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¿Por qué es exitosa la FIL de Lima?


                                 ¿Por qué es exitosa la FIL de Lima?

El segundo fin de semana del evento cultural más importante del país mostró una asistencia considerable. ¿A qué se debe? ¿Acaso leemos más?

No pocos conocidos y algunos amigos me preguntan por el “éxito” de la actual edición de la Feria Internacional del Libro de Lima —se entiende que el entrecomillado es a propósito, porque aún no acaba la FIL como para aseverar si esta fue o no exitosa—, al menos esta es la impresión que se tiene tras sus dos fines de semana, en donde se pudo apreciar un gran número de asistentes. A mediados de su primera semana, por ejemplo, ya se marcaba un promedio de 70 mil visitantes, de acuerdo a declaraciones del presidente de la Cámara Peruana del Libro (organizadora de la FIL), Ricardo Muguerza, a los medios de comunicación. Es decir, resulta verosímil lo dicho por Muguerza.

¿Cómo así la FIL de Lima del presente año capta público pese a no tener país invitado y sin que prenda por completo el tópico que justifica esta edición: la celebración del Bicentenario? ¿Acaso estamos ante una muestra de que los peruanos leemos e invertimos dinero en comprar libros, ergo: cultura? Lo que es claro es que la FIL, en relación a los días actuales comparados con los del año pasado, tiene un 30 por ciento de visitas adicionales y eso es producto de la buena organización de la FIL, que ha sabido recuperar el interés de una gran mayoría de sus visitantes/lectores consuetudinarios.

En este sentido, y lo decimos con respeto y sin faltar a la verdad, la mayoría de medios que cubre la FIL desacierta cuando señala que, al verla transitada con personas cargando bolsas con libros, los peruanos estamos leyendo más. Eso es falso. Quienes conocemos la dinámica del circuito del libro y en especial la de la FIL, sabemos que es el mismo público el que año tras año asiste (y lo hace más de una vez durante los días que dure), el cual se renueva en su círculo de influencia. Nos referimos a un público lector importante, que forma una clase culta que atraviesa todos los estratos sociales y que encuentra en este evento cultural su destino natural.

Es este público lector el que decide el éxito de la FIL y su protagonismo en la presente versión está resultando contundente, como se pudo apreciar este segundo fin de semana, en donde la FIL no tuvo autor estelar —Jaime Bayly y la presentación de una nueva edición de su novela Los últimos días de La Prensa, eran los platos fuertes, pero se tuvo que cancelar (basta ver el contexto internacional, a nivel de noticias, como para entender las razones)—, pero sí mucha oferta editorial.

Pero ¿a qué nos referimos con oferta editorial? ¿Acaso a la relacionada a lo que los medios muestran? En cuanto a lo segunda pregunta: en parte, sí. Pero esta es una parte menor que no determina ni el éxito ni el fracaso. Si existe un público fiel que asiste a la FIL es porque igualmente existe un universo de expositores que sabe qué busca su público objetivo (intergeneracional, vale precisar), al cual conoce por lustros. Libros de autoayuda, de empresa, de negocios, de deportes, de economía, de la etiqueta de bestseller que jamás serán reseñados por prejuicio, de ciencias, de derecho, de ingeniería, et al., más el empuje de la literatura juvenil e infantil, son los más requeridos por la mayoría de asistentes; luego vienen las publicaciones de historia y de ciencias sociales entre las más demandadas. Y atrás, muy atrás, la producción de la literatura local. Como reza el dicho: para todos hay. Y vaya que hay luego de un recorrido atento por casi todos los stands de la FIL.

En lo personal, con un poco de paciencia siempre consigo, incluso hasta lo que no buscaba, como el ejemplar de El meteorólogo de Olivier Rolin, una obra maestra que he leído varias veces y que recomiendo, un híbrido sobre las atrocidades del estalinismo. Tampoco deja de sorprenderme la obsesión de muchísimos lectores literarios jóvenes por Charles Bukowski, el escritor norteamericano autor de La senda del perdedor, Cartero, Mujeres y otros títulos que, sin ser obras maestras, dejan en el lector una suerte de sombro por la oscuridad vital, como si la figura de Bukowski fuera la frontera del exceso de la degradación. Para mi buena suerte, y eso que no leo a Bukowski desde hace más de un lustro, me apoderé de La enfermedad de escribir. Creo que ya es momento de leer a este escritor de otra manera, dejar de lado a la leyenda por más indesligable que sea de su obra.

Además, a la FIL no solo se va a comprar libros, la FIL es del mismo modo un punto de encuentro y la oferta cultural (presentaciones y espectáculos de cierre; al respecto sugiero visitar la exposición Tejiendo identidad de Antonio Zegarra) es buen motivo para estar varias horas ahí. En este sentido, esta FIL que tuvo puntos en contra para armar un programa más atractivo, pero que supo ser ordenada, exhibe fuerza institucional. Pero la inquietud: ¿qué se está haciendo para extender este universo de lectores? Claro, esto no es problema únicamente de la CPL, lo es principalmente del Ministerio de Cultura, que en lugar de fortalecer los programas de difusión de la lectura (los cuales toman buen tiempo desarrollar), los destruye por el populismo impulsado por el gobierno de Dina Boluarte (especialista que crea que regalar libros como cancha es difundir la lectura, está en la calle en lo que es gestión cultural) y por el pacto de obediencia que no pocos funcionarios del Mincul y del Minedu han firmado con esta gestión presidencial para gozar de las gollerías hasta el 2026.

Que este momento Kodak de la FIL no cauce confusión.

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