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De jugador de fútbol a "padre de Puerto Madero", cuáles son las pasiones de Alejandro Ginevra

Majestuoso e imponente, Puerto Madero se yergue a espaldas del río. Es el barrio más nuevo de Buenos Aires, con la modernidad y la elegancia como rasgos distintos. Detrás de esa superficie de poco más de dos kilómetros cuadrados está Alejandro Ginevra, un desarrollador inmobiliario con más de cuatro décadas en el sector que, a la cabeza de GNV Group, le dio vida a ese coqueto y floreciente sector de la Ciudad.

¿Se siente el padre de Puerto Madero? Y sí... Siempre lo pienso así... Nosotros, con mi padre, recorríamos la tierra de Puerto Madero cuando no había absolutamente nada. Era un terreno baldío. Yo tenía un cuatriciclo y andaba por todos lados en Puerto Madero. Es mi casa. La familia Ginevra se siente parte de Puerto Madero.

Ginevra responde con el orgullo de un pionero. Se abrazó a la idea de Jorge, su padre, quien entendía que Buenos Aires no podía seguir dándole la espalda al río, que ya no quedaba "carne" -como él le decía a la tierra- hacia el norte, que el futuro estaba en el sur. "Puerto Madero no es solo un barrio. Es un barrio modelo. Cuando vos viajás y hablás del desarrollo de Puerto Madero, todo el mundo del real estate conoce ese modelo", explica.

Destaca la condición del proyecto de uso mixto, un concepto por entonces desconocido y que hoy gana cada vez más terreno. "Todo el mundo habla de la ciudad a 15 minutos, en la que tenés la posibilidad de trabajar, de divertirte, de vivir, de comer... Tener todo a mano", explica a la hora de definir esa tendencia que se extiende con naturalidad en las más variadas geografías del planeta.

Mucho antes de estar al frente de GNV Group, Ginevra supo que el desarrollo inmobiliario iba a ser parte de su vida. A los 10 u 11 años, recorría las obras de la mano de su padre. "Terminé el colegio y tenía todo claro: me iba a dedicar a la actividad inmobiliaria. No, no. Nunca tuve ese debate que suelen tener los jóvenes de `que voy a estudiar arquitectura, ingeniería...´. En mi cabeza no hubo ese debate", relata.

Es verdad que, como muchos niños, pensó en la posibilidad de ser futbolista. ¿Qué chico puede gambetear ese sueño infantil? Probó suerte en River y pasó. Vistió por un tiempo esa camiseta, la de Ferro y la de Huracán... La de Huracán... El "Globo" forma parte de un legado familiar para los Ginevra. Su tío abuelo, Miguel, a quien apodaban "Barrilito", fue campeón con la camiseta de ese equipo en 1921 y 1922. Tanto el abuelo como el padre de Alejandro también pasaron largas tardes de domingo pendientes de lo que pasaba con el conjunto de Parque de los Patricios.

"No es que yo vivía en el barrio. No. Mi pasión por el club es una herencia. Toda la familia es de Huracán. La pasión nos une a todos. Los Ginevra se caracterizan por ser hinchas de Huracán", aclara sin dejar resquicio para la duda. Y se jacta de poseer una suerte de museo en el que habitan una vieja pelota Pintier del partido en el que fantástico equipo dirigido por César Menotti se consagró campeón del Metropolitano de 1973, una camiseta de Alfio Basile, otra de un prócer "quemero" como Miguel Ángel Brindisi, varias casacas históricas...

El fútbol, el trabajo y la familia son las grandes pasiones de Alejandro Ginevra, quien, de hecho, se proclama "un apasionado. Vivo todo a full. En todos los contextos de la vida. Me apasiona empezar algo y terminarlo. Cuando empieza una obra, continuarla y terminarla... Hacer un viaje... La pasión involucra un proceso, hacer que algo pase, desde que arranca hasta que termina".

Cuenta que para proyectar un desarrollo "lo más importante es tener un sueño". Revela "que a mí los edificios se me ocurren mientras duermo. Uno sueña y lo lleva a la realidad a través de los arquitectos. Yo trabajo a la par de los arquitectos para que dibujen lo que uno va teniendo en la mente". Como si fuera un disco rígido, en su mente conserva imágenes de las ciudades que ha visitado y de todas extrae una idea que más temprano que tarde se convertirán "en un edificio, en una oficina, en un edificio de viviendas, un centro comercial más alto, más bajo, de color gris, de color oscuro...".

Admite que es necesario "un poco de locura" para permitirse soñar con esas obras. Está "orgulloso de esa locura", que, obviamente, va de la mano de la capacidad de buenos profesionales. Por eso, caminar por Buenos Aires lo colma de satisfacción cuando divisa una estructura que brotó de su imaginación: "En mi profesión tenemos la bendición de que los edificios que hacemos quedan para el patrimonio de la Ciudad. Hacemos cosas para que las ciudades sean más lindas". 

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