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El infierno está en Santo Domingo

Vivo en Heredia desde el 2003 y todos los días tengo que trasladarme a San José. La situación del tránsito para entrar y salir de la provincia sigue igual, o quizá peor, más de 20 años después.

Santo Domingo en las mañanas es tierra de nadie, un hervidero de gente estresada, atrapada en sus carros, búmper con búmper, donde el “me regala un campito” y el “no me odie por atravesarme” son letanía.

Años atrás, los operativos de la Policía de Tránsito nos rescataban de las presas, pero los tráficos no volvieron (no es su culpa, hay demasiado desastre vial en la Gran Área Metropolitana y pocos oficiales), y a veces los policías de la Municipalidad de Santo Domingo tratan de hacer fluir aquel atol vehicular, pero es como apagar un incendio con un vasito.

Llegué a Heredia durante el último gobierno del PUSC y desde entonces ha habido dos del PLN, dos del PAC y el de la Legión del Mal. El problema vial florense ha traspasado banderas e ideologías, consolidándose como algo sistémico, casi un asunto de idiosincrasia.

Admito que en todos estos años algunas mejoras de infraestructura se han intentado, pero nos han dejado recuerdos agridulces. En la primera semana del gobierno de Carlos Alvarado, llegaron operarios, vino el ministro de Obras Públicas y Transportes, y hasta el presidente se dio una vuelta por aquí para echar a andar los urgentes trabajos de ampliación de la “recta” de Santo Domingo, del cementerio al McDonald’s.

Y sí, se amplió, pero este es el día en que ese tramo sigue sin demarcación, por lo que no queda claro en cuál sentido opera el carril extra. Además, ese paso muere estrangulado al topar en el Virilla con un puente de dos carriles que ya debería ser declarado patrimonial, dada su antigüedad.

La vía “alterna” para ir de Heredia a Tibás es la del famoso (¿o infame?) puente de hamaca del barrio El Socorro para llegar a la ruta 32. Aclaremos que lo de “puente de hamaca” es una referencia fantasma, al estilo del Higuerón o la Casa de Matute Gómez, pues aquella estructura se retiró hace años y en su lugar quedaron dos hermosos puentes bailey, signo por excelencia de nuestra ingeniería “provisional” que llega para no marcharse.

Ahí, además de los carros en eterna primera marcha, también se agrega el grado de dificultad de una carretera casi rural, estrecha y empinada, sin aceras ni barreras de protección, con guindos y curvas de ángulos desafiantes. Es un camino más apropiado para la Ruta de los Conquistadores, que pone en apuros a los conductores más espueludos, especialmente si hay lluvia.

Los heredianos que no soportan el nudo vial de Santo Domingo o el reto extremo del “puente de hamaca” prefieren manejar kilómetros de más para alcanzar la ruta 32 por otras vías vecinales “más arriba”. ¿No quiere lidiar con presas para salir de Heredia? Muy sencillo: maneje hasta San Isidro de Heredia y tome la autopista casi que en el Braulio Carrillo (parece chiste pero no lo es, pues muchos conductores prefieren la “vuelta larga”).

En alguna mañana, allá por el 2010 y mientras llevaba a mi hija mayor al preescolar, a menos de seis kilómetros de nuestra casa, me decía en tono irónico que quizá cuando ella estuviera en el colegio aquel tormento de transporte sería cosa del pasado. Sin embargo, aquí estamos, con ella pronta a entrar a la universidad y ningún vestigio de arreglo al infierno matutino de Santo Domingo que, está de más decirlo, en las tardes es a la inversa, condenando a Tibás a una parálisis que se extiende hasta la noche.

Escuchaba un día de estos a un ingeniero en un programa de radio decir que siempre ha existido un plan para hacer una radial que comunique Heredia con Tibás, partiendo de Santa Rosa de Santo Domingo, cruzando el cañón del Virilla con un nuevo puente y rematando en León XIII, donde se uniría a la Circunvalación norte.

Aquello me sonó a una modernidad digna de Dubái. Pero ya no me ilusiono ni me engaño pensando que algo así llegará antes de que mis hijas se gradúen de la universidad, y mejor espero que la vida me alcance para ver tal obra en funcionamiento.

vfernandez@nacion.com

El autor es jefe de información de La Nación.

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