar a la reelección, pero al hacerlo dio muestras de realismo y generosidad.

Aunque tardía en extremo, la decisión de abandonar la carrera hacia la reelección fue un acto de valentía, realismo, generosidad y lucidez del presidente estadounidense Joe Biden. Tras semanas de incertidumbre y de insistentes respuestas negativas a los llamamientos para que renunciara a su candidatura, prevalecieron los intereses de la república.

“El mayor honor de mi vida ha sido servirles como presidente —escribió en un mensaje divulgado el domingo en la tarde—. Y aunque ha sido mi intención buscar la reelección, creo que lo mejor para mi partido y el país es que me retire y me centre únicamente en cumplir con mis obligaciones como presidente durante el resto de mi mandato”.

Su decisión no tiene precedentes históricos. Aunque, en 1968, el entonces presidente Lyndon B. Johnson decidió abandonar su intento de reelección, lo hizo en marzo, ocho meses antes de los comicios. Además, aún no habían concluido las primarias de su Partido Demócrata, el mismo del actual presidente. En esta oportunidad, ya el proceso de selección interna había terminado en un apoyo casi unánime a Biden, y la Convención Nacional que lo oficializaría como candidato se celebrará entre el 19 y el 22 del próximo mes.

Lo anterior quiere decir que el tiempo para sustituirlo es extremadamente corto, lo mismo que para reconstituir alrededor de otra candidatura la compleja estructura de campaña que lo ha impulsado hasta ahora. El respaldo de connotados dirigentes demócratas, lo mismo que de influyentes gobernadores, senadores, representantes y delegados del partido, indica que la vicepresidenta Kamala Harris, su compañera de fórmula, se convertirá en la nueva abanderada.

Tras comunicar su retiro, Biden le dio su apoyo en otro mensaje, y Harris se apresuró a declarar su intención de “merecer y ganar la nominación para derrotar a Trump”. Salvo que surja algún contendiente, su camino está allanado. Incluso si enfrentara algún competidor, será prácticamente imposible que este logre el apoyo necesario para superarla.

En cualquier circunstancia, los dos grandes desafíos inmediatos para los demócratas serán evitar divisiones internas que los desgasten y debiliten a los ojos del electorado, y garantizar un proceso de selección que permita a la casi segura candidata emerger con legitimidad de él y de la convención. Pero la tarea suprema, no solo para el partido, sino para la democracia estadounidense, es llevar a cabo una campaña que permita el triunfo sobre el binomio Donald Trump–J. D. Vance.

Con Biden a la cabeza y Harris como segunda, la tarea se había tornado casi imposible, por su avanzada edad, por sus manifiestos problemas cognitivos y porque, a pesar de que su gobierno ha sido esencialmente exitoso, los republicanos han logrado potenciar negativamente otros temas, en particular la migración y la inflación.

El desafío electoral, además, no solo se refiere al control de la Casa Blanca, sino también del Senado y la Cámara de Representantes. Y si bien los candidatos demócratas a los puestos vacantes —un tercio del primero y la totalidad de la segunda— arrancaron con algunas posibilidades de alcanzar mayorías, conforme pasaba el tiempo y el presidente insistía en su candidatura, cada vez estas se hacían menores. Ahora, de nuevo, mejorarán sus condiciones.

La casi segura candidatura de Harris despejará las inquietudes sobre edad y cognición; más bien, trasladará el problema a Trump, de 78 años, quien, aunque con evidente energía, se ha caracterizado por frecuentes lapsus e incoherencias. Su condición de mujer “de color” puede afectarla entre algunos votantes, pero impulsarla entre otros, particularmente la población afrodescendiente; algo similar ocurrirá con la percepción de que es más liberal que Biden. Sin embargo, ambos retos podrá atemperarlos con una buena selección vicepresidencial.

Sus grandes retos sustantivos serán la migración, a la que estuvo vinculada a comienzos del actual gobierno, y la inflación, moderada en la realidad pero percibida como alta. Aun así, Harris —o, hipotéticamente, otro candidato— podrá conducir una campaña mucho más enérgica, vibrante y empática. Le será posible, además, reenfocar la discusión en asuntos específicos de gran impacto, como el derecho al aborto, la protección social, el acceso a la salud y el crecimiento económico, puntos débiles de Trump y los republicanos.

Más importante para el futuro del país y del mundo, tendrá razones de sobra para insistir en una de las fortalezas centrales de Biden: la defensa de la democracia, el Estado de derecho, la separación de poderes, la integridad electoral, las alianzas y el liderazgo global de Estados Unidos.

A Biden se le debe reprochar, primero, por insistir en ser candidato y, segundo, por mantener su aspiración pese a su evidente incapacidad para seguir en campaña. A la vez, se le debe agradecer su iniciativa de poner los intereses nacionales sobre las aspiraciones personales. Esto lo eleva como estadista y hace que su legado sea más profundo.

Nada asegura que gracias a su decisión la democracia estadounidense consiga salir bien librada en las elecciones del 5 de noviembre, pero al menos las posibilidades de que así sea son mayores.

Joe Biden.

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