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La afición, el espectáculo y la cubanidad

Ningún otro deporte detiene tanto la atención de los aficionados en Cuba como el béisbol, a pesar del crítico estado de salud que posee hoy el mayor espectáculo deportivo en nuestro país. Cada postemporada en los últimos años parece recordarnos que, todavía pendiendo de un hilo su vitalidad, la pelota respira en los terrenos y entre el público como alma indispensable de la nación.

Todo el que llega durante el playoff al sagrado recinto del béisbol, como buen fiel, lo hace para disfrutar de su equipo sin importar nada más que la victoria. El cubano, cuando goza cada jit, jonrón o ese ponche «sabroso» a la hora buena, se olvida por un momento de sus difíciles avatares diarios (que no son pocos) de la puerta del estadio hacia afuera, y de cómo piensa cada cual, a no ser, estrictamente, a qué equipo le vas. Con la pelota sucede algo curioso, tal vez mágico. Casi nadie se conoce en una grada pletórica y, sin embargo, el sentir termina uniendo a la gente en un mismo grito y abrazo.

El lenguaje de nuestro pasatiempo nacional viene cifrado de auténtica cubanidad. Cada postemporada de béisbol vibra de forma particular desde nuestra idiosincrasia, al ritmo de congas y dicharachos. Pocos aficionados imprimen el picante necesario al juego de pelota como el cubano cuando demuestra sus inconformidades ¿solo con el conteo de los árbitros? Todo forma parte, como expresara Don Fernando Ortiz, del ajiaco multicultural y étnico que nos viene desde la raíz. Y ciertamente el sabor de un playoff en la pelota nacional no fuera el mismo sin la algarabía o los lamentos momentáneos.

En los estadios están presentes los dos extremos de la afición: el disfrute y la frustración, el que gana y pierde, o aquel que espera la revancha como en la vida misma. Tal vez por eso el béisbol se parece tanto a la cotidianidad, a nuestros barrios y a una Isla que lo sigue respirando aún cuando el espectáculo y la calidad deportiva en los terrenos demanden de forma imperiosa nuevos aires purificados.

Durante la inédita final que vivimos por estos días entre Vegueros y Leñadores se ha podido disfrutar una sana rivalidad, tanto en la grama del estadio como entre la fanaticada de ambos equipos. A decir del director tunero Abeisy Pantoja, la afición sabe reconocer siempre el esfuerzo de los atletas, así sean del equipo contrario.

Entre las dos líneas de cal se vive el espectáculo duro, pero en las gradas emergen el dramatismo, los nervios y la presión. El ejemplo más próximo lo tuvimos en el segundo partido de la gran final, que terminó decidiéndose en extrainning a favor de los del balcón del oriente. Fue un desafío de pequeños detalles en lo deportivo, pero también de risas, caras contrariadas y aplausos. No por gusto al público se le considera otro jugador fundamental en esta instancia.

En la actual postemporada he conocido, incluso, a aficionados que llegan a su provincia desde otras latitudes lejanas para sentir de nuevo la sensación de un playoff luego de varios años de ausencia y apoyar a su equipo. Son cubanos que han salido del país como parte de la diáspora migratoria, pero que en el fondo han dejado su corazón en la parte baja de un palco beisbolero. Eso también lo logra este deporte: rencontrar, hermanar, unir a los cubanos. El béisbol es, en definitiva, la Patria misma.

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