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Reseteando una elección

Ninguno de los dos partidos políticos en Estados Unidos había confrontado antes un escenario como este: un presidente en funciones, ganador de las primarias y en la antesala de su convención, que renuncia a la nominación, un cambio de candidato de último minuto y un nueva contrincante que es bien conocida pero acerca de la cual no hay percepciones fijas entre el electorado.

La Convención Republicana en Milwaukee fue un ejercicio de radicalismo puro, turbocargado con la narrativa del cuasi-martirologio de Trump. La selección de su compañero de fórmula, el Senador JD Vance, como la cara del partido trumpizado y de ultra derecha en el que se ha convertido ya el GOP, la serie de ataques calibrados y orquestados a lo largo de cuatro días de discursos buscando capitalizar las flaquezas del Presidente Joe Biden y su desastroso papel en el debate junto con las crecientes y palmarias dudas y fisuras en el Partido Demócrata en torno a la viabilidad de la candidatura y las posibilidades de triunfo en noviembre, así como el propio discurso de Trump, mostraron que ni éste ni el partido están dispuestos a moderar posturas ante el contexto que ha abierto el intento de asesinato del candidato.

Pero un partido y una campaña presidencial que se fueron a dormir la noche de la ungida oficial de Trump como su abanderado, convencidos de que dictarían los términos y el guion de la elección hasta el 5 de noviembre y que tenían a Biden en el punto de mira, quedaron descolocados pocos días después con el anuncio del mandatario bajándose de la contienda y con un Partido Demócrata -atrapado hasta ese momento en paroxismos de pánico y división- uniéndose en torno a la candidatura de Kamala Harris y borrando de un plumazo la principal flaqueza que tenían camino a las urnas: la edad de su candidato. Y por primera vez desde que arrancó la precampaña, Trump perdió el monopolio y control de la narrativa.

Ninguno de los dos partidos políticos en Estados Unidos había confrontado antes un escenario como este: un presidente en funciones, ganador de las primarias y en la antesala de su convención, que renuncia a la nominación, un cambio de candidato de último minuto y un nueva contrincante que es bien conocida pero acerca de la cual no hay percepciones fijas entre el electorado. Harris es la primera vicepresidenta en funciones de cualquiera de los dos partidos que contiende por la Casa Blanca desde que Al Gore lo intentase en 2000. Pero al no tener que contender de nuevo -como en 2020- en una nueva primaria y al ser ungida por los delegados Demócratas como candidata después de que los Republicanos apuntasen toda su artillería a atacar y a encasillar a Biden, Harris tiene hoy la oportunidad única y el margen para redefinirse y presentarse de nuevo ante el electorado. Esto nos lleva al primer gran reto que enfrentará la vicepresidenta en los próximos días y semanas, en este sprint de 97 días hasta el día de los comicios.

En toda campaña política, un candidato tiene que definirse a sí mismo antes de que lo haga su contrincante. Todos recordamos a Bill Clinton pintando y estereotipando a Dole, Bush a Kerry, Obama a Romney y Trump a Clinton. Por ello hay preocupación entre donantes, estrategas y legisladores Demócratas de que la campaña de Harris, que recaudó más de 200 millones de dólares en una semana y que ha visto un alud de voluntarios (170 mil) apuntarse para hacer campaña por ella, no los esté gastando lo suficientemente rápido para que los spots de Harris salgan al aire en estados bisagra clave para contar su historia antes de que la cuenten por ella. Y Trump está tratando rápidamente de llenar ese vacío con su típico recurso a los apodos y a las mentiras acerca de la vicepresidenta, buscando además capitalizar previsiblemente el tema migratorio, dado el mandato que Biden le otorgó a Harris al inicio de su gestión con respecto al tema. En la primera semana desde que Biden se retiró, Trump y sus aliados están gastando 25 a 1 más que Harris en publicidad televisiva y radial.

El segundo reto es cómo aprovechar el brinco en las encuestas y el entusiasmo -alivio incluso- que ha generado su virtual candidatura. Las encuestas de la última semana muestran dos cosas: los Republicanos no obtuvieron un repunte significativo después de su convención, mientras que la oleada de apoyos a la candidatura de Harris por parte del liderazgo moral y real del partido y de los delegados a la convención, así como el gran entusiasmo que ha generado su candidatura entre jóvenes, mujeres, afroamericanos e hispanos, ha cerrado el margen de la contienda con Trump. En un sondeo ABC/Ipsos, la favorabilidad de Harris subió en una semana 8 puntos a +1 neto, mientras que la de Trump cayó a -17 neto. Sin embargo, y a pesar de la mejora en estos primeros datos que arrojan las encuestas más recientes, las proyecciones deberían seguir preocupando a los Demócratas: a Harris le está yendo en promedio 5 puntos porcentuales peor que a Biden entre estos mismos demográficos en las encuestas de cierre de la campaña de 2020. Pero sin duda, la oportunidad para ella es enorme: por ejemplo, los votantes (el electorado en general) no la responsabilizan por los fracasos percibidos de Biden en materia de inflación, o la base del Partido Demócrata por las posturas hacia Gaza.

El tercer reto radica en definir la hoja de ruta para alcanzar los 270 votos en el Colegio Electoral requeridos para alzarse con la victoria en noviembre. La vicepresidenta hereda de Biden un mapa electoral poco halagüeño. Antes de que el presidente retirara su candidatura, iba por detrás o empatado en las encuestas en cinco de los seis estados bisagra en disputa. Su camino hacia la victoria se había reducido a una estrategia basada en ganar a como diera lugar el llamado Muro Azul del partido: Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Arizona y Georgia, dos estados que Biden le arrebató a Trump en 2020 y especialmente Nevada, otro estado bisagra que ganó en 2020, parecían haberse convertido en el proverbial puente demasiado lejano. La caracterización que hace Trump de Harris como una “marxista” e “izquierdista woke” bien podrían rebanarle votos al partido con votantes independientes y moderados, pero a la vez, el enorme entusiasmo que ha generado ella particularmente con mujeres, jóvenes y votantes de color podrían equilibrar esas pérdidas. Y tiene más espacio para acercarse a los hombres blancos que Trump a las mujeres de cualquier color. Eso abre la posibilidad de que si bien los márgenes para ella pudiesen cerrarse en Pensilvania o Wisconsin y volverse aún más cuesta arriba en Arizona, Georgia podría volverse asequible, e incluso Carolina del Norte, un estado que solo Obama le ha arrebatado al GOP en décadas recientes, pudiese estar en contienda por la naturaleza histórica de la candidatura de Harris en un estado donde más del 20 por ciento de la población es afroamericana, una dinámica similar a la de Georgia. Mucho dependerá de la capacidad de Harris para ampliar los márgenes actuales de Biden con esos votantes y con hispanos. Pero hay motivos para pensar que podría abrir un camino alternativo hacia la Casa Blanca, una ruta que estaba cerrada para Biden. La contienda con Trump por el Colegio Electoral seguirá siendo cerrada y reñida, pero por el momento, la mera perspectiva de que el mapa electoral se amplíe para los Demócratas -en lugar de reducirse- es un avance prometedor después de una serie incesante de malas noticias en la contienda presidencial.

Lo cual finalmente conduce al cuarto reto inmediato que confronta Harris: la elección de su compañero de fórmula antes del 7 de agosto. Su elección de vicepresidente no solo encierra un cálculo de equilibrio regional e ideológico; será la primera señal de dónde ve la campaña más posibilidades de triunfar en el Colegio Electoral. Elegir por un lado al gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer (difícil por ser mujer), o al gobernador de Minnesota, Tim Walz, o, por el otro lado, al senador de Arizona, Mark Kelly, al gobernador de Carolina del Norte, Roy Cooper, o al gobernador de Kentucky, Andy Beshear, sería una confirmación tácita de la estrategia electoral a seguir: ganar Wisconsin, Pensilvania y Michigan o apostar a poder ganar en Georgia, Arizona, Nevada o incluso Carolina del Norte, paliando con ello una potencial derrota -cortesía de votantes moderados que le dieron el triunfo a Biden en 2020- en alguno de los tres estados del Muro Azul.

Postularse a la presidencia en EE.UU es una tarea titánica. Pero postularse a la presidencia mientras se sigue siendo vicepresidente es un desafío único. Y muy pocos Demócratas lo han hecho con éxito. Pero no cabe duda que la nominación de Harris ha cambiado de golpe la campaña. El optimismo es poco frecuente en la política, pero cuando aparece, es asombroso. Y hoy está irradiando al Partido Demócrata. Eso no quiere decir que el camino será fácil. Esta sigue siendo una elección muy cerrada en un país brutalmente polarizado. Pero si bien las elecciones se ganan con los votantes de hoy, las elecciones suelen ser (no obstante Trump, López Obrador y Brexit, ejemplos de excepción a la regla) sobre el futuro. Y Harris, en este momento, ha capturado el futuro en el imaginario colectivo de los Demócratas.

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