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Mon Laferte, maestra de ceremonias de un circo de sensaciones

Abc.es 

Dos Rivieras han hecho falta para poder hacer justicia al manejo del relato, del ritmo y de las emociones que ha demostrado Mon Laferte en sus dos actuaciones en Madrid . La esencia de 'Autopoiética' , su último trabajo, parece estar pensada para englobar entre sus pistas toda su carrera, repasada y coreada por todas las personas allí presentes. La espera se ameniza con canciones de Natalia Lafourcade, Rocío Jurado o Lorna ( 'Papi Chulo' ), hecho que no deja de sugerir, o presagiar lo que viene a continuación. De momento, solo conjeturas. Se apagan las luces, La Riviera vibra . 'Tenochtitlán' y 'Volveré' -primeras dos canciones de 'Autopoiética'- abren el concierto, y con él una caja de Pandora de sensualidad, fiesta, sentimiento e intensidad. «La mina se cree artista» dice 'Tenochtitlán'. Su entrada en solitario al escenario, con unas letras tan biográficas, y los sintetizadores, atrapan al público, que está a merced de la artista las siguientes dos horas. Ya con todas las miradas sobre ella, la chilena despliega todo un repertorio de sensualidad que no precisamente pasa por lo explícito; un escenario austero pero estético, un juego de luces muy correcto y dos bailarines totalmente entregados, acompañan, pero no eclipsan, lo realmente importante: los ritmos, las letras y la voz. Puede sonar repetitivo, pero el manejo del ritmo y del mensaje es lo que guía el concierto. Y en un más difícil todavía; sin la necesidad de hablar directamente con el público más allá de unos parcos pero sinceros «vamos a cantar, Madrid» u «os amo». Que el guion sea la música , y las conversaciones, la réplica del público. De repente, baja el ritmo, «Madrid, vamos a llorar». Dicho y hecho. Si Mon Laferte le tiende la mano y le invita a sentir, tómelo como un gesto de cortesía, antes de que lleguen 'Aunque te mueras por volver' , 'Antes de ti' o 'Mi buen amor' , y ya sea demasiado tarde. Con una sutil performance, que no tapa la desnudez y sinceridad de las letras -y de su interpretación por parte de la chilena-, la conexión con el público ya es indisoluble, que se desgañita en cada estrofa, y se embriaga con cada pequeño detalle escénico. Antes de que el ánimo se enquiste en la cadencia de la balada y el bolero melancólico, Mon Laferte nos recuerda que lo que viene a presentar ella es una celebración, y vuelve el empoderamiento, la sensualidad, y el ritmo que levanta cualquier ánimo. 'Autopoiética' hace de salvavidas y de escaleta; en torno a él gira todo el concierto, pero él mismo actúa como revitalizante , en este caso 'Pornocracia' y 'Préndele fuego' vuelven a agitar los abanicos entre el público y reconvierten La Riviera en una pista de baile. El momento frenético solo lo puede parar algo más potente, y Mon Laferte se guarda una baza en forma de silla y cuerdas. Mientras ata a un bailarín a la banqueta, entona 'La Vie en Rose' , de Edith Piaf , poco más hay que añadir. Este recorrido por géneros urbanos, ritmos tradicionales, sintetizadores y una capacidad vocal que no requiere más alicientes, va llegando a su fin, pero en su noveno disco, aún quedaban algunas balas por gastar, por bailar. 'Metamorfosis' entra en escena como punto álgido de la fiesta, pero con la premonición de que el concierto está terminando. 'Tu falta de querer' , el mayor éxito de la cantante es llevado por el público. Ella simplemente acompaña con la guitarra la desgarradora letra que los y las fans corean de principio a fin, y efectivamente, llega el fin. Dos horas en las que Mon Laferte oficia una ceremonia llena de simbolismo , cambios de ritmo, sensibilidad, potencia, reivindicación, pero sobre todo disfrute de todo un repertorio de sensaciones, las cuales la artista selecciona con cuidado, expone y explora en un show en el que la conexión con el público es directa y sincera.

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